Los actores que sobrevivieron al bombardeo ruso del teatro de Mariúpol cuentan ahora su historia en el escenario

Shaun Walker

Úzhgorod (Ucrania) —
19 de marzo de 2024 23:03 h

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Cuando las bombas cayeron sobre el Teatro Dramático de Mariúpol, Vira Lebedynska no oyó ningún estruendo ni ninguna explosión. Desde el estudio de grabación en el sótano del teatro, donde se refugiaba junto con otros pocos trabajadores, la sensación era más bien de vacío. “Se oyó un silbido y la sensación de que el aire era succionado fuera de la habitación”, recuerda. Unos segundos antes, su gato Gabriel se había sobresaltado de repente, tal vez al percibir el ruido de un avión sobrevolando. Entonces se desató el caos: gritos, chillidos, pánico.

La actriz y profesora de canto, de 65 años, se encuentra entre los veinte trabajadores del teatro y las más de 1.000 personas que se refugiaron en el edificio cuando el Ejército ruso asedió Mariúpol en marzo de 2022. Se cree que el ataque se ejecutó con dos bombas de 500 kilogramos lanzadas desde un avión ruso, a pesar de que se sabía de manera generalizada que se trataba del mayor refugio civil de la ciudad. Las estimaciones sobre el número de muertos varían enormemente, desde “al menos 15” (Human Rights Watch) hasta 600 (Associated Press).

El pasado sábado, coincidiendo con el segundo aniversario del ataque, la Mariúpol ocupada votó en las elecciones presidenciales rusas, un espectáculo férreamente controlado y diseñado para que Vladímir Putin siga seis años más en el poder. Mientras tanto, en Kiev, Lebedynska actuó en Mariúpol Drama, una obra basada en los recuerdos de cuatro actores que se refugiaron en el interior del teatro, los cuales hablan de sus propias experiencias en el escenario.

Los cuatro integran un pequeño grupo de actores y personal del teatro que han resucitado la compañía en Úzhgorod, en el extremo occidental de Ucrania. Las representaciones tienen lugar en la gran sala del teatro principal de la ciudad, que ha cedido su escenario a la compañía de Mariúpol. También hay giras ocasionales. La función del sábado fue el estreno de la obra en Kiev. El atrezo es mínimo y el vestuario se ha cosido desde cero o se ha comprado en tiendas locales de segunda mano, pero el entusiasmo y el sentido del deber son máximos. “El cuerpo de nuestro teatro ha sido destruido, pero su corazón sigue latiendo en Úzhgorod”, dice Hennadiy Dybovskiy, el recién nombrado director del teatro, de 63 años y originario de Donetsk.

En Mariúpol Drama, cada uno de los actores sube al escenario un objeto real que le recuerda el tiempo que se refugió en el teatro. Para Lebedynska, es la etiqueta de guardarropa número 392; el personal del teatro llevaba las etiquetas colgadas del cuello para identificarse ante otras personas que pudieran necesitar ayuda para orientarse. Para Dmitro Murantsev, de 24 años, es el pijama de Spider-Man de una sola pieza que llevó durante todo el asedio, ya que era la prenda que más le abrigaba.

La pérdida y el pánico

En la obra también actúan Ihor Kytrysh, de 43 años, y su esposa, Olena Bila, de 42. Ambos han actuado en el teatro de Mariúpol durante más de 20 años. Dejaron el teatro el día antes de la explosión, arriesgándose a atravesar la línea del frente para salir de la ciudad. Están agradecidos por haber logrado salir, con su hijo, pero, como la mayoría de los habitantes de Mariúpol, sienten una profunda pérdida por todo lo que dejaron atrás. Habían ahorrado durante 20 años para comprar un piso, lo habían adquirido en los meses anteriores a la guerra y acababan de terminar las reformas. Nunca llegaron a mudarse a su nuevo hogar.

Para ellos, uno de los recuerdos más inquietantes es la sensación de erosión de la autoridad y las normas sociales al principio del asedio. “Pudimos ver el momento en que se rompían las relaciones humanas normales, el momento en que los instintos de autoconservación de la gente entraban en acción y una parte de la población empezaba a saquear y a dejarse llevar por el pánico. Ya habíamos interpretado papeles en obras de teatro sobre este tipo de desintegración social, pero nada te prepara para verlo en la vida real”, dice Bila.

Lebedynska explica que no hizo caso de las súplicas de su hijo para que abandonara Mariúpol en las semanas antes de la invasión rusa porque ella no pensó que fuera posible una guerra a gran escala. Cuando el conflicto estalló, cogió una mochila con sus pertenencias de valor y a su gato Gabriel, y se dirigió al teatro. Ella y otros compañeros acamparon en el estudio de grabación del sótano, que tenía un retrato de Mozart en la pared y un sofá para dormir. 

“Al principio no había muchas más personas, pero entonces alguien abrió las puertas y la gente empezó a entrar a raudales. Habían oído que habría una evacuación organizada del teatro, pero no la hubo, así que al final todos se quedaron en su interior”, recuerda.

La gente cocinaba en hogueras al aire libre y se llevaba decorados y objetos de atrezo de los almacenes para dormir. En ocasiones, algunas personas intentaron salir en coche de Mariúpol, pero a menudo regresaban horas después diciendo que les habían disparado.

Lebedynska no recuerda con claridad las secuelas del ataque, solo le quedan en la memoria unas pocas instantáneas punzantes: padres abofeteando la cara de una niña pequeña, intentando reanimarla; gente tropezando en la calle, ensangrentada. Gabriel, el gato, desapareció. No tuvo tiempo de buscarlo. Caminó durante dos horas por la ciudad en ruinas, en bata, antes de detenerse a pasar la noche en un apartamento a las afueras de Mariúpol con las ventanas rotas. Su viaje fue una odisea de estrés extremo, incomodidad y controles.

Los que se quedaron

Puede resultar extraño actuar con una compañía incompleta ante un auditorio casi vacío, en un teatro situado a más de 1.000 kilómetros de Mariúpol, en el extremo opuesto de Ucrania. Pero Dybovskiy afirma que seguir adelante es un importante acto de rebeldía. “Este es el único colectivo profesional que enarbola la bandera de la región de Donetsk. No dejaremos que los orcos rusos se apropien de nuestras tradiciones teatrales de Donetsk”, dice.

Sin embargo, estas palabras enmascaran una realidad difícil. De los casi 200 empleados del teatro antes de la guerra, solo unos 50 han abandonado Mariúpol, y se han unido a diversos teatros ucranianos o se han mudado al extranjero. El resto se ha quedado y algunos se han unido a un nuevo teatro creado por las autoridades rusas de ocupación, llamado Teatro Dramático Ruso de la Orden Republicana de la Insignia de Honor de Mariúpol.

Kytrysh y Bila explican que les sorprendió ver cómo muchos de sus antiguos compañeros tomaban esa decisión. “La guerra ha mostrado cómo es cada uno. Hubo gente que se fue, pero luego volvió. Hay gente que pensábamos con seguridad que se iría, y al final trabajan para los rusos”, explica Kytrysh.

El exdirector del teatro, Volodímir Kozhevnikov, perdió a varios familiares durante el asedio y explicó a sus compañeros que se quedaba porque quería enterrarlos. Ahora dirige el departamento musical del nuevo teatro, que actúa en una sala provisional de Mariúpol porque el edificio original del teatro quedó destruido, sin posibilidad de reparación, durante el bombardeo. La compañía recientemente rusificada ya ha hecho varias giras por regiones rusas, y Moscú ha enviado actores y directores a trabajar en territorio ucraniano ocupado. El teatro participa con frecuencia en conciertos “patrióticos” dedicados a las fiestas nacionales rusas y su orquesta es invitada para tocar marchas militares.

La directora de teatro moscovita Nika Kosenkova dirigió recientemente Festín durante la peste, de Alexander Pushkin, una breve obra sobre celebraciones grotescas en tiempos de muerte y enfermedad, una elección al parecer sin ironía. En un vídeo emitido por la televisión local aparece explicando a los actores que “lo más importante es entender el texto de Pushkin y su entonación... hablar correctamente y ser personas cultas”, antes de parodiar el sonido de un acento ucraniano en ruso como ejemplo de cómo no se debe hablar.

Lebedynska cuenta que, en los meses posteriores a su huida a territorio controlado por Ucrania, aún mantenía algún contacto telefónico con compañeros que se habían quedado. “Creo que muchos de ellos simplemente habían estado esperando a que llegara el 'mundo ruso'. La gente me decía que el teatro había sido bombardeado desde dentro. Yo les decía: 'No voy a discutir contigo, pero piensa bien lo que dices'”, señala.

Murantsev cree que estas opiniones son más bien un mecanismo de supervivencia de personas que no pueden soportar la idea de abandonar su ciudad natal. “No creo que muchos fueran unos férreos partidarios de Rusia, más bien creo que se sienten 'apolíticos' y prefieren no hablar”, dice.

Los extrabajadores del teatro que ahora viven en Úzhgorod se preguntan si algún día podrán volver a casa, y se quedan tanto con los horribles recuerdos del asedio como con un sentimiento de añoranza por un lugar que ya no existe. “El tiempo no me ha curado, pero al menos he podido distanciarme un poco. Todavía me despierto por la noche con intensos ataques de pánico. Todo esto se queda contigo, dentro de ti”, dice Lebedynska.

Traducción de Emma Reverter.