Haydée Gastelú fue una de las primeras en llegar. “Estábamos totalmente aterrorizadas”, recuerda. La tarde del 30 de abril de 1977, catorce valientes mujeres dejaron de lado el miedo –y las advertencias de sus familias– y salieron de sus casas para enfrentarse a la dictadura que les había robado sus hijos.
Ese día marcó la primera marcha semanal de las madres de los desaparecidos argentinos contra los militares que planificaron el asesinato sistemático de miles de compatriotas.
Cuatro décadas y 2.037 vueltas a la Plaza más tarde, las Madres siguen marchando, aunque algunas ahora lo hacen en sillas de ruedas.
Los pañuelos blancos con que las Madres se cubren el cabello se han convertido en símbolo de su valentía y de su lucha implacable en búsqueda de justicia. Y han logrado muchos de sus objetivos originales: en 2016 se habían juzgado a más de mil torturadores y asesinos de la dictadura y se había condenado a 700.
Pero las Madres, la mayoría con más de 80 años, advierten que la era actual de hechos alternativos y revisionismo histórico representa una nueva amenaza para el país.
“El nuevo gobierno argentino quiere borrar la memoria de esos años terribles y está poniendo obstáculos a los juicios”, dice Taty Almeida, una Madre de 88 años cuyo hijo, Alejandro, desapareció en 1975, a los 20 años.
“Comenzamos esta lucha con 40 años. Hoy, 40 años después, tenemos que volver a empezar.”
Las Madres de Plaza de Mayo son reconocidas en todo el mundo como abanderadas de los Derechos Humanos, y las elogian personalidades como el papa Francisco y el ex Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon.
Sin embargo, hace 40 años no podían contarles de su lucha ni a los vecinos. Los medios de comunicación no hablaban de lo que pasaba y una gran parte de la población apoyaba a la dictadura.
“La gente estaba asustada”, recuerda Gastelú, con 88 años. “Si mencionaba en la peluquería o en el mercado que habían secuestrado a mi hijo, la gente salía corriendo. Era peligroso hasta escuchar. Pero yo no podía quedarme callada. Necesitábamos que todos nos escucharan, aunque no nos creyeran. Quizás por eso al principio nos llamaban 'las locas de la Plaza”, afirma.
“Y claro que estábamos locas”, añade Almeida. “Locas de dolor, de impotencia. Se llevaron lo más preciado para una mujer, sus hijos.”
En esa época no podían juntarse en grupos de más de tres o cuatro porque podían arrestarlas. En cambio, marchaban de dos en dos, dando vueltas alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, cada jueves a las 15.30hs.
Igual que miles de jóvenes que fueron desaparecidos durante la dictadura, el hijo de Gastelú –Horacio, un estudiante de biología– no participaba activamente en política cuando fue secuestrado por un grupo armado en agosto de 1976 y desapareció sin dejar rastro.
Antropólogos forenses confirmaron 24 años después que fue uno de los 30 jóvenes que el ejército asesinó como venganza por el asesinato de un general a manos de grupos guerrilleros de izquierda.
Un plan sistemático
Después de tomar el poder en 1976, los militares rápidamente pusieron en marcha un plan para aniquilar a toda potencial oposición, llegando a asesinar a unas 30.000 personas, aunque la mayoría no eran combatientes ni iban armados.
Sin embargo, en los últimos meses, el consenso histórico que existía sobre la dictadura de 1976-1983 ha sido cuestionado por el gobierno de centroderecha de Mauricio Macri.
Su gobierno ha sugerido que el número de víctimas puede haber sido de sólo 9.000, usando como referencia una cifra provisoria a la que llegó una comisión especial después del retorno de la democracia en 1983. Pero los propios militares informaron en 1978 a la Inteligencia chilena que habían asesinado a 22.000 personas.
Las Madres de Plaza de Mayo, conscientes de que su tiempo como observadoras está llegando a su fin, están muy preocupadas por los esfuerzos de encubrir la historia que ven en Argentina y en todo el mundo.
“Entre nosotras hay madres que sobrevivieron al Holocausto nazi, y luego perdieron a sus hijos nacidos en Argentina en manos de otra dictadura, así que sabemos muy bien que estas tragedias pueden repetirse”, asegura Gastelú.
“Los militares argentinos aprendieron de los nazis”, señala Sara Rus, una Madre de 90 años, superviviente de Auschwitz, llegada a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial. Su hijo, Daniel, fue asesinado por los militares en 1977.
“No he podido ni enterrar sus huesos”, dice Rus, una polaca judía nacida en Lodz, que todavía habla español con acento.
Y las Madres saben muy bien a qué peligros se enfrentan aquellos que hablan contras las tiranías. En diciembre de 1977, tres líderes del grupo fueron secuestradas, junto a dos monjas francesas y siete jóvenes ayudantes, en una serie de redadas coordinadas. Las 12 personas fueron drogadas y subidas a un avión. Luego, estando inconscientes pero vivas, fueron lanzadas a las heladas aguas de océano Atlántico.
Sin sus líderes originales, las Madres quedaron bajo el influjo de Hebe de Bonafini, una mujer energética y muy politizada que había perdido dos hijos a manos de la dictadura y que puso sus objetivos políticos por delante de la búsqueda de verdad y justicia. Eventualmente, las Madres se dividieron en dos grupos.
El grupo de Bonafini, aunque aún está activo y es importante, se vio involucrado en un escándalo de corrupción durante el gobierno de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner que le hizo perder credibilidad ante los ojos de mucha gente.
A pesar de la división, las Madres de Plaza de Mayo pueden mirar el trabajo que hicieron con satisfacción.
Un grupo hermano, las Abuelas de Plaza de Mayo, fue creciendo al lado de las Madres y también ha tenido éxito en la búsqueda de los hijos de las mujeres que estaban embarazadas cuando fueron secuestradas por la dictadura.
Las mujeres eran asesinadas poco después de dar a luz y sus bebés eran entregados a parejas de militares o cercanas a ellos para que los criaran como propios.
Hace unos días, las Abuelas anunciaron que un examen de ADN confirmó la identidad de otra víctima, un hombre de 40 años que es hijo de dos desaparecidos: Enrique Bustamante e Iris Nélida García Soler. Así, el número de “nietos recuperados” ha llegado a 122.
“Sabemos que por nuestra edad probablemente no veamos a todos los acusados condenados”, dice Taty Almeida. “Pero aunque necesitemos sillas de ruedas y bastones, por ahora las locas de la Plaza seguimos acá”.