La abdicación a cámara lenta de Isabel II
En algún momento iba a pasar. Debido a sus problemas de salud, la reina Isabel II no participó este martes de la sesión de apertura del Parlamento, la que tal vez sea su ceremonia protocolaria más importante del año.
El comunicado difundido la noche anterior para explicar que el príncipe Carlos sustituiría a su madre seguía la misma pauta de otros comunicados recientes, con una segunda lectura evidente: la reina no está lo suficientemente bien como para desempeñar el papel que se espera de ella.
Los problemas de salud de la reina no han dejado de crecer desde que el año pasado se retiró inesperadamente de la misa por el día de los veteranos de guerra tras sufrir un esguince de espalda.
La reina sigue teniendo dificultades de movilidad y ha hablado públicamente de lo “cansada y agotada” que quedó tras su contagio de COVID-19 en febrero. Ahora que comienza un verano cargado de actos por el jubileo de platino de su reinado, cabe preguntarse si estará lo suficientemente bien como para participar de las celebraciones.
La monarquía británica tiene que afrontar algunas preguntas difíciles sobre el futuro próximo. En la Casa de Windsor la palabra “abdicación” es tabú desde 1936, cuando Eduardo VIII renunció a su papel de rey para casarse con la mujer que amaba. Un abandono del deber que contrasta con la imagen cuidadosamente elaborada por la reina, principal servidora pública de la nación durante más de 70 años.
Otras familias reales europeas han usado la figura de la abdicación como una forma positiva de transmitir las responsabilidades de la corona a la siguiente generación. En Países Bajos, Bélgica y España, la abdicación ha tenido mucho de reinvención. La generación más anciana se retira y los jóvenes toman el relevo y así dan a sus casas reales una muy necesaria inyección de imaginación y energía.
En Reino Unido no ha sido así. En vez de abdicar, la reina ha procurado retirarse poco a poco de sus obligaciones públicas. En los últimos diez años, las condecoraciones honoríficas, las giras reales y otras rutinas han ido delegándose en otros miembros de la familia. Los problemas de salud han acelerado ahora su retirada de la vida pública y el príncipe de Gales es el regente en todo menos en el nombre.
Un discurso sin sorpresas
En una abarrotada Cámara de los Lores, Carlos leyó el martes el discurso de la reina acompañado por su esposa, la duquesa de Cornualles, y por su hijo mayor y heredero, el duque de Cambridge. Una coreografía estudiada para subrayar la continuidad dinástica.
La reina no estuvo presente físicamente pero sí de forma simbólica a través de sus parientes y de la gran corona imperial de Estado en la mesa frente al príncipe Carlos. También quedó claro cómo será la Casa Real cuando la reina no esté: una monarquía “adelgazada” que se limitará a la línea directa de sucesión.
Este discurso anual no lo escriben la reina ni los miembros de su familia. Las autoridades del Gobierno británico redactan un texto que presenta su agenda legislativa para el período de sesiones que comienza.
Sin muchas sorpresas en su contenido, el discurso leído por el príncipe Carlos hizo hincapié en la recuperación económica tras la COVID-19, en el programa de inversiones en las zonas más deprimidas del país del Gobierno de Boris Johnson, y en sus planes constitucionales tras la salida de la Unión Europea.
Carlos hizo exactamente lo que se esperaba de él y en menos de nueve minutos leyó cuidadosamente la agenda del Gobierno para el año. No se detuvo ni titubeó. Es muy posible que en el discurso hubiera cosas con las que no estaba de acuerdo, como la falta de profundidad de la estrategia climática del Reino Unido. Pero, como miembro de una monarquía constitucional, no puede ni debe discutir la política oficial.
Un rey ecologista
La obligación de morderse la lengua no siempre ha sido fácil de respetar para el príncipe de Gales, que en alguna ocasión ha recurrido a canales informales para hacer presión sobre miembros del Gobierno en temas que le preocupaban.
Por suerte para él, el tema que más le inquieta tiene ahora un amplio apoyo entre los políticos y la opinión pública: la necesidad de vivir en armonía con el mundo natural. De hecho, en los últimos cinco años, el príncipe ha recuperado algo de popularidad en gran parte por su imagen de futuro rey ecologista.
La crisis climática no va a desaparecer y no hay duda de que esa pasión por el mundo natural será el tema que defina su reinado cuando llegue el momento de suceder a su madre. El mayor riesgo sería que los políticos marginales de la derecha logren poner en duda los planes del actual Gobierno para llegar a la neutralidad en las emisiones netas de carbono. La estrategia climática se convertiría así en algo polémico y la realeza no podría, por tanto, hablar sobre el tema.
Mientras tanto, y a medida que un reinado se acerca a su fin para dar comienzo a otro, veremos cada vez más al príncipe Carlos y cada vez menos a la reina.
Traducción de Francisco de Zárate
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