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OPINIÓN

El abandono de las mujeres afganas que sirvieron para justificar la guerra

20 de agosto de 2021 22:41 h

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Es una de las conversaciones telefónicas más duras que he recibido en mi vida: una amiga de Kabul me llamó el domingo por la tarde para explicarme que unos hombres armados acababan de entrar en su casa. La voz le temblaba al punto de que parecía que se estaba quedando sin aire. Los hombres la intimidaron y luego se fueron, y ella huyó a casa de una amiga y se escondió allí con sus hijos. No sabía cuándo volverían, si la encontrarían o cuándo podría mudarse a un lugar más lejano. Nunca había escuchado a alguien tan asustado.

Me rogó que la ayudara a escapar del país; le prometí que lo intentaría. Sin embargo, las opciones posibles caían una tras otra. Ese mismo día, a través de una pequeña organización humanitaria, conseguí que mi amiga y sus hijos cogieran un vuelo a otro país. El plan era ponerlos a salvo y que pudieran buscar una reubicación más permanente. Fue un breve rayo de esperanza en unos días oscuros. Sin embargo, a las pocas horas de reservar el vuelo, todos los aviones comerciales que salían de Kabul fueron cancelados.

Como yo, mi amiga es una periodista treintañera que lleva trabajando en medios de comunicación desde que es adulta. Ahí acaban las similitudes. Para mi amiga, trabajar como periodista en Kabul ha supuesto amenazas de muerte e intimidaciones, y eso mucho antes de la reciente retirada de Estados Unidos y del caos de los últimos días. Cuando la conocí en 2019, me dijo que los talibanes la amenazaban y que tenía miedo de seguir trabajando como periodista. Pero ella siguió. Este último año, a medida que los talibanes avanzaban y se hacían con el control de Afganistán, los riesgos crecieron. La siguieron a casa desde el trabajo. Más de una vez, un vehículo desconocido intentó chocar contra su coche.

En los últimos meses, la situación en Afganistán se ha ido deteriorando, y mi amiga ha intentado desesperadamente salir del país. A principios de julio, el Gobierno de Biden anunció que estaba “estudiando” la posibilidad de conceder 2.000 visados de urgencia a “mujeres vulnerables”, como periodistas, políticas y activistas, que podrían ser objetivo de los talibanes tras la retirada estadounidense. Mi amiga me pidió que la ayudara a encontrar más información.

Busqué detalles, pero incluso para mí, con el inglés como lengua materna y que me gano la vida investigando, fue difícil conseguir información clara sobre la propuesta, o de hecho sobre cualquier otra vía legal con la que las periodistas afganas pudieran solicitar un visado en Estados Unidos y mudarse al país. El plan para mujeres vulnerables nunca se materializó.

Esto es especialmente indignante porque las mujeres afganas se han utilizado durante mucho tiempo como tema de conversación política en Occidente. La necesidad de proteger a las mujeres afganas fue una justificación clave para la invasión y una razón para que las fuerzas occidentales permanecieran allí.

El uso de las mujeres afganas

Yo sólo tenía 14 años cuando se produjeron los atentados del 11-S y se invadió Afganistán, pero recuerdo perfectamente la proliferación de imágenes de mujeres afganas, ya sea maltratadas, con la nariz o los dedos amputados, o cubiertas de la cabeza a los pies, con sus burkas azules como símbolo de la opresión que Bush y Blair pretendían derrocar.

Desde entonces, la situación de las mujeres se ha utilizado como indicador de progreso cultural, dividiendo el mundo en distintas categorías: el bien y el mal, la civilización y la barbarie.

Tomemos este comentario del discurso de despedida que pronunció George W. Bush en 2009: “Afganistán ha pasado de ser un país en el que los talibanes daban cobijo a Al Qaeda y apedreaban a las mujeres en las calles a una joven democracia que lucha contra el terror y alienta a las niñas a ir a la escuela”.

¿Qué pasa ahora con las niñas que fueron a la escuela, que asumieron papeles en la política, el periodismo, el activismo, los deportes u otros ámbitos de la vida pública? En los últimos años, a medida que las fuerzas militares extranjeras abandonaban Afganistán, las policías, periodistas y doctoras han sido blanco de ataques y asesinatos.

No es de extrañar que la situación haya empeorado tan drásticamente ahora. Ya en abril, Human Rights Watch advirtió que las mujeres periodistas se enfrentaban a una amenaza especialmente grave: “Las reporteras pueden ser blanco de ataque no sólo por los temas que cubren, sino también por desafiar las normas sociales percibidas que prohíben a las mujeres desempeñar un papel público y trabajar fuera del hogar”.

Estos últimos días, los políticos han hablado de la necesidad de proteger los derechos de las mujeres. En el debate del miércoles en la Cámara de los Comunes, Theresa May advirtió que “las mujeres y las niñas... no tendrán los derechos que deberían tener y no tendrán las libertades que deberían tener”, y Harriet Harman pidió a los ministros que se pusieran en contacto con las diputadas afganas y les preguntaran cómo Reino Unido podía apoyarlas. Pero, dada la situación crítica e inmediata y la aparente falta de planificación al más alto nivel, estos llamamientos no evitan la impresión de que las mujeres afganas han sido olvidadas ahora que no son de utilidad para unos gobiernos occidentales que ya no tienen que justificar una invasión en Afganistán.

Hasta los funestos acontecimientos de esta semana, los planes de reubicación que llevan a afganos vulnerables a Occidente se han limitado principalmente a los que trabajaban directamente para militares extranjeros como intérpretes o en otras funciones. En el caso de Reino Unido, incluso aquellos que ahora residen en el país han tenido que luchar por su derecho a la protección por parte de las instituciones nacionales, y se les ha denegado por motivos falsos. Kabul, según el Ministerio del Interior, era un lugar seguro.

Solicitantes hombres

Los programas actuales no se ajustan a la escala del problema, y la gran mayoría de los que cumplen los requisitos para solicitar un visado son hombres. En todo el mundo, los amigos y familiares de afganos vulnerables buscan desesperadamente soluciones, y las ONG trabajan sin descanso. Pero hay un vacío en cuanto a la acción gubernamental internacional.

En el momento de escribir estas líneas, Reino Unido y Canadá son los únicos países occidentales que ofrecen un plan de reasentamiento más amplio, y tanto un gobierno como el otro han anunciado que acogerán a 20.000 refugiados afganos.

El programa británico, anunciado a última hora del martes, dará supuestamente prioridad a las mujeres y a las minorías religiosas: dos de los grupos más vulnerables bajo el régimen talibán. Pero la cifra de 20.000 visados por país parece insuficiente cuando se analiza con más detalle: es la misma cifra para los reasentamientos de sirios durante la guerra, un país con aproximadamente la mitad de la población de Afganistán.

Al no haber rutas claras para salir de Afganistán, los funcionarios sugieren que el Reino Unido puede acabar dando prioridad a los que ya han llegado a un tercer país como Pakistán. Y, lo que es más importante, se llevará a cabo a lo largo de cinco años, con sólo 5.000 reasentados previstos para finales de este año.

El miércoles por la mañana me enteré de que los talibanes detuvieron a una periodista en Kabul cuando se dirigía al aeropuerto para tomar un vuelo de evacuación militar. Le confiscaron el pasaporte: un escalofriante recordatorio de que las personas más vulnerables no pueden esperar cinco años.

Tal vez en las próximas semanas otros países sigan el ejemplo de Reino Unido y Canadá con programas de reubicación, pero puede ser demasiado tarde para muchas personas; las burocracias gubernamentales funcionan en una escala de tiempo totalmente diferente a los peligros más inmediatos en el terreno. Ahora mismo, mientras el mundo contempla horrorizado la situación, hay miles de mujeres como mi amiga: encerradas en sus casas o escondidas en casa de amigos sin saber cuándo los talibanes llamarán a la puerta.