La historia demuestra que el aborto en EEUU es un tema ganador para los demócratas

Nancy L Cohen

Por si a alguno le quedaban dudas, Joe Biden ha confirmado que el aborto va a ser uno de los temas de las próximas elecciones presidenciales. Hace unas semanas, el exvicepresidente cambió de postura en lo relativo a la enmienda Hyde que prohíbe la financiación federal del aborto y se declaró en contra de la misma. Un cambio notorio teniendo en cuenta que su equipo de campaña había dicho que la apoyaba solo unos días antes.

Se suele decir que la cuestión del aborto solo interesa a los votantes de derechas, pero la historia sugiere lo contrario: defender sin ambages el derecho de las mujeres a un aborto legal es una estrategia ganadora para los demócratas que aspiran a la Casa Blanca.

Así fue en las campañas de 1992 y 2012, cuando el aborto se convirtió en un tema central y los demócratas obtuvieron claras victorias.

La nominación del juez Clarence Thomas al Tribunal Supremo cuando empezaba la campaña por las presidenciales de 1992 desató un debate nacional sobre el aborto. Pese al creíble testimonio de acoso sexual que dio Anita Hill, Thomas fue confirmado. La despenalización que había implicado el caso Roe contra Wade parecía irse al garete ahora que el Tribunal tenía mayoría conservadora. Hasta que en un fallo de junio de 1992, tres integrantes del Tribunal nombrados por republicanos se unieron a los elegidos por demócratas para reafirmar el derecho constitucional de las mujeres al aborto legal.

Siete semanas después, el poco popular presidente George H. W. Bush confiaba la Convención Republicana a las únicas personas que, en su opinión, podrían mantenerlo en el poder: la derecha religiosa y radical, crítica del aborto y de los derechos LGTBI. En contra de las objeciones personales de Bush, el movimiento quería prohibir el aborto desde el momento de la concepción. En el estrado, los líderes de derecha clamaban contra el “aborto a la carta”, los “derechos de los homosexuales” y el “feminismo radical”.

Aliarse con la derecha religiosa fue contraproducente para Bush. Logró unir a una masa que se defendía de los ataques republicanos a los derechos de las mujeres y su libertad reproductiva. Esa primavera, más de un millón de personas se manifestaron en Washington en lo que fue la mayor marcha por la libertad reproductiva que ha habido en el país. En noviembre, se logró un récord de mujeres en los nuevos escaños del Congreso. En su mayoría, respaldadas por el grupo por el derecho a decidir Emily's List. Sólo un 37,5% de los votantes puso el nombre de Bush en la urna: 1992 pasaría a la historia como el (primer) año de la mujer.

Por supuesto, 1992 también se recordará por la merecida frase “es la economía, estúpido”, de la campaña de Clinton. Y es que para una mayoría de votantes, el mal desempeño económico era la preocupación número uno. Pero Bill Clinton también hizo campaña por los derechos reproductivos y eso fue muy provechoso. En los análisis poselectorales se vio que el apoyo al aborto legal había sido el segundo tema más importante en la definición del voto. Para un 25% de los votantes, incluso había sido el principal, por delante de la economía.

En el tema del aborto, los republicanos estaban en el lado equivocado de la opinión pública y eso fue fatal para Bush. El apoyo al aborto legal en todos los casos tocó el máximo de 61%. Dos tercios de los demócratas y los independientes, y hasta una mayoría de republicanos, eran partidarios del derecho a decidir. Según un estudio del politólogo Alan Abramowitz, la oposición del Partido Republicano al aborto le costó a Bush uno de cada seis republicanos que, por creer en el derecho a decidir, votaron a Clinton o a Ross Perot.

En 2012 hubo un enfrentamiento similar, aunque tal vez más sorprendente, en torno a los derechos reproductivos de las mujeres. Eran las primarias republicanas y la delegación del partido en la Cámara de Representantes se dedicó a convocar audiencias en las que todos los miembros eran hombres para denunciar el requisito incluido en la reforma sanitaria de Obama (la Affordabe Care Act, también llamada Obamacare) de que los seguros de salud cubrieran las medidas de control de la natalidad. El candidato republicano Mitt Romney calificó el fallo de Roe contra Wade como “uno de los momentos más oscuros en la historia del Tribunal Supremo”, publicó una columna de opinión contra el requisito exigido por el Obamacare y se comprometió a “quitar de en medio” a la organización por la salud reproductiva Planned Parenthood. Mientras tanto, en los estados gobernados por republicanos se aprobaba una serie de innecesarias e invasivas restricciones al aborto. Por si todo eso no bastara, los candidatos republicanos al Senado presentaron escandalosas teorías sobre la violación y el embarazo.

Como había ocurrido en 1992, defender públicamente la libertad reproductiva en 2012 fue decisivo para obtener una mayoría demócrata en el Senado y para la elección de Barack Obama. Como Clinton antes que él, Obama se apoyó en esa lucha. Según un estudio poselectoral de los académicos Melissa Deckman y John McTague, el requisito del Obamacare referido a financiar la salud reproductiva era extremadamente popular. “Fue un tema ganador para el Partido Demócrata” y particularmente decisivo en el enorme margen de 7,5 millones de votos que obtuvo Obama entre las votantes mujeres.

En resumen, en dos de las elecciones más importantes de los últimos años, el extremismo antiaborto de los republicanos ha dado a los demócratas el control de la Casa Blanca y del Senado porque sirvió para unir a una mayoría que defendía el derecho a decidir.

La historia podría repetirse en 2020, a menos que el candidato que elijan los demócratas para la carrera presidencial no esté de acuerdo con lo que piensan sus votantes. Alguien que apoye la enmienda Hyde, por ejemplo.

El acceso al aborto legal sigue teniendo un fuerte apoyo en todo el país, con dos tercios de los estadounidenses en contra de derogar el fallo Roe contra Wade. Incluso en Georgia, donde rige una de las prohibiciones más severas, el 70% de los votantes se opone a revocar la sentencia del Supremo que garantiza el derecho al aborto.

Las últimas elecciones también demuestran que defender el aborto legal sigue siendo una fórmula de éxito. En 2018, cuando las audiencias por la nominación de Brett Kavanaugh al Tribunal Supremo metieron en la campaña de las legislativas el tema de la agresión sexual y la sentencia Roe contra Wade, las encuestas a pie de urna mostraron que el 66% de los votantes estaba a favor de no tocar esa jurisprudencia.

Dentro de ese grupo, siete de cada diez votos fueron para los demócratas. Con candidatas orgullosamente partidarias del derecho a decidir (y sin contar los muchos hombres en favor del aborto que también ganaron), el Partido Demócrata le dio la vuelta a dos escaños en el Senado y a 23 en la Cámara de Representantes, así como a los gobiernos de cuatro estados.

En los estados clave a recuperar en el 2020, la ventaja la tienen los que defienden el aborto legal. En Michigan, Pennsylvania, Wisconsin y Minnesota, la llamada 'pared azul', más del 54% piensa que el aborto debería ser legal en todos o en la mayoría de los casos, con una diferencia entre 12% y 18% sobre los que piensan que debería ser ilegal en todos o la mayoría de los casos.

No decir nada o apoyar posiciones intermedias sería un error para los demócratas. En favor del partido hay que decir que una gran mayoría de los candidatos presidenciales demócratas ha condenado las últimas restricciones al aborto, ha pedido la revocación de la enmienda Hyde y ha propuesto salvaguardas que garanticen el acceso de las mujeres a la salud reproductiva. Y las mujeres candidatas ya tienen planes.

El camino está claro: la historia reciente nos dice que cuando el acceso al aborto legal está abiertamente amenazado por políticos conservadores, la ventaja es para los candidatos demócratas que defienden el derecho a decidir.

Traducido por Francisco de Zárate