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La comunidad judía en Polonia teme por su futuro bajo la nueva ley del Holocausto

Christian Davies

Varsovia —

Incluso en un día despejado, la neblina de la historia ensombrece el clima de Varsovia. Destruida durante la ocupación alemana nazi y reconstruida por el gobierno comunista, lo que le puede faltar a la capital polaca en términos de encanto arquitectónico lo compensa con monumentos, estatuas, placas y santuarios dedicados al sufrimiento colectivo y al sacrificio individual.

Un homenaje menos conocido es una placa en la estación de ferrocarriles GdaÅ„ska, construida en la época socialista en el norte de la ciudad. Desde aquí, muchos polacos de origen judío partieron tras la “campaña antisionista” en marzo de 1968, cuando la Guerra Fría y una lucha interna de poder dentro del Partido Comunista Polaco desembocaron en una campaña de propaganda antisemita que obligó a miles de judíos polacos a abandonar su país.

“No es posible ser leal a la Polonia socialista y al Israel imperialista a la vez”, había declarado en 1968 el primer ministro, Józef Cyrankiewicz. “Quien quiera afrontar estas consecuencias emigrando no encontrará ningún obstáculo”. La placa presenta un homenaje firmado por el escritor judío de origen polaco Henryk Grynberg: “Para aquellos que emigraron de Polonia en marzo de 1968 con un billete de ida. Dejaron detrás algo más que sus posesiones”.

En pocas semanas, la comunidad judía del país conmemorará el 50º aniversario de los sucesos de marzo de 1968. Y lo hará en medio de lo que podría considerarse la peor crisis en las relaciones judeo-polacas desde la caída del comunismo en 1989, por la aprobación de una polémica ley que criminaliza la atribución de complicidad al Estado polaco o a la nación polaca en los crímenes cometidos por el nazismo alemán durante el Holocausto.

Aunque popular en el país, la ley firmada la semana pasada por el presidente Andrzej Duda se ha convertido en una catástrofe diplomática y de relaciones internacionales. Académicos, supervivientes del Holocausto y gobiernos afines se han unido para criticarla y manifestar su preocupación por el potencial efecto paralizador que la ley podría tener en el estudio y el entendimiento del Holocausto.

La consiguiente polémica ha despertado una guerra de declaraciones entre políticos polacos e israelíes y el resurgimiento de una retórica antisemita en Polonia, ya que los medios de comunicación nacionalistas y partidarios del Gobierno se refieren a una campaña internacional contra Polonia, supuestamente orquestada por poderes extranjeros y grupos de judíos de otros países.

Antisemitismo creciente

Altos cargos del Gobierno argumentan que la controversia ha sido montada por grupos de judíos que buscan una compensación económica por la apropiación de bienes y propiedades durante la ocupación nazi. Un editorial en la página web de derechas TV Republika describe la crisis como “la mayor prueba de lealtad de los judíos polacos cuyas organizaciones están vinculadas personal o institucionalmente a los judíos estadounidenses”, y los acusa de “no defender lo suficiente a Polonia y a los polacos en la escena internacional”.

“Nos quieren doblegar. Esto es un tema de soberanía, verdad y dinero”, afirmaba la portada de Sieci, un semanal muy vinculado al partido gobernante Ley y Justicia.

Miembros de la comunidad judía de Polonia y activistas involucrados en el diálogo y la reconciliación entre ambas comunidades han expresado su consternación por el deterioro del debate público. Si bien destacan que la crisis actual no se compara a la de marzo de 1968, muchos de ellos afirman que, cuando se está cuestionando una vez más su lealtad hacia el país, es difícil no escuchar ecos de la retórica de la “campaña antisionista”.

“Estamos recibiendo a diario declaraciones antisemitas y antijudías”, asegura Anna ChipczyÅ„ska, presidenta de la Comunidad Judía de Varsovia. “Miembros de la comunidad sienten que se está cuestionando su lealtad, que la gente espera que tomen partido de un lado o el otro. Algunos de nuestros miembros también nos hablan del silencio de amistades y compañeros de trabajo frente a estos ataques, y esto duele mucho”.

“En 1968 se hablaba de una conspiración sionista internacional; ahora hablan de una conspiración antipolaca internacional”, indica Jan Gebert, que escribió una carta abierta a los parlamentarios polacos en representación de los judíos polacos, expresando su preocupación por la ley que criminalizará dar testimonio sobre polacos que chantajearon o asesinaron a judíos durante el Holocausto. “Cuando has crecido en la cultura polaca, entiendes que no hay una diferencia fundamental entre las dos cosas”.

Extranjeros en su propio país

Desde su oficina en la sinagoga Nożyk de estilo neorromático, el único templo judío de Varsovia que sobrevivió a la guerra sin daños físicos, el gran rabino de Polonia, Michael Schudrich, reconoce que la retórica de estos días ha hecho que algunas personas se cuestionen su futuro en el país.

“Esta última semana he escuchado a más judíos jóvenes plantearse el marcharse de Polonia”, asegura. “Me preguntan, literalmente: ‘Rabino, ¿Es hora de marcharnos?’ Esto es un desafío para el Gobierno polaco. Algunos ciudadanos ya no se sienten cómodos viviendo en su propio país”.

Schudrich, un neoyorquino con raíces polacas, es gran rabino del país desde 2004 y se le atribuye un papel crucial en el “resurgimiento judío” en Polonia en las últimas décadas. También se esforzó por alertar que la retórica incendiaria y reivindicaciones exageradas, especialmente por parte de Israel, respecto a la verdadera complicidad polaca en el Holocausto estaban avivando el fuego de un círculo vicioso de recriminación mutua.

“Lo que me resulta muy decepcionante es que hemos vuelto a una forma de pensar en la que las personas no se escuchan. En los últimos 25 años habíamos logrado mejorar la sensibilidad para saber qué causa daño al otro lado, y lo que veo ahora es una completa falta de sensibilidad, tanto del lado polaco como del lado judío”, asegura.

Lo mismo señala el profesor Dariusz Stola, director del Museo de la Historia de los Judíos Polacos, que reabrió sus puertas en 2013, lo que se considera el mayor logro del diálogo y la reconciliación judeo-polaca. “Aquellos que condenan a los polacos en masa se convierten en los mejores aliados de los polacos antisemitas. Se alimentan unos a otros”.

Sentado en su oficina de este museo de estructura revestida de acero y cobre dentro de lo que fue el gueto judío de Varsovia, en una calle llamada Mordechai Anielewicz, en homenaje al líder del levantamiento del gueto en 1943, Stola explica que el reciente deterioro de las relaciones entre las dos comunidades refleja un deterioro mayor en toda la sociedad polaca.

“Es señal de un deterioro en la capacidad de hablar, y la capacidad de hablar es la esencia de la democracia. Si no se puede hablar, no se puede llegar a un acuerdo, y las soluciones sólo pueden ser forzadas. La erosión del lenguaje es la erosión de la democracia y el camino hacia la violencia”, explica Stola.

Lo que se discute ahora es si la crisis actual se puede resolver antes de que destruya todos los avances que se lograron en las últimas décadas. “Muchas personas del lado judío ahora dicen que no fue un proceso honesto. Se sienten engañados”, afirma Agnieszka Markiewicz, directora de la oficina en Varsovia del Comité Judío-Americano, un grupo de apoyo, y exdirectora de relaciones exteriores del Foro para el Diálogo, una ONG con base en Varsovia que lucha por la reconciliación entre ambas comunidades.

“¡Pero no fue un engaño! Fue real. Polonia trabajó muchísimo, y ahora corremos el riesgo de que todo se considere puro maquillaje”, se lamenta Markiewicz.

“Es un pecado dejar que lo que ha sucedido esta última semana socave o destruya lo que construimos durante 25 años y no podemos permitir que eso suceda,” afirma el rabino Schudrich.

Sin embargo, cuando se le pregunta qué responde a los que le preguntan si deben marcharse del país, señala que la ley en el epicentro de la polémica le ha obligado a reflexionar también sobre su propio futuro.

“Les digo que es hora de luchar. Pero si llegara un momento en este país en el que no puedo decir la verdad sin temor a ir a prisión, me marcharé. Ese momento no ha llegado y lucharé con todo mi corazón y toda mi alma para que no lleguemos a eso”. “Pero no me quedaré aquí si no puedo decir la verdad”, concluye.

Traducido por Lucía Balducci