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The Guardian en español

La crisis migratoria que no se ve porque no afecta a Europa

Varios soldados de Sudán del Sur hacen guardia en Mvolo (Sudán del Sur).

Patrick Kingsley

Desde la frontera entre Uganda y Sudán del Sur —
  • Unos 750.000 sudaneses del sur han emigrado a otros países de África oriental desde que comenzó la guerra civil en 2013

“Evitemos el cólera lavándonos las manos”, se lee en un cartel en un campo de refugiados en el sur de la frontera de Uganda con Sudán del Sur. Es un cartel nuevo, escrito a mano, como con prisa. El tumulto que hay a pocos metros de distancia, en la entrada del campo, da una idea de por qué es tan necesario el cartel.

Cientos de refugiados de Sudán del Sur llegan cruzando la frontera, superpoblando aún más este campo que ya ha recibido el cuádruple de personas para las que tiene capacidad, incrementando el riesgo de contagio de enfermedades. Apiñados en tres autobuses, estos son los más recientes de los más de 88.000 sudaneses del sur que buscan asilo aquí desde principios de julio, cuando se reanudó la guerra civil en el país más joven del mundo. Antes los sudaneses del sur llegaban a Uganda en canoa. Ahora llegan en autobús.

La enorme afluencia ha causado una crisis en el norte de Uganda, donde en las últimas seis semanas han llegado el doble de refugiados que en toda la primera mitad del año. En los días más caóticos llegaron hasta 8.000 personas.

Y llegan con historias de una violencia brutal, de soldados que arrasan poblados y violan a las mujeres. “Fueron casa por casa”: Lilian, de 16 años, relata el ataque a su pueblo a fines de julio. “Si había un hombre dentro, lo golpeaban. Si había una mujer, y la mujer se negaba a acostarse con ellos, la golpeaban y después la violaban. Violaban a cualquier mujer. Querían que tuviéramos miedo de quedarnos allí”.

Huir monte a través

Así fue que Lilian y sus dos hermanas huyeron hacia el monte al día siguiente. Primero, cavaron un pozo para esconderse, explica. Luego se refugiaron dentro de un camión que encontraron con el conductor muerto de un disparo. A principios de agosto, las tres hermanas finalmente llegaron a Uganda.

Los trabajadores humanitarios y funcionarios oficiales no estaban preparados. Unos 750.000 sudaneses del sur han huido a otros países de África oriental desde que comenzó la guerra civil en 2013, pero se pensaba que lo peor había pasado después de que las facciones enfrentadas firmaran un frágil tratado de paz el año pasado. El acuerdo se rompió en julio, cuando seguidores del presidente Salva Kiir se enfrentaron una vez más con los seguidores del líder de la oposición, el expresidente Riek Machar, dejando que Uganda y Sudan se las arreglen con las consecuencias humanitarias del conflicto.

“La respuesta de la comunidad internacional, no sabemos si es porque tienen la atención puesta en otros sitios, pero no ha sido tan operativa como en ocasiones anteriores”, afirma el comisionado para los refugiados de Uganda, David Kazungu.

Los centros de acogida no dan abasto

Desde que se reanudó el conflicto, se han recortado las raciones de comida, rebajando a la mitad el número de calorías para todos menos para los más vulnerables. Los fondos de la agencia de la ONU para los refugiados son sólo el 20% de lo que deberían ser. Algunos centros de acogida están recibiendo el cuádruple de personas de su capacidad, lo cual trae consecuencias como falta de agua potable, y un rebrote de cólera en uno de los campos más superpoblados.

“Estoy agotado, física y mentalmente”, asegura Pascal Aklusi, uno de los funcionarios que supervisa la ayuda humanitaria en el norte de Uganda. “Necesitamos ayuda, financiamiento”.

Algunos sudaneses del sur intentan llegar a Europa, pero la cifra que migra a África oriental es comparable en escala con los recientes flujos de refugiados que llegan a Europa desde Medio Oriente. Y las experiencias que traen consigo son a menudo igual de atroces.

“Este es un tema muy importante”, dice Charlie Yaxley, portavoz de la agencia de la ONU para los refugiados en Uganda. “Casi todos los refugiados con los que hablamos llega con un relato traumático de lo que ha vivido, de grupos armados que queman poblados enteros, violaciones a mujeres y niñas, y reclutamiento forzoso de los hombres jóvenes”.

El conflicto ha menguado en Juba, la capital, donde Human Rights Watch denunció ataques a mujeres fuera de las instalaciones de la ONU y Associated Press afirmó que soldados del gobierno habían violado a trabajadoras humanitarias en sus alojamientos. Pero los enfrentamientos continúan en la zona rural del sur, provocando el éxodo masivo de este verano.

“Hay personas que llegan huyendo de un conflicto activo fuera del área de Juba”, informa Casie Copeland, analista experto en Sudán del Sur para el International Crisis Group, un centro de estudios, “En cambio, las personas que huyen de Juba, están escapando de un conflicto que ya ha terminado, pero temen que comience uno nuevo”.

Ottoviana, una profesora de 70 años jubilada, describe un ataque a una mujer de 50 años de su familia, cerca del pueblo de Loa. “La violaron en su casa”, relata Ottaviana. “Otras personas pudieron escapar, pero ella no pudo porque estaba cuidando a su hijo discapacitado”.

Ataques brutales se producen al azar

Las víctimas describen ataques brutales cometidos al azar en la zona sureste del país, perpetrados tanto por tropas del gobierno como por rebeldes. Jen Gune, una agente de policía de 30 años, estaba trabajando el 21 de julio cuando vio un grupo de soldados detener a un joven de 18 años que iba en su motocicleta y ejecutarlo. En un servicio fúnebre cercano, Gune dijo que “alguien se detuvo a ver qué había pasado y también lo mataron”.

En su trabajo como agente de policía, Gune afirma haber documentado en los últimos meses cuatro casos de violaciones cometidas por soldados en la zona de Pageri. Desde que volvieron los enfrentamientos en julio, sin embargo, asegura que sólo vio asesinatos y saqueos. “Cuando llegan a tu casa, si la puerta está abierta, entran y saquean todo. Si la puerta está cerrada, la rompen e igualmente se llevan todo”, relata Gune. “No importa si estás en la calle o en tu casa, de todas formas te matan”.

Grace Mandera –de 16 años– cuenta que, en otra parte del país, sus vecinos fueron abusados por rebeldes y tropas del gobierno. Primero los rebeldes tomaron el pueblo y obligaron a los jóvenes a unirse a sus filas, explica. Luego, cuando el ejército echó a los rebeldes, los soldados violaron al menos a tres mujeres jóvenes. A Mandera se lo contó una de las víctimas tras haber escapado con su hermano. “Si me hubiera quedado en el pueblo, también me habrían violado a mí”, dice Mandera.

Los sobrevivientes aseguran que las violaciones se están utilizando como arma de guerra. “Es una forma de obligar a la gente a irse de su pueblo,” afirma Sam Siyaga, un funcionario público de 34 años que escapó de una zona cercana. “Es muy común”.

Grupos armados roban a la gente que intenta escapar, y a los hombres jóvenes a menudo se les impide irse, obligándolos a unirse a las tropas. Para evitar ser interceptados, algunos refugiados narran haber pasado varios días escondidos en el monte, sobreviviendo comiendo hojas y arbustos salvajes. Otros esperaron cerca de una carretera donde pudiera pasar un convoy militar ugandés, como los que suelen ir y venir de Juba recogiendo ugandeses perdidos.

Después de llegar a un lugar seguro, muchos supervivientes confiesan que ni el gobierno de Sudán del Sur ni los rebeldes les inspiran confianza. “Nosotros en las comunidades, culpamos a ambos por igual”, afirma Peter Paul Odong, un profesor de Magwi, mientras se cuelga de la parte trasera de un camión dentro de la frontera ugandesa. “Después del tratado de paz, el conflicto continuó. Y es culpa de ambas partes”.

En medio del caos, los expertos creen que gente de diversos orígenes está siendo afectada por el conflicto. Kiir y Machar lucharon para distintas facciones dentro del movimiento para la liberación del país, y representan a los dos grupos étnicos más grandes del país, los dinka y los nuer respectivamente. Pero muchos de los nuevos desplazados pertenecen a tribus más pequeñas, como los madi. “Estamos viendo refugiados de tribus y zonas que no habíamos visto antes, lo cual significa que los enfrentamientos se están expandiendo a nuevos poblados,” explica Kazungu.

Incremento de refugiados no acompañados

También se ha registrado un preocupante incremento en el número de refugiados menores de edad no acompañados, según la organización Save the Children, que está pidiendo donaciones para ayudar a los recién llegados.

Desde principios de julio, casi 1.500 menores de edad no acompañados, o niños separados de sus padres, han llegado a Uganda, casi siete veces el número registrado durante la primera mitad del año, según cifras de Save the Children. El más pequeño tenía cinco años. Algunos llegaron solos porque sus padres fueron obligados a quedarse a luchar, otros fueron separados en medio del caos de la situación, lo cual llevó a Save the Children a lanzar un programa para reunificar familias y encontrar familias de acogida para los niños que quedaron solos.

“Muchos de los niños separados de sus padres llegaron con el uniforme de la escuela puesto porque no pudieron ni siquiera ir a casa a cambiarse”, dice Tonny Kasiita, líder local de la ONG en una de las provincias fronterizas. “Huyeron junto a sus profesores y compañeros de clase”.

Con las prisas de acomodar tantos niños nuevos, muchos adolescentes todavía tienen que ser ubicados para terminar el instituto. Pero comparativamente, Uganda es bastante generosa con los refugiados. A diferencia de países como el Reino Unido, Uganda permite a los refugiados trabajar tan pronto como llegan al país. A las familias se les ofrece una parcela de tierra y materiales para construir su nueva casa.

La decisión es en parte altruista, ya que varios de los líderes ugandeses fueron alguna vez refugiados. Pero en realidad nace de una noción progresista del interés propio, según Kazungu. “No vemos a los refugiados como una carga, sino como parte del desarrollo económico del país”, afirma. “Donde ellos se asientan, hay desarrollo, se construyen escuelas, instalaciones sanitarias, y son un mercado para los comerciantes locales. Compran comida a los locales, y a su vez los locales les compran a ellos”.

Una investigación del Centro de Estudios sobre Refugiados de la Universidad de Oxford subraya los beneficios económicos de las políticas ugandesas sobre refugiados. Más de uno entre cinco refugiados en Kampala, la capital de Uganda, tiene un negocio que emplea al menos a una persona, y el 40% de esos empleados son ugandeses.

“Nuestra investigación en el país subraya los beneficios positivos de salir de los campos y darles a los refugiados libertades socioeconómicas básicas”, explica el profesor Alexander Betts, director del Centro. “Los refugiados se convierten en productores, consumidores, emprendedores, empleados y empleadores. Se ayudan entre ellos y a sus comunidades. Las políticas no son perfectas pero al ofrecerles a los refugiados cierta autonomía básica, es un modelo del cual podrían aprender otros países”.

En el corto plazo, sin embargo, muchos de los refugiados recién llegados a Uganda se conforman con haber encontrado un sitio seguro. “No me siento feliz de haber dejado mi hogar”, dice Ottoviana. “Pero lo que más quiero, y lo que más quieren mis hijos, es vivir”.

Algunos nombres de los refugiados han sido modificados.

Traducido por Lucía Balducci

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