China es el nuevo epicentro de la COVID y el resto del mundo debe tener cuidado (y hacer test)
Tras casi tres años tratando de erradicar dentro de sus fronteras el virus que provoca la COVID-19, el Gobierno chino ha cambiado bruscamente de rumbo. Ahora, el país intenta “vivir con la COVID-19”. Ya no se exigen pruebas y el número de casos notificados oficialmente no concuerda con las estimaciones científicas de la situación. Según las estimaciones oficiales hay unos 4.000 casos de COVID por día, pero los científicos dicen que la cifra se parece más a un millón. El número de muertes que informan las autoridades tampoco es fiable.
La falta de transparencia del Gobierno chino y la desconfianza alrededor de sus declaraciones en torno al brote de COVID-19 han despertado la preocupación en el resto del mundo. Estados Unidos, Italia, Japón, India y Taiwán figuran entre los países que han introducido controles estrictos a los vuelos procedentes de China.
Reino Unido también exige ahora a los viajeros de China que vuelan hacia Inglaterra que presenten, antes de salir, un test negativo. Además, la Agencia de Seguridad Sanitaria de Reino Unido va a empezar pronto a tomar muestras entre los pasajeros para detectar nuevas variantes.
Tras el período de “regreso a la normalidad”, estas nuevas medidas de Occidente han desencadenado un debate: ¿es una estrategia útil someter a test a los viajeros que llegan a un país? ¿O solo sirve para guardar las apariencias? Aunque la argumentación puede ser confusa y enrevesada, hay dos cuestiones centrales: qué tipo de pruebas son útiles y qué objetivo se alcanza con ellas.
Ser rápidos y eficaces
El primer objetivo de las pruebas es identificar los casos positivos para detener los contagios. Si se demuestra que la prueba ha dado negativo antes de embarcar al vuelo, habrá menos casos positivos durante el vuelo y, por tanto, menos personas contagiadas entrando a un país.
Pero la diferencia que representan los casos importados solo es significativa cuando no hay muchos casos en los países que aplican la protección. En el verano de 2020, cuando el número de casos era bajo en Gran Bretaña, tenía sentido aplicar políticas estrictas para evitar la importación de la COVID-19 y evitar que esos casos se “sembrasen” en las comunidades y desencadenaran brotes.
Sin embargo, hoy la COVID-19 es endémica en Gran Bretaña y Estados Unidos. Eso no significa que sea inofensiva, sino que es poco probable que el número de casos se vea afectado por los importados. En esta situación, y si el objetivo es reducir el número de casos en el país, no tiene sentido hacer pruebas a los pasajeros de vuelos que llegan a Reino Unido.
El segundo objetivo de las pruebas es detectar variantes nuevas que puedan ser más contagiosas, provocar enfermedades más graves o eludir la inmunidad existente volviendo a contagiar rápidamente. Aunque detener por completo la propagación de una variante es imposible, la detección veloz de una cepa nueva puede ayudar a retrasar su propagación y proporcionar información valiosa sobre la mejor manera de responder a una situación cambiante.
Pero eso no requiere que se hagan pruebas a todas las personas cuando llegan. Con un muestreo aleatorio de los pasajeros procedentes de China bastaría para hacer un seguimiento de las variantes nuevas y detectar si ha surgido alguna que aún no se haya propagado de manera generalizada en Gran Bretaña.
Esta labor de vigilancia también se puede llevar a cabo haciendo pruebas en las aguas residuales que se vierten por los inodoros de los vuelos internacionales. De esa forma se conocen las variantes que pueden haber tenido los pasajeros sin obtener los datos de manera individual. Las aguas residuales de los aviones ya se han utilizado para demostrar que entre los pasajeros ha habido casos positivos de COVID-19 incluso cuando se presentaban pruebas negativas antes de la salida. Estados Unidos está considerando añadir la prueba de las aguas residuales al actual requisito del test con resultado negativo antes de despegar.
Convivir con el virus
Han pasado tres años desde que la Organización Mundial de la Salud alertó por primera vez al mundo de un conjunto de casos en Wuhan, y la mayoría de los países ha encontrado la manera de convivir con la COVID-19 tras las campañas de vacunación y las grandes oleadas de contagios.
Aunque la enfermedad sigue figurando entre las 10 primeras causas de muerte en Gran Bretaña, y la COVID de larga duración genera una discapacidad crónica, la mayoría de los países parecen haber aceptado pagar ese precio siempre y cuando sus hospitales no lleguen al borde del colapso. Reino Unido está asistiendo al desmoronamiento de su Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés), pero no es por culpa de la COVID-19: han sido 12 años de inversiones insuficientes en el NHS y en su personal los que han puesto contra las cuerdas un sistema sanitario que ahora tiene dificultades para asistir a los pacientes agudos y crónicos.
¿Puede surgir una variante que cambie todo el panorama? No parece probable, pero debemos evaluarlo constantemente con la información que vamos recopilando y responder con las políticas apropiadas. No se trata de vivir en un estado de pánico y preocupación constantes, sino de prepararse, planificar y poner las bases para una respuesta rápida ante futuros riesgos sanitarios.
El Gobierno chino
Comenzamos el año 2023 y el centro de la pandemia ha vuelto a China. Con los distintos niveles de protección que dieron los gobiernos, el huracán global COVID causó daños en todo el mundo golpeando con intensidades diferentes en cada momento y lugar. China está siendo muy golpeada en este momento. Es difícil hacerse una idea de lo que está sucediendo ateniéndose a la versión oficial de los hechos porque el Gobierno está empeñado en proteger su reputación.
Una vez más, debemos recordar que el Gobierno de China no es lo mismo que China. El pueblo chino se enfrenta ahora su peor oleada de COVID-19 y los científicos chinos están proporcionando al mundo datos de alto valor, a menudo con un gran coste para ellos mismos.
* Devi Sridhar es catedrática de Salud Pública Mundial en la Universidad de Edimburgo.
Traducción de Francisco de Zárate
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