Combatiendo el estigma del VIH entre fogones

Ashifa Kassam

Toronto (Canadá) —

Hasta hace poco, la mayoría de estos chefs no había entrado en la cocina de un restaurante. Ahora cortan carne y extraen con sumo cuidado las semillas de una granada mientras preparan un elaborado menú de cuatro platos para más de 100 comensales.

El equipo, compuesto por 14 personas, trabaja para abrir un restaurante pop-up (un negocio efímero que abre durante un corto período de tiempo) en Toronto con un concepto único: el primer restaurante del mundo en el que todos los empleados son seropositivos.

“Queríamos ser capaces de desafiar de verdad el estigma que todavía hoy existe alrededor del VIH”, dice Joanne Simons de Casey House, un hospital independiente, y el primero en su género, para gente viviendo con VIH/Sida. La idea del restaurante nació a raíz de una encuesta que sugería que sólo la mitad de los canadienses compartirían o comerían comida preparada por alguien seropositivo.

De media, siete canadienses son diagnosticados de VIH al día, un ritmo que sólo ha descendido un poco desde los años ‘80.

Cuando Casey House abrió sus puertas en 1988, su primer paciente fue llevado a las instalaciones escoltado por profesionales sanitarios con trajes de protección bioquímica. A pesar de los grandes avances para tratar la enfermedad y un mejor entendimiento de cómo se contrae, gran parte del estigma sigue presente hoy en día, dice Simons. “Creo que todavía persiste la noción de que si tienes contacto humano normal con alguien un portador del VIH, puedes contraerlo y sigue siendo una sentencia de muerte”.

Dudas en las redes sociales

Señala como ejemplo de esto la reacción en redes sociales a la apertura del restaurante. Sin embargo, estos comentarios presentan una oportunidad única para abordar públicamente algunos de los mitos que siguen estando presentes en relación con el VIH.

“Muchos preguntaban qué pasaría si alguien se corta en la cocina y es seropositivo”, dice Simons. “Gestionamos eso igual que se haría en cualquier cocina: asegurarnos de prestar primeros auxilios, limpiar la zona, tirar todo lo que haya podido estar en contacto con la sangre y limpiar todas las superficies. Haríamos eso sin tener en cuenta que se tenga VIH o no, es puro sentido común”.

Otros se preguntaban por el riesgo de contagio. “No hay ningún riesgo en absoluto de que alguien pueda contraer el VIH compartiendo una comida”, dice Simons. “El VIH no resiste fuera del cuerpo, y además el virus también moriría durante el proceso de cocción”.

En las semanas previas a la apertura, las 14 personas reclutadas para formar el equipo de cocina pasaron horas con el chef Matt Basile para diseñar un menú. Mientras que se preparaban para cocinar platos como sopa tailandesa de puerro y patata o char pappardelle ártico, Basile los formó en preparación culinaria.

Luchando por derribar el estigma

Muluba Habanyama, una cocinera que perdió a sus padres por la enfermedad, se pregunta qué habrían pensado ellos del restaurante. “Sé que si estuviesen vivos y viendo esto, sería irreal para ellos”, dice la joven de 24 años. “Durante mi infancia yo sabía que era seropositiva, pero también sabía que era un secreto que se guardaba en familia”.

De pequeña en las fiestas de pijama le preocupaba que la pillasen tomando sus medicinas. Y también experimentó en primera persona cómo cambió la percepción cuando reveló su secreto. “Una de mis mentoras me hizo comer en platos y vasos de papel mientras que su esposo y ella comían con vajilla. Tenía unos siete años...me hizo mucho daño”.

Después de que a los 19 años muriese su madre de la enfermedad, Habanyama acabó con depresión. “Mi hermana y yo teníamos que organizar el funeral. La gente venía y preguntaba qué había pasado. Nos inventábamos historias”, dice la joven. “No pude llorar su muerte de manera correcta porque estaba inventando mentiras y no podía decir la verdad a mis amigos y familia lejana de lo que estaba ocurriendo”.

La experiencia le llevó a reconocer su condición abiertamente en 2014. “Simplemente sé que nunca quiero volver a ese período de oscuridad”, dice Habanyama. “Pero sigue poniéndome nerviosa porque no sabes cómo va a cambiar la actitud de la gente o el ambiente. No quieres ser la chica con VIH sin más”.

Trevor Stratton comparte este sentimiento. Ahora con 52 años, le diagnosticaron VIH hace 27 y lleva más de la mitad de su vida siendo seropositivo. “Intenta conseguir una cita siendo seropositivo”, dice Stratton. “Siempre lo digo, incluso en webs de citas online. La gente no quiere hablar contigo. La primera cosa que dicen es ‘¿cómo lo cogiste?’”

Un problema doble entre minorías

La madre de Stratton es indígena canadiense y ha trabajado durante años para concienciar sobre el VIH y el sida entre las población aborigen en Canadá. “En términos de incidencia de VIH tenemos más del doble que la media nacional”.

En la provincia de Saskatchewan, las tasas de contagio en los últimos años se parecen a las de algunos países en vías de desarrollo. “La mayoría de la gente es indígena y muchos de ellos están contrayendo VIH por medio del consumo de drogas inyectadas. Está ligado al trauma, al sistema residencial escolar y toda esta historia que tenemos en Canadá”, dice Stratton.

Señala el estigma que ya tienen que llevar los diagnosticados con el VIH. “Y entonces si eres indígena o quizás africano, caribeño o negro, hay muchas capas, intersecciones de estigma y discriminación”.

Stratton no dudó en participar en la oportunidad de trabajar como cocinero en el restaurante, en la que describe como una oportunidad crucial de resaltar una cuestión que ha sido ignorada en gran parte durante los últimos años. “Necesitamos ayuda, necesitamos aliados, necesitamos ser reconocidos como una importante población afectada”, dice Stratton. “Somos invisibles. Y este es nuestro trabajo: intentar situarnos en el mapa”.

Traducido por Marina Leiva