OPINIÓN

Hace dos años empezamos las huelgas estudiantiles por el clima y el mundo continúa en su negacionismo

20 de agosto de 2020 21:49 h

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Este jueves 20 de agosto se ha cumplido el segundo aniversario de la primera huelga estudiantil contra el cambio climático. En retrospectiva, han pasado muchas cosas. Millones de personas han tomado las calles para unirse a una lucha por el clima y la justicia ambiental que empezó hace décadas. Y el 28 de noviembre de 2019, el Parlamento Europeo declaró una “emergencia climática y medioambiental”.

A pesar de estos avances, lo cierto es que en estos dos años el mundo ha emitido más de 80 gigatoneladas de CO2. A lo largo y ancho del mundo se han producido continuos desastres naturales: incendios, olas de calor, inundaciones, huracanes, tormentas, desaparición del permafrost y colapso de glaciares y ecosistemas enteros. Se han perdido muchas vidas y medios de subsistencia. Y esto es sólo el comienzo.

En la actualidad, los líderes de todo el mundo hablan de una “crisis existencial”. La emergencia climática se discute en innumerables foros de debate y cumbres. Se alcanzan compromisos, se pronuncian discursos grandilocuentes. Sin embargo, cuando se trata de actuar, todavía estamos en una fase de negación. La crisis climática y ecológica nunca ha sido tratada como una crisis. La brecha entre lo que tenemos que hacer y lo que realmente se está haciendo crece cada minuto: de hecho, la pasividad política nos ha llevado a perder dos años más.

El mes pasado, justo antes de la cumbre del Consejo Europeo, publicamos una carta abierta con peticiones concretas a los líderes de la UE y del resto del mundo. Desde entonces, más de 125.000 personas han firmado esta carta.

Europa tiene la responsabilidad de actuar. La UE y el Reino Unido son responsables del 22% de las emisiones mundiales históricas acumuladas, una cifra solo superada por Estados Unidos. Es inmoral que los países que menos han hecho para causar el problema sean los primeros en sufrir las peores consecuencias. La UE debe actuar ahora, ya que este es el compromiso que asumió en el Acuerdo de París.

Entre nuestras peticiones se incluye la de frenar todas las inversiones y subvenciones al sector de los combustibles fósiles, así como despojarse de los mismos, hacer del ecocidio un crimen internacional, diseñar políticas que protejan a los trabajadores y a los más vulnerables, salvaguardar la democracia y establecer cuotas de emisiones de carbono anuales y vinculantes basadas en la mejor información científica disponible.

Entendemos que el mundo es complicado y que lo que pedimos puede no ser fácil o puede parecer poco realista. Pero lo cierto es que todavía está menos conectado con la realidad el creer que nuestras sociedades serán capaces de sobrevivir al calentamiento global al que nos dirigimos, así como a otras consecuencias ecológicas desastrosas. Inevitablemente vamos a tener que cambiar de forma fundamental de una manera u otra. La pregunta es quien impondrá las condiciones de esos cambios: la naturaleza o nosotros.

En el acuerdo de París, los líderes mundiales se comprometieron a mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2 grados y aspiraban a no sobrepasar los 1,5 grados. Nuestras peticiones son una constatación de lo que significa asumir este compromiso. Sin embargo, son un acuerdo de mínimos si queremos cumplir los compromisos adquiridos.

Así que si los líderes no están dispuestos a atender a nuestras peticiones, tendrán que empezar a explicar por qué están dando la espalda al Acuerdo de París, a sus promesas y a las personas que viven en las zonas más afectadas por la emergencia climática. Tendrán que explicar por qué están dando la espalda a la posibilidad de ofrecer un futuro seguro a sus hijos. Renuncian sin siquiera intentarlo.

La ciencia no le dice a nadie lo que tiene que hacer, simplemente recaba y presenta información verificada. Depende de nosotros analizar esta información y sacar conclusiones. Al leer el informe SR1.5 del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) y el informe sobre la brecha de emisiones del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente), así como lo que los líderes han firmado en el acuerdo de París, se ve que la crisis climática y ecológica ya no se puede abordar desde el marco actual. Incluso un niño puede darse cuenta de que las políticas no encajan con la evidencia científica disponible.

Tenemos que poner fin a la actual destrucción y explotación de nuestros sistemas de soporte vital y avanzar hacia una economía libre en carbono que se centre en el bienestar de todas las personas, la promoción de la democracia y la defensa del mundo natural.

Si queremos tener la oportunidad de mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 grados, nuestras emisiones deben comenzar a reducirse rápidamente hacia cero y luego a cifras negativas. Es una realidad. Y como no tenemos todas las soluciones técnicas que necesitamos para lograrlo, tenemos que trabajar con lo que sí está a nuestro alcance. Y esto tiene que incluir dejar de hacer ciertas cosas. Esto también es una realidad. Sin embargo, es un hecho que la mayoría de la gente se niega a aceptar. Sólo pensar en estar en una crisis de la que no podemos comprar, construir o buscar una manera de sortear el problema crea algún tipo de cortocircuito mental colectivo.

Esta mezcla de ignorancia, negación e inconsciencia es la esencia del problema. Ante esta realidad, podemos organizar tantas reuniones y conferencias sobre el cambio climático como queramos. No conducirán a un cambio significativo, porque no se vislumbra la voluntad de actuar y la toma de conciencia colectiva necesaria. El futuro todavía está en nuestras manos. Pero el tiempo se desliza con rapidez y se nos escapa de las manos. Todavía podemos evitar las peores consecuencias. Pero para hacerlo, tenemos que afrontar la emergencia climática y cambiar nuestra forma de actuar. Y esa es la incómoda verdad de la que no podemos escapar.

Greta Thunberg es una activista sueca de 17 años que lucha contra el cambio climático. Este artículo fue escrito conjuntamente con las jóvenes activistas Luisa Neubauer de Alemania, Anuna de Wever de Bélgica, y Adélaïde Charlier de Bélgica.

Traducido por Emma Reverter