Blair y otros tergiversaron la realidad, alentando una guerra sobre el cuadro defectuoso que habían dibujado
Todavía hoy, la invasión de Irak tiene horribles consecuencias: un baño de sangre en Bagdad y una terrorífica guerra por parte de ISIS contra el mundo. Todavía no estoy seguro de si la existencia de armas de destrucción masiva fue el motivo principal para emprender la acción militar. Quizá un cambio de régimen –la expulsión de Sadam Hussein, al que tanto Bush como Blair consideraban parte del mal que había provocado el 11 de septiembre– fue el motivo fundamental. Sin embargo, la erradicación de las armas de destrucción masiva fue el objetivo que los líderes de gobierno de la coalición señalaron como su justificación central para la guerra y, por tanto, es natural que nos centremos en ello.
En los meses que precedieron a la invasión, las fuerzas de inspección de la ONU que yo dirigí habían llevado a cabo unas 700 reconocimientos sin encontrar ni rastro de armas de destrucción masiva. Meses después, los investigadores de Estados Unidos llegaron a la misma conclusión. Si el objetivo fue erradicar las armas de destrucción masiva, el derramamiento de sangre, la muerte y la destrucción todo ha sido absurdo. ¿Cómo es que estaban convencidos los líderes de Estados Unidos y Reino Unido de la existencia de armas en los días y semanas anteriores a la guerra?
En una conversación telefónica con Tony Blair el 20 de febrero de 2003, le insinué que resultaría absurdo si 200.000 soldados invadían Irak y no encontraban nada. En ese momento también le dije que después de cientos de inspecciones –incluidas algunas zonas recomendadas por los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido– no se habían encontrado pruebas de un programa de armas de destrucción masiva.
Blair respondió que el informe de inteligencia era claro: Sadam había recibido su programa de armas de destrucción masiva. No obstante, el presidente francés, Jacques Chirac, tenía una opinión diferente. Nos contó, a mí y al director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, Mohamed El Baradei, que él pensaba que allí no había armas de destrucción masiva y que varias agencias de inteligencia nacionales se habían “intoxicado” las unas a las otras al compartir información. Lo hicieron. Además, los signos de interrogación que utilizaban estas agencias por precaución habían sido reemplazados por signos de exclamación a nivel político.
Blair y otros líderes tergiversaron la realidad, alentando una guerra sobre el cuadro defectuoso que ellos mismos habían dibujado. Yo no vi pruebas de mala fe, pero veo un error de juicio desastroso.
Irak no suponía una amenaza en 2003
Mientras que el informe Chilcot no da una opinión clara sobre la legalidad de la guerra, sí que dice que Irak en 2003 no suponía una amenaza que justificase la guerra y que hubieran necesitado años para reconstituir su programa de armas.
Comparto la visión dominante que tienen los juristas internacionales de que la guerra fue una brecha de la Carta de las Naciones Unidas. La invasión no se lanzó en defensa propia por parte de Estados Unidos y Reino Unido contra una agresión iraquí y no fue autorizada por el Consejo de Seguridad. Sadam fue un dictador brutal, pero en 2003 no era una amenaza para nadie excepto para su propio país, e Irak fue postrado a más de una década de sanciones internacionales. Tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad –China, Francia y Rusia– se opusieron explícitamente a la acción, y cientos de miles de personas en las calles de Nueva York, Londres y otras ciudades se manifestaron en contra de lo que estaba a punto de suceder.
El informe Chilcot destaca que los objetivos establecidos para la guerra no se lograron. Las armas de destrucción masiva no se erradicaron porque no existían. Los grupos de Al Qaeda no fueron eliminados porque no estaban en Irak en ese momento. Irak no se convirtió en un modelo de democracia para Oriente Medio tal y como miembros de la administración estadounidense habían previsto. Sadam fue derrocado pero Irak evolucionó de la tiranía a al caos, y esto provocó que varios grupos suníes se alinearan para formar más tarde el corazón de ISIS. Trece años después de que Estados Unidos y Reino Unido encabezasen la invasión de Irak, muchas preguntas vinculadas con la guerra persisten. Sobre todas ellas: ¿qué lecciones deberíamos extraer?
Una de las lecciones se relaciona con el valor de las inspecciones internacionales. En este caso, Estados Unidos y Reino Unido siguieron adelante con la invasión en base a datos de inteligencia defectuosos. Sin embargo, una mayor número de miembros del Consejo de Seguridad mantuvo la fe en los inspectores profesionales de la ONU y ayudó a prevenir al Consejo de que se uniera a una guerra que nunca debió librarse. Esto fue significativo, ya que las inspecciones independientes de competencia internacional siguen siendo indispensables, por ejemplo a la hora de relajar la controversia sobre el programa nuclear de Irán.
La administración Bush no estuvo particularmente preocupada por las restricciones de la Carta de las Naciones Unidas sobre la utilización de las fuerzas armadas. El Irak de Sadam se veía como una parte de los “ejes del mal” y, por tanto, como a un objetivo legítimo. Liberado de Sadam, Irak se convertiría en una democracia con lazos amistosos con Estados Unidos. Blair, tal y como había explicado en un discurso en Chicago en 1999, claramente simpatizaba con el pensamiento de que los estados capaces de actuar contra odiosos tiranos podrían asumir el papel de sheriff global e intervenir con las fuerzas armadas cuando las demás opciones fallaban.
Sin embargo, respetando la interpretación establecida por Reino Unido de la Carta de las Naciones Unidas, hizo un esfuerzo para conseguir una resolución específica por parte del Consejo de Seguridad que quizá justificase una acción armada en Irak. Los esfuerzos fueron en vano y el tren estadounidense partió hacia la invasión con Reino Unido a bordo.
Finalmente, puede que haya una esperanza de que la desastrosa experiencia en Irak pueda ser un punto de inflexión en a la hora de que los estados recurran a una intervención armada. Hemos visto cómo, en el mundo post colonial, la apropiación de tierras a la fuerza ha acabado en términos generales. La ocupación iraquí de Kuwait o la anexión de Crimea por parte de Rusia son excepciones muy condenadas.
Barack Obama tiene claramente en cuenta la reticencia generalizada en Estados Unidos de hundir las botas en tierras lejanas y también de los peligros que conlleva una intervención con fuerzas armadas sin la autorización de la ONU. ¿Es posible que el tiempo de las actuaciones militares en solitario haya terminado? ¿Quizá también ha acabado el tiempo de autoproclamarse sheriff del mundo?
Traducido por Cristina Armunia Berges