Ricardo Hegedus levanta la voz para hacerse oír por encima del estruendo de las máquinas para envasar té: “La coca es un maravilloso regalo de la naturaleza, es un estimulante leve, como el café, pero con muchas vitaminas y minerales”.
Hegedus es el gerente de Windsor, el mayor productor de té hecho con hojas de coca en Bolivia. Señala las cajas apiladas y repletas de saquitos de té: “Durante los 26 años que hace que trabajo en este lugar hemos soñado con exportar té de coca”.
Muchos en Bolivia comparten el sueño de desarrollar un mercado internacional y legal de productos derivados de la coca, como la harina, el té y los ungüentos. Para ello el presidente Evo Morales firmó este mes un decreto que pasa de las 12.000 hectáreas reconocidas en la ley de 1988 a 22.000 hectáreas legales.
El problema es que en la mayoría de los países la coca sigue siendo identificada como el principal ingrediente de la cocaína y se hace difícil encontrar un mercado legal para sus otros derivados.
Los responsables del gobierno boliviano admiten haber subestimado la oposición que se encontrarían en el ámbito internacional. Su error tiene que ver con la amplia aceptación que en su país tiene la coca como un producto inofensivo. Según el viceministro de Defensa Social y Sustancias Controladas, Felipe Cáceres, pensaron que sería fácil porque en Bolivia todos conocen los beneficios de la planta: “No teníamos idea de que había tanta gente que piensa que la coca es lo mismo que la cocaína”.
La campaña de Bolivia para despenalizar el consumo de la hoja de coca se anotó una victoria internacional en 2013, cuando se admitió una excepción en la Convención Única de la ONU sobre Estupefacientes (1961) que reconoció el derecho de los bolivianos a consumir hojas de coca dentro del territorio nacional.
Evo Morales cultivó coca
La campaña incluyó encuentros para masticar hojas de coca frente a la embajada de EEUU en La Paz. Para que no quedaran dudas, Evo Morales (antes de presidir el país cosechaba coca) también masticó hojas durante la reunión anual de la Comisión sobre estupefacientes de la ONU. “Si es una droga, deténganme”, desafió.
Desde que Morales asumió la presidencia en 2006, ya se han otorgado permisos para cultivar con hojas de coca y de manera informal 22.000 hectáreas. Esta medida fue adoptada para garantizar a todos los productores registrados un ingreso mínimo de subsistencia. Según un estudio de la Unión Europea publicado en 2014, Bolivia destina 14.700 hectáreas a producir hojas de coca para masticar y para té, lo que deja 7.300 hectáreas de coca “sobrante”.
“Si pudiéramos exportar de forma legal, los productores de coca aumentarían sus ingresos”, explicó Ricardo Hegedus. “Eso no acabaría con el tráfico de drogas, pero sería más difícil y más costoso para los narcotraficantes conseguir la coca”.
A finales de 2016, el gobierno firmó un acuerdo de exportación con Ecuador para los derivados de hojas de coca y está en negociaciones con Paraguay y Venezuela. Pero por la falta de un mercado internacional más amplio, dos fábricas productoras de coca construidas hace cinco años están hoy en declive.
La nueva ley de la coca de Morales ha sido recibida con escepticismo. La Unión Europea, uno de los aliados más importantes del país en la lucha contra el narcotráfico, anunció la semana pasada que seguiría colaborando con Bolivia, aunque los cambios de última hora por los que se aumenta la cantidad de coca permitida harán al bloque “reenfocar” sus esfuerzos.
Según Kathryn Ledebur, de la Red Andina de Información (el organismo que investiga la lucha contra el narcotráfico), la nueva ley es un paso en la dirección correcta: “Pese a los acuerdos para aumentar el cultivo, esta ley tiene valor real porque extiende de manera significativa el control del gobierno sobre la producción y la comercialización de la coca”.
Las extensas y poco pobladas fronteras de Bolivia hacen que el país no solo tenga problemas con su propia producción de cocaína sino que funcione como lugar de tránsito para la pasta de coca y la cocaína que viaja desde Perú hacia los mercados en alza de Brasil y Europa.
“La coca es parte de nuestra vida”
“La coca siempre ha sido parte de nuestra vida, y nunca habíamos tenido problemas hasta que aparecieron los narcotraficantes y la convirtieron en cocaína”, explica en la montañosa ciudad de Oruro Jorge Chambi, un vendedor callejero de bolsitas de medio kilo de hojas de coca.
Para frenar el tránsito, Bolivia firmó en 2016 acuerdos específicos con sus cincos países vecinos. Desde 2008, cuando el gobierno boliviano pidió a la Administración para el Control de Drogas (DEA) de EEUU que abandonara el país, el decomiso de cocaína también se ha incrementado año tras año.
El gobierno de Morales ha tenido éxito en limitar el cultivo gracias a un innovador programa comunitario ejecutado por el sindicato de productores de coca que garantiza que los agricultores no cultiven más de la cantidad asignada.
Según el productor de coca Emilio Flores, “el panorama es mucho más complicado” que cuando estaba EEUU. “Antes uno solo tenía que cuidarse de la policía antidrogas, ahora tus propios vecinos te pueden delatar”.
Después de Colombia y de Perú, Bolivia es el tercer país productor de coca del mundo. Pero la producción nacional ha caído un 35% desde 2010.
Para los productores, que en su mayoría no tienen relación directa con el tráfico de drogas, la coca es lo que les brinda sustento a ellos y a sus familias. “Queremos vender la hoja a todo el mundo”, asegura el productor de coca Lucio Mendoza. “Eso sería bueno para el mundo, que se beneficiará como nosotros de nuestra sagrada hoja”.
Christian Oporto, supervisor de comercio exterior de Windsor Tea, está de acuerdo: “Tenemos un producto de primera línea que no podemos sacar de nuestro país”.
Traducido por Francisco de Zárate