La conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático más importante desde el Acuerdo de París de 2015 reúne estos días a 120 líderes mundiales en Glasgow para la COP26. Ahora bien, entre tanta palabrería, ¿habrá algún cambio?
Teniendo en cuenta que la COP1 se celebró en 1995 y que las emisiones de dióxido de carbono son ahora 14.000 millones de toneladas anuales más altas que entonces, se nos puede perdonar que pensemos que la COP26 es una farsa. Pero esta vez es diferente, porque se trata de una batalla no solo por la reducción de las emisiones de carbono, sino también sobre las reglas de una nueva fase del capitalismo que nos afectará a todos.
Los gobiernos están bajo presión extrema para actuar ahora. Los impactos climáticos están llegando a casa. La crisis climática ya no es abstracta y ya no se trata del futuro. Las olas de calor, las inundaciones y las sequías que sufrimos o vemos en las noticias y el sinfín de informes sobre las que están por venir hacen que la catástrofe sea más fácil de imaginar. La presión pública es cada vez mayor, desde el bloqueo de carreteras por parte de activistas hasta las encuestas que muestran que la mayoría de la gente está seriamente preocupada por la emergencia climática.
Los informes científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) han demostrado sin ambages que solo podremos estabilizar el clima de la Tierra si reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero a cero, lo que se conoce como emisiones netas cero. Esto significa que la transición hacia abandonar las energías provenientes de combustibles fósiles no es una cuestión de “si”, sino de “cuándo”.
La transición hacia las energías renovables ahora también es tecnológica y económicamente factible. Los costes de la energía eólica y solar se han desplomado por debajo del coste de la construcción de plantas de electricidad generada por petróleo y gas, y se espera que sigan bajando. El argumento económico para la inacción ya no existe.
Batalla a tres bandas
Dado que los países y las empresas han dejado la adopción de medidas para el último segundo posible y que hay muchísimo en juego, está llegando una avalancha de anuncios. ¿Qué debemos hacer con ellos?
La desconcertante complejidad de las conversaciones de Glasgow puede verse, en su forma más sencilla, como una batalla entre tres grandes bloques integrados por países, empresas y movimientos de protesta. No son agrupaciones formales ni negocian juntos, pero pueden agruparse porque quieren resultados similares.
El primero está conformado por los países pobres en ingresos y vulnerables, las comunidades marginadas y los manifestantes fuera del recinto mientras se desarrollan las negociaciones. Quieren acciones urgentes para poner un límite de 1,5 °C al calentamiento global, la financiación para lograrlo y un plan de adaptación al cambio climático. La equidad está en el centro de sus demandas.
El segundo bloque quiere retrasar la acción climática del modo que sea. Se trata de Estados extractivos, como Arabia Saudí, Rusia y Australia, y sus aliados en los sectores de los combustibles fósiles y las aerolíneas.
El tercer bloque quiere una transición hacia el cero neto que consolide su posición de poder en el mundo. Está compuesto por la UE, Estados Unidos y China, grandes empresas como Unilever y Amazon, junto con gran parte de la industria financiera. A excepción de China, todos ellos abogan por que los mercados lleguen al cero neto de forma eficiente.
La batalla a tres bandas ya ha provocado algunos cambios sorprendentes y rápidos. Los países responsables de alrededor del 77% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono ahora están inmersos en anuncios de alcanzar el cero neto a mediados de siglo, incluidos los países tradicionalmente hostiles a la acción climática, como Arabia Saudí, Rusia y Australia, así como Estados Unidos, la UE, Reino Unido y China.
Pero, ¿por qué quienes retrasan la acción climática están anunciando voluntariamente el objetivo de alcanzar el cero neto? Puede que trate de una mezcla del oprobio generalizado por parte del primer bloque y de simple cinismo, porque creen que no afrontarán las consecuencias de no alcanzar estos objetivos. Sin embargo, también es probable que se deba a que, dentro del tercer bloque, la UE ha acordado, y los demócratas de EEUU han propuesto, “ajustes fronterizos al carbono” para imponer aranceles a las importaciones con altas emisiones de carbono. Esto significa que los países exportadores tendrán que reducir sus emisiones para acceder a estos enormes mercados.
Esta batalla por dar forma al futuro continuará en Glasgow a medida que los países negocian las normas de transparencia que permitirán a la ONU comprobar lo que los distintos países están haciendo para alcanzar sus objetivos. Las negociaciones sobre las normas que rigen los mercados de carbono también serán tensas. La posibilidad de interconectar mercados mediante una nueva mercancía mundial fungible —el carbono— son vacas gordas impulsadas por los bancos y la industria financiera. Pero muchos desconfían de que los trucos de contabilidad del carbono se impongan a las reducciones reales de las emisiones.
Los mercados no son justos
En general, hay serios problemas con el pensamiento aparentemente sensato del bloque tres, según el cual si los gobiernos de las zonas centrales de la economía mundial invierten en la puesta en marcha de una revolución industrial verde, entonces el mercado disminuirá los precios de las nuevas soluciones tecnológicas que compitan con los combustibles fósiles y reduzcan las emisiones, y los “ajustes fronterizos al carbono” llegarán a todo el mundo.
Pero esto no será suficiente para acabar con la mayor parte de la industria de los combustibles fósiles y resolver el problema climático. Detener las nuevas exploraciones en busca de combustibles fósiles debe ir acompañado de la inversión en alternativas. Sin embargo, muchos gobiernos que se presentan como seguidores racionales de la ciencia se autoengañan: reducen las emisiones en sus países y, al mismo tiempo, conceden licencias para exportar más petróleo, carbón y gas. Noruega, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá lo hacen.
Un problema quizá más fundamental del modelo de la UE, Estados Unidos y Reino Unido basado en el mercado es que los mercados no son justos. El escándalo de las vacunas anti-COVID ha demostrado cómo las nuevas tecnologías y los enfoques mercantilistas han dejado a miles de millones en la vulnerabilidad. Se necesita una cooperación internacional sin precedentes para hacer frente a la crisis climática. Y dentro de los países, si la transición hacia el cero neto no se vive como una transición justa y equitativa, los planes se desbaratarán y la catástrofe se avecinará.
Glasgow es un momento decisivo. El mundo no puede permitirse más retrasos en la acción climática, por lo que los destructores del medio ambiente no deben salirse con la suya. Pero los países y las empresas más poderosos deben darse cuenta de que la transición hacia la neutralidad no puede lograrse confiando en los mercados. Tienen que escuchar a los países y a las personas vulnerables. La solución a la crisis climática requiere una acción rápida y justa.
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Simon Lewis es profesor de Ciencias del cambio global en el University College de Londres y en la Universidad de Leeds.
Traducción de Julián Cnochaert.