La evasión fiscal es una de las grandes injusticias de nuestro tiempo. Se recortan servicios con la justificación de que falta de dinero público disponible mientras las grandes empresas y particulares tremendamente ricos encuentran formas de evitar pagar impuestos. Empresas que dependen de la generosidad del Estado –desde las infraestructuras hasta el sistema educativo que forma a sus empleados, pasando por las ayudas para trabajadores– se niegan a aportar nada al cambio. Las pequeñas empresas que no tienen medios para explotar los agujeros legales son destruidas por las grandes que sí.
En la base de la pirámide se persigue a los que defraudan con las ayudas públicas por cantidades de dinero relativamente insignificantes, mientras que en la cúspide las empresas de contabilidad ayudan a diseñar las leyes fiscales y luego enseñan a sus clientes a esquivarlas. La evasión fiscal representa un orden social injusto: uno en el que se aplican diferentes normas en función de tu riqueza y tu poder y en el que las sociedades están manipuladas en favor de élites descaradamente ambiciosas.
Por eso la decisión que ha tomado este martes la Comisión Europea –obligar a Apple a abonar 13.000 millones de euros en impuestos no pagados– es tan significativa. Apple es una de las mayores empresas del mundo. Su acuerdo con Irlanda le ha permitido pagar pocos impuestos sobre los ingresos obtenidos por todo el continente, y esto, según ha dictaminado Bruselas, incumple las normas sobre ayudas estatales. También representa un rechazo desafiante a los intentos de EEUU de defender a las grandes empresas que eluden pagar impuestos.
Esta es una reivindicación de las protestas. La justicia fiscal solo está en la agenda porque los movimientos sociales la han puesto ahí. Es un tema que antes solo emocionaba a quienes estaban en los márgenes del debate político. Años de activismo han cambiado eso. Quienes están en una posición de autoridad están respondiendo a la presión desde abajo. Y eso nos da una lección esclarecedora. Las protestas y el activismo pueden parecer a menudo un esfuerzo solitario, duro y desagradecido. El cambio social es muchas veces una historia de derrota seguida de un revés, seguida de otra derrota seguida de otro revés, y luego el éxito.
Otro ejemplo llamativo es el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP). Este tratado negociado entre la Unión Europea y Estados Unidos daría a las grandes empresas el poder de denunciar a gobiernos electos en tribunales secretos para bloquear políticas que puedan dañar sus beneficios. Años de campañas y protestas contra eso por toda Europa han dado sus frutos: este lunes el vicecanciller de Alemania declaró que el TTIP ha “fracasado de facto”, y el martes el secretario de Estado francés de Comercio Exterior ha pedido el fin de las negociaciones del tratado. El poder de la gente ha ganado.
A menudo nos hablan de lo inútiles que son las manifestaciones y el activismo. Pero estas victorias nos dicen lo contrario, y deberían animarnos a confrontar también otras injusticias. Con un poco de determinación y resistencia, esas injusticias se pueden superar, y esa es una lección que los poderosos deben temer.
Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo