En la noche del sábado, la violencia que el pensador ultranacionalista ruso Alexander Dugin llevaba décadas propagando entró de golpe en su propia vida. Un coche bomba a las afueras de Moscú mató a su hija, Daria Dugina.
De pelo largo y barba canosa, puede decirse que Dugin es uno de los ideólogos más conocidos de Rusia. En varias ocasiones ha sido descrito como “el cerebro de Putin” o “el Rasputín de Putin”, aunque la influencia que ejerce sobre el presidente ruso sigue siendo objeto de acalorados debates.
Nacido en 1962 en el seno de una familia de alto rango militar, Dugin vivió su primera juventud como disidente anticomunista uniéndose a varios excéntricos colectivos de vanguardia. Surgidos en las dos últimas décadas de la Unión Soviética, Dugin era conocido dentro de ellos por sus coqueteos con la política de la Alemania nazi.
En la década de los noventa se dio a conocer a nivel nacional escribiendo para el periódico de extrema derecha Den. En un manifiesto publicado por dicho periódico en 1991, Dugin expuso por primera vez la visión ultranacionalista y antiliberal que tenía para Rusia, un país que según él estaba destinado a enfrentarse a un Occidente individualista y materialista.
Durante los turbulentos años que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética, Dugin cofundó junto al novelista Eduard Limonov el Partido Nacional Bolchevique, que fusionaba el simbolismo y la retórica del fascismo con el de los nostálgico-comunistas.
Su visión de Ucrania
La visión del mundo de Dugin se articuló más claramente en su libro 'Los fundamentos de la geopolítica', publicado en 1997. Aparentemente el texto llegó a ser uno de los manuales de la academia del Estado Mayor ruso y sirvió para reafirmar su transición de disidente a pilar destacado del establishment conservador.
En el libro, Dugin expone su visión para dividir el mundo: Rusia debería reconstruir su esfera de influencia mediante anexiones y alianzas; y Ucrania no debería ser un Estado soberano. “Ucrania como Estado no tiene ningún significado geopolítico, ninguna importancia cultural particular o significado universal, ninguna singularidad geográfica, ninguna exclusividad étnica”, escribió. “Sus inequívocas ambiciones territoriales representan un peligro enorme para toda Eurasia y sin una solución para el problema ucraniano, en general, no tiene sentido hablar de política continental”.
Algunas de las opiniones de Dugin sobre Ucrania fueron repetidas 25 años después por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en el ensayo de 4.000 palabras “sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos” que fue ampliamente interpretado como un preámbulo de la invasión que lanzó seis meses después de publicarlo. En su primera aparición pública tras la muerte de su hija, Dugin denunció lo que considera “un acto terrorista del régimen nazi ucraniano”.
Pero cuando en el año 2000 Putin se convirtió en presidente, no estaba en absoluto garantizado que las ideas radicales contra Ocidente de Dugin terminarían convirtiéndose en el pensamiento dominante de Moscú. Impulsado por los altos precios del petróleo de la época y con los rusos de a pie entregándose a la comida rápida y a la cultura pop de Occidente, el recién elegido Putin parecía estar más preocupado entonces por integrar al país en el sistema capitalista global.
“Debemos matar, matar y matar”
Las ideas totalitarias e iliberales de Dugin se consideraron irrelevantes y el pensador quedó relegado a los márgenes del poder político. Sin embargo, siguió escribiendo y enseñando y desarrollando cada vez más el concepto de Eurasianismo, una doctrina de fascismo a la rusa que pone en Moscú el centro de un imperio rival al Occidente atlantista.
La situación de Dugin cambió en 2012, cuando Putin regresó a la primera línea del poder tras las protestas multitudinarias contra el Gobierno y adoptó su visión conservadora para el país. Dugin se sentiría más reivindicado aún cuando Rusia se anexionó Crimea en 2014 y lanzó una guerra sangrienta en el Donbás tras la revolución de Kiev a favor de Occidente. “Creo que debemos matar, matar, matar [a los ucranianos], no se puede hablar de otra manera”, dijo entonces Dugin a sus seguidores en un vídeo, convirtiéndolo en uno de los personajes públicos rusos más odiados en Kiev.
A pesar de su violenta retórica, Dugin siguió viajando al extranjero y manteniendo vínculos estrechos con los pensadores de la nueva derecha que en Europa también clamaban contra el liberalismo democrático, el feminismo y la dominación estadounidense. Dugin era invitado con frecuencia a conferencias por todo el mundo, participando tan recientemente como en 2019 en un debate en Ámsterdam con el filósofo francés Bernard-Henri Lévy.
Al parecer, Dugin viajaba dentro y fuera de Rusia sin escolta, lo que algunos se han apresurado a apuntar como una de las explicaciones del ataque de este sábado, supuestamente ejecutado para terminar con su vida.
Hace tiempo que está en debate la influencia real que Dugin ejerce sobre Putin en su día a día. Algunos analistas rusos lo llaman el “guía espiritual de Putin”, mientras que otros, sobre todo los de Moscú, dicen que es un personaje irrelevante preocupado por aparecer cerca del Kremlin para obtener beneficios personales. Al parecer, Dugin pedía hasta 500 euros para conceder entrevistas a medios de comunicación occidentales.
Dugin no tiene ni una sola foto con Putin y dentro del Estado nunca ha ocupado un cargo oficial. “Este pseudointelectual de caricatura no forma parte del sistema de toma de decisiones”, escribió horas después del atentado con coche bomba Leonid Volkov (un aliado clave del opositor encarcelado Alexei Navalny).
Pese a todo, es cierto que su nacionalismo ruso se ha hecho indiscutiblemente popular entre gran parte de la élite política rusa y que sus opiniones han servido para dar forma a las ideas con que se justificó la invasión de Ucrania.
El asesinato de su hija Darya, periodista afín al Kremlin y alineada ideológicamente con Dugin, va a conmocionar a las altas esferas de la sociedad rusa. Las imágenes del coche incendiado que circularon por toda Rusia también traerán a la memoria los turbulentos años 90, cuando los asesinatos con coche bomba eran algo cotidiano. Una época sombría que la presidencia de Putin se había comprometido a erradicar.
Traducido por Francisco de Zárate