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HISTORIA

Cómo cubrir a Hitler sin ser “sensacionalista”: memorias de un corresponsal en Berlín

Adolf Hitler, seguido por Ernst Röhm, jefe de las SA, milicia paramilitar.

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Frederick Augustus Voigt, el corresponsal en Berlín para The Manchester Guardian entre 1920 y 1932, no parecía un reportero intrépido.

En un retrato de 1935 tomado por la fotógrafa de la Bauhaus Lucia Moholy, Voigt parece desear alejarse de la cámara, con ojos desconfiados detrás de gafas gruesas y redondas. Su obituario de 1957 describía su apariencia así: “De aspecto frágil, nervioso en sus formas, corto de vista, de sonrisa tímida”.

Voigt podía llegar a ponerse muy nervioso. Una vez le confió a su editor que, en un mal día, podía no sentirse lo suficientemente valiente para cruzar la calle si había mucho tráfico. “Como tantos odios, mi odio por los automóviles surge del miedo”.

Y aun así, “valiente” es el único adjetivo apropiado para describir el periodismo de Voigt. Conocido como “Freddy” entre sus colegas en Inglaterra, “Fritz” entre sus amigos de Berlín, pero solo como “nuestro corresponsal” para los lectores de The Manchester Guardian, Voigt siempre fue directo hacia donde estuviera la historia, incluso si la historia podía poner en riesgo su vida.

Pocos meses después de su llegada a Alemania, mientras cubría el levantamiento de los mineros del Ruhr en Essen, fue secuestrado por oficiales de la Reichswehr (las Fuerzas Armadas) que lo acusaban de ser un espía. Lo pusieron de pie contra una pared y acribillaron a tiros el espacio alrededor de su cabeza. Su reporte del incidente, en el que nombraba al oficial que lo había maltratado y describía las míseras condiciones en las que se encontraban los otros prisioneros, le valió una disculpa oficial de parte del canciller alemán.

Se atrevió a publicar

Su exclusiva de 1926 sobre de la colaboración entre la Reichswehr y el Ejército Rojo soviético provocó la caída del Gobierno alemán. Otros periodistas en Alemania sabían del pacto secreto, que era conocido en las agencias de inteligencia europeas. También sabían que hacerlo público implicaba arriesgarse a ser enviados a prisión por el delito de alta traición. Decidieron no publicarlo. Voigt lo hizo.

Lo más importante de todo es que, mientras vivía y escribía durante esta tumultuosa y desconcertante década de la historia europea, Voigt fue un testigo constante de la historia más importante en su territorio: el ascenso del nazismo. Pronto se dio cuenta de que no podría optar por la “imparcialidad”.

Cien años después, he heredado la tarea de Voigt en Berlín. Si bien compartimos la formación en lenguas modernas y la ascendencia alemana –me mudé a Londres cuando era adolescente, él era hijo de comerciantes de vino alemanes que habían emigrado a Hampstead–, la lista de puntos en común termina allí.

El cambio tecnológico

La tecnología ha cambiado las posibilidades –y los requerimientos– de nuestro trabajo, haciéndolos irreconocibles. Freddy Voigt tenía que telegrafiar su artículo diario antes de las seis de la tarde. Cualquier cosa enviada después de esa hora se quedaría fuera de la primera edición, lo que dejaba al corresponsal de The Manchester Guardian en desventaja respecto a sus pares de los periódicos londinenses, que tenían hasta las nueve de la noche para redactar sus pensamientos. A menudo, el desafío de reunir la información resultaba más sencillo que hacerla llegar a los tipógrafos en Manchester.

Hoy en día, los corresponsales en el extranjero escriben y envían sus artículos en cualquier lugar: en medio de una conferencia de prensa, en una cafetería o en el tren rumbo a casa. Pero también se espera que lo hagamos en varios momentos del día, a veces después de la medianoche o durante los fines de semana, o mientras grabamos un pódcast.

El rango de temas que cubrimos y de registros periodísticos que utilizamos se ha ampliado también: mi colega Katy Connolly y yo escribimos sobre la vida social y cultural en nuestra área asignada, así como lo que sucede dentro del Bundestag. Al hacerlo, a menudo alternamos entre noticias, artículos, entrevistas y columnas más personales. Voigt tenía un estilo inconfundible, en el que combinaba atención por el detalle con una convicción ardiente y un profundo conocimiento de filosofía y teología, pero, en esencia, era un corresponsal político. A pesar de vivir junto al bar Nürnbernger Diele, un punto de encuentro clave para la vida gay y artística en el Berlín de la república de Weimar, la vida nocturna de la capital alemana jamás fue tema de sus reportajes.

Muchos de sus contemporáneos afirman que Voigt era amigo cercano del artista George Grosz, el gran cronista satírico de entreguerras. En tal caso, el periodista jamás convirtió su conexión personal con Grosz en un artículo sobre él o su trabajo. El reportaje que Voigt hizo en 1928 sobre el encarcelamiento de Grosz –debido a un dibujo de una persona balanceando una cruz sobre su nariz– no contiene ninguna cita directa de parte del convicto.

“El único liberal alemán”

El cambio más radical es el del país al que nos referimos: en la década de 1920, Alemania se estaba recuperando de una humillante derrota en la guerra. Sus fronteras estaban en disputa, la economía era inestable, la tradición democrática, frágil, y la violencia en las calles iba en aumento. En una carta a Voigt, su primer editor, CP Scott, se refiere al político socialdemócrata Rudolf Breitscheid –un colaborador de The Guardian a quien Voigt y Scott intentaban ayudar a emigrar a Londres– como “el único liberal alemán”.

La Alemania moderna tiene a políticos liberales a la cabeza del poder. Es una sociedad muy consciente de los peligros de la demagogia ultraderechista y cuenta con instituciones fuertes para la defensa de la tradición democrática. En los últimos cinco años como corresponsal jefe de The Guardian en Berlín, los únicos roces que he tenido con la violencia callejera fueron cuando estuve cerca de la Breitscheidplatz la noche del ataque al mercado de Navidad en 2016 y andando en bicicleta por el interior de Hamburgo durante las protestas del G20 en 2017.

Hay quienes todavía anhelan la Alemania conservadora de antaño, grupos de gente que sueña con traer esa época de vuelta y destellos de violencia callejera por parte de aquellos que actúan de acuerdo con estas fantasías. Pero otorgar recursos periodísticos exclusivamente a estas minorías extremistas sería ofrecer una imagen sesgada y traicionar las fuerzas de la civilidad, las cuales Voigt defendió incluso en el período más oscuro de Alemania.

Cubriendo a Hitler

Una de las piezas más interesantes en la correspondencia de Voigt es una especie de confesión. Según cuenta a su editor en Londres, escribir sobre la Alemania de Hitler resultaba un desafío, ya que la situación política era tan anormal que temía que “el relato más riguroso pareciera sensacionalista”. Por ello dijo en 1932, refiriéndose a un artículo reciente, que “lo he descrito [a Hitler] de la forma más moderada posible, simplemente porque quiero evitar causar incredulidad”.

Cien años después, la tarea de balancear los hechos con los preconceptos de los lectores permanece. Con lectores no solo en Reino Unido sino en todo el mundo, el trabajo se ha vuelto sin duda más complejo. Sin embargo, el desafío de la traducción cultural es diferente: la política alemana tiene una aversión por el estilo histérico prevaleciente en la década de 1920 y, como resultado, a veces puede parecer tan mundana que resulta poco interesante. A menudo, hay que ir más allá de la superficie aparentemente insípida para detectar los dramas, el absurdo, las injusticias y las excentricidades de la Alemania moderna.

Voigt era el mejor revelando realidades que otros corresponsales se negaban a ver. En 1921, el enviado de The Manchester Guardian en Berlín reportó por primera vez el “hostigamiento hacia los judíos” y, en otoño de 1930, advirtió sobre la amenaza de una dictadura nacionalsocialista. Continuó reportando sin descanso sobre lo que llamaba el “terror pardo” de Hitler mientras otros periódicos británicos publicaban artículos buscando complacer al Gobierno. Voigt advirtió a su editor WP Crozier en marzo de 1933 de que el ascenso de los nazis era “el evento histórico más importante desde la Gran Guerra”.

Para aquel entonces, Voigt reportaba los avances alemanes desde París a través de la correspondencia con su extensa red de contactos, tras haber sido el primer corresponsal internacional en haber sido expulsado del Tercer Reich.

Justo antes de la Navidad de 1933, oficiales franceses le informaron de un plan de ataque inminente a su oficina para quitarle sus notas. O al menos, eso creía en un principio. Después se enteró de que la intención de la Gestapo era asesinarlo. Se asignaron tres agentes de los servicios de inteligencia franceses para su protección. Uno de ellos dormía en su habitación junto a él, con una pistola automática. “De tal tamaño que estoy seguro de que pertenece a la categoría de armamento pesado”, escribió él.

¿Cómo podía un hombre tan asustadizo ser tan valiente en su escritura? Durante su cobertura en el frente occidental, Voigt aprendió que el miedo era una reacción física tan natural como sentir frío en invierno. Sin embargo, uno podía poner en suspenso su miedo mediante el ejercicio intenso del intelecto. Eso fue lo que descubrió durante un ataque aéreo y así lo cuenta en sus memorias de la Primera Guerra Mundial, Combed Out.

“Estaba tan concentrado en el autoanálisis que perdí la conciencia de todo, excepto de mi concentración mental”, escribió en el breve pero desgarrador libro compuesto a partir de sus diarios de guerra. “Incluso aquellas sensaciones que intentaba analizar eran destruidas por el mero acto de analizarlas”.

Traducción de Julián Cnochaert

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