La absurda historia de la rivalidad entre españoles y británicos

Giles Tremlett

El Brexit empezó en 1527. Esencialmente se inició con una disputa con España. El responsable de este giro radical y profundamente inquietante se llamaba Enrique VIII; un rey inglés gordo, infantil y consentido que se obsesionó con lo que podríamos llamar “el control”.

Enrique parecía un tipo jovial. Le gustaba la música, beber cerveza, bailar y también las mujeres; aunque parece que le daban un poco de miedo, lo que explica por qué les cortaba la cabeza. La Inglaterra de la época tenía un elevado concepto de sí misma pero lo cierto es que estaba en decadencia. Ya había perdido la mayor parte de su territorio en Francia y, si la comparamos con una España en plena efervescencia, tenía un peso insignificante.

La familia de Cristóbal Colon había intentado, sin éxito, que los Tudor se interesaran por su proyecto y quisieran explorar el Océano Atlántico y financiar una aventura que cambió los siguientes 500 años de la historia. Sin embargo, los Tudor no miraban hacia el exterior y eran tipos insulares. En cambio, una reina española, Isabel de Castilla, apostó por el proyecto de Colón. Los dos siglos siguientes de la historia europea y el primer imperio mundial en el que no se ponía el sol fue de España. Como más tarde indicaría Francis Bacon, fue un “rayo de gloria”.

No es de extrañar que los Tudor, una dinastía insegura, estuvieran encantados de que la hija de Isabel, Catalina de Aragón, llegara a Inglaterra para casarse. Significaba que habían conseguido emparentar con la gran familia real española. Mientras que Inglaterra decaía, España era admirada en el mundo entero y era considerada un país con combatientes valientes que habían sido capaces de conquistar el reino musulmán de Granada.

La primera gran decisión que tomó Enrique VIII como rey fue casarse con Catalina, la viuda de su hermano Arturo, y mantener los lazos con España. Sin embargo, Enrique se consideraba un hombre “viril” y quería un hijo varón que le sucediera. Catalina no consiguió darle un hijo. Enrique pensó que era más listo que los líderes de la Unión Europea de la época; la cristiandad, liderada por un papa que se encontraba en la capital de otro país. Todavía más importante, Inglaterra había aceptado durante siglos que Roma tenía la autoridad para decidir cuestiones como un divorcio.

En un ejercicio de autoengaño, Enrique pensó que podía demostrar que la razón estaba de su parte y no en la de Catalina, pero su esposa era más inteligente y más poderosa. Enrique tenía todas las de perder, pero los delirios de grandeza del monarca, no solo la noción que tenía de sí mismo sino de su país, no le permitieron ver la realidad. Al final, Catalina consiguió imponerse y el papa no le concedió el divorcio a Enrique. Un petulante Enrique maldijo a los extranjeros miserables e impulsó su propio Brexit al separarse de la Iglesia católica. A continuación, los ingleses lucharon los unos contra los otros, a favor y en contra de esta nueva identidad no europea.

Mientras que España nadaba en la abundancia gracias a América del Sur, Inglaterra necesitó siglos para volver a tener relevancia mundial. Solo el mal tiempo impidió un verdadero desastre; una invasión por parte de la Armada española en 1588. Con el paso del tiempo, Inglaterra creció mientras que España inició un periodo de declive. En 1704, unas tropas formadas por soldados holandeses e ingleses tomaron Gibraltar, un peñón inhóspito de escaso valor pero que proporcionaba un puerto en un lugar estratégico en la entrada del Mediterráneo.

La decadencia de España coincidió con el auge del Reino Unido, pero a ambos países les unió su odio hacia Francia. Cuando las tropas napoleónicas invadieron España y los valientes españoles se inventaron la guerra de guerrillas, Reino Unido mandó soldados para ayudarles. Wellington acumuló grandes victorias en lo que pasó a llamarse la Guerra de Independencia.

Los soldados ingleses, bebidos, asesinaron o violaron a gran parte de la población de Badajoz y más tarde no consiguieron hacer lo mismo en Corunna (ahora, A Coruña). España se alegró de ganar la guerra y, si exceptuamos la cuestión de Gibraltar, siguió siendo un aliado del Reino Unido. Wellington regresó a su país con bastantes cuadros de Velázquez, aunque los españoles tenían muchos más y también tenían muchas más obras de otros artistas, así que no los echaron en falta.

A partir de ese momento las cosas fueron bastante mejor. Las compañías mineras inglesas mostraron a los españoles cómo se jugaba al fútbol y estos demostraron ser unos excelentes alumnos. La única mancha negra en las relaciones entre ambos países fue que Reino Unido fue cobarde y no se atrevió a intervenir en la década de los años treinta del siglo pasado cuando Hitler y Mussolini ayudaron a Franco a ganar la Guerra Civil española. Tras la victoria franquista, España inició un largo periodo de dictadura y la Alemania nazi propició la segunda guerra mundial. Muchos británicos murieron como consecuencia de esta guerra y los republicanos españoles, los mismos que los británicos no habían querido ayudar, fueron a luchar contra los nazis y fueron los primeros que entraron en París.

Había un gran problema. El general Franco quería Gibraltar. Durante años, cerró la frontera, lo que causó muchas penurias a las personas que vivían en Gibraltar e impidió que la Marina Real Británica pudiera cruzar la frontera para ir de tapas. En general, el resto del mundo consideró que se trataba de una discusión absurda. ¿Qué tipo de personas discutirían por un peñón como el de Gibraltar?

De todos los países grandes de Europa, España es el que siente más admiración por el Reino Unido. Quiere un Brexit “suave”. Posee bancos británicos, permite la entrada de los turistas británicos borrachos y acepta de buen grado la presencia en su litoral de muchos ingleses que no hablan español, algunos de ellos sin papeles, es decir, inmigrantes ilegales. En otras palabras, es muy tolerante. Aunque sigue reivindicando Gibraltar.

Esto no significa que vaya a invadir el Peñón. De hecho, lo único que pide es que se veten los futuros acuerdos entre Gibraltar y la Unión Europea. Gracias al Brexit, sus deseos se harán realidad. Los gibraltareños eran conscientes de este riesgo y una gran mayoría votaron en contra de una salida de la UE

La idea de que esta situación puede descontrolarse y que habrá que enviar lanchas cañoneras solo es del Reino Unido. Y es tan absurda como la decisión de Franco de cerrar la frontera.

Giles Tremlett es el autor del libro Isabel de Castilla: la primera gran reina europea (Isabella of Castile: Europe’s First Great Queen), publicado en Reino Unido por Bloomsbury

Traducido por Emma Reverter