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ANÁLISIS

Cómo podemos acabar con la pandemia y qué hacer para que termine antes

16 de febrero de 2021 22:27 h

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La mayoría de la gente ya se ha resignado a una primavera aún trastocada por el coronavirus con la confianza de que, para el verano y entrado el otoño, la vida en el Reino Unido haya vuelto más o menos a la normalidad. ¿Tienen razón al esperar eso? ¿Qué podemos hacer para no caer de nuevo en un ciclo de confinamientos? En resumen: ¿cómo termina esta pandemia y cómo podemos acabar con ella más rápidamente?

A nivel mundial, el Reino Unido se encuentra en la posición ventajosa de tener al menos cinco vacunas eficaces y seguras (tres autorizadas y otras dos en camino), pero hay grandes desafíos por delante. Ya conocemos las variantes, como las detectadas en Kent, Brasil y Sudáfrica, que están demostrando ser más contagiosas. En el caso de la detectada en Reino Unido, la enfermedad que provoca también puede ser más grave.

Peor aún, el proceso de mutación continua implica que algunas de estas variantes, como las detectadas en Brasil y Sudáfrica, así como otras variantes futuras, podrían sortear nuestras vacunas y la reacción inmune de nuestro cuerpo. Las consecuencias serían una pérdida de eficacia de las vacunas actuales y la posibilidad de un segundo contagio: haber tenido previamente COVID-19 no significaría ser inmune.

Rutas seguras en un camino escarpado

Lo que tenemos por delante es un camino escarpado, pero podemos trazar algunas rutas seguras. Los países más ricos, como Nueva Zelanda, Australia, Canadá, Japón, el Reino Unido y los de Europa, tienen la opción de seguir una estrategia de erradicación del virus combinando los programas de test, rastreo y aislamiento con confinamientos breves y estrictos para impedir contagios, así como con medidas en la frontera para frenar la importación de nuevas cadenas y variantes. Acabar con la epidemia en cada país es un paso, país por país, hacia un control mejor y hacia el final de la pandemia a nivel mundial.

Si estos países son capaces de extender rápidamente las vacunas a la mayoría de su población (también a los niños, teniendo en cuenta que para lograr la inmunidad de rebaño es necesario que una gran parte de la población esté inmunizada), y de evitar la llegada de variantes de otras partes del mundo, podrían levantar las restricciones y volver a una vida con visos de normalidad en los próximos seis u ocho meses. Eso significa reabrir escuelas, restaurantes, bares, gimnasios, y permitir la vuelta de los eventos deportivos y los festivales de música en directo. Habría que seguir apagando fuegos ante el más mínimo brote, pero serían incendios breves y localizados.

A cambio de esa mayor libertad en casa habría que restringir los viajes internacionales. Ya estamos viendo a Israel avanzando en su programa de vacunación a la vez que ha suspendido todos los vuelos internacionales de pasajeros. Canadá ahora exige que los viajeros internacionales solo entren por cuatro posibles aeropuertos y pasen un confinamiento controlado en hoteles. Como hemos aprendido en el último año de pandemia, ese es el camino más rápido hacia la normalidad nacional.

¿Qué significa esto para Reino Unido? Quince millones de vacunas es un comienzo increíble pero para limitar el contagio del virus hace falta un despliegue mucho mayor. La mayor parte de la población tendrá que ser vacunada. Tendremos que reforzar nuestro sistema de prueba, rastreo y aislamiento aumentando el número de tests y garantizando un apoyo suficiente a los que se autoaislan, que incluye la posibilidad de pagar a los que tengan que quedarse en casa. También tendremos que pasar todo el verano con restricciones a la circulación internacional.

El Reino Unido va en esa dirección, pero hasta ahora solo impone el aislamiento controlado a las personas que llegan de países donde hay una variante confirmada. El problema es que muchos países no tienen la capacidad de secuenciar los virus a tiempo y las variantes pueden surgir y extenderse en ellos antes de ser detectadas. Es evidente que hace falta poner en cuarentena y analizar de forma proactiva a las personas que llegan al país para, en caso de resultados positivos, secuenciar el virus. La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, se ha comprometido a adoptar este enfoque pero está a la espera de que Boris Johnson anuncie lo mismo para Inglaterra.

Desigualdades entre países ricos y pobres

Una vez que países más ricos como el Reino Unido tengan controlado su problema interno, deben asistir a los menos favorecidos en sus intentos de vacunar a la población. Mientras algunos países ricos han comprado nueve dosis por persona, muchos países pobres, sin recursos ni millones para negociar con las farmacéuticas, se han quedado sin acceso a vacunas para una mayoría de su población.

La Organización Mundial de la Salud ha pedido a los países ricos que donen dosis a la iniciativa Covax de distribución de vacunas entre los países pobres. Noruega ya ha anunciado que compartirá las dosis de vacunas con los países pobres en paralelo a la campaña de vacunación de sus propios ciudadanos. El Reino Unido se ha comprometido a donar dinero a Covax, pero no ha explicado claramente cómo se suministrarán las dosis.

No es solo por el imperativo moral de proteger las vidas de todo el mundo, sino por razones egoístas. Si el virus sigue circulando en otros lugares, puede replicarse, mutar y producir variantes más peligrosas que hagan susceptibles de contagio incluso a los ya vacunados. El fin de la pandemia solo llegará cuando se distribuyan vacunas asequibles, accesibles y eficaces en todo el mundo, algo que sigue pareciendo un objetivo tristemente lejano.

Es probable que la pandemia no termine de forma abrupta sino lentamente y país por país, a medida que cada uno va aumentando su control sobre la COVID-19 y llevando al virus hacia niveles de erradicación. Los países ricos lo conseguirán con tests, con tratamientos mejores, y con vacunas, incluso si hay que rediseñarlas y redistribuirlas continuamente. Los más pobres lucharán por ponerse al día y se enfrentarán a oleadas y rebrotes sucesivos hasta que consigan el apoyo necesario para un buen control.

Lamentablemente, esta es la historia de la salud mundial: enfermedades que se controlan y se olvidan rápidamente en las partes ricas del mundo, como el sarampión, las paperas, la rubeola, la tuberculosis y la poliomielitis, siguen siendo problemas importantes y constantes en las zonas más pobres del planeta.

Traducido por Francisco de Zárate