En un mundo en el que ya conviven motos que se sostienen solas y coches sin conductor, tiene sentido que el próximo proyecto de un ingeniero de Silicon Valley sea fundar una organización religiosa que venere la inteligencia artificial.
Anthony Levandowski, que se encuentra en medio de una batalla legal entre Uber y Waymo –la compañía de Google que desarrolla coches autónomos–, ha establecido Way of the Future (El camino del futuro) una corporación religiosa sin ánimo de lucro, según ha destapado la publicación Backchannel de Wired gracias a documentos de registro estatales. La llamativa misión de Way of Future es “desarrollar y promover la materialización de una deidad basada en inteligencia artificial, y contribuir a la mejora de la sociedad a través del entendimiento y la veneración de la deidad”.
Levandowski fue el co-fundador de la compañía de camiones autónomos Otto, que Uber adquirió en 2016. Fue despedido de Uber en mayo entre rumores de haber robado secretos industriales de Google para desarrollar la tecnología de conducción autónoma de Otto. Tiene que estar bastante agradecido de haber registrado este plan B religioso en 2015.
La religión va de la mano de los avances tecnológicos
El equipo de Way of the Future no ha respondido a peticiones de información adicional sobre su propuesta de un benevolente jefe supremo de inteligencia artificial, pero la historia indica que la tecnología y los descubrimientos científicos siempre han definido la religión, desechando antiguos dioses y dando luz a nuevos.
Como indica el autor Yuval Noah Harari: “Es por esto que las deidades agrícolas eran diferentes a los espíritus de los recolectores, por la misma razón que la mano de obra industrial y los campesinos fantaseaban sobre paraísos distintos, por lo que es más que probable que las tecnologías revolucionarias del siglo XXI engendren movimientos religiosos sin precedentes antes que revivir creencias medievales”.
Las religiones, argumenta Harari, tienen que estar al día con los avances tecnológicos o se vuelven irrelevantes, incapaces de responder o entender los dilemas ante los que se enfrentan sus discípulos.
Una alternativa a las religiones tradicionales
“La Iglesia hace un pésimo trabajo cuando intenta acercarse a la gente de Silicon Valley”, reconoce Christopher Benek, pastor en Florida y presidente fundador de la Asociación Transhumanista Cristiana.
Mientras tanto, Silicon Valley ha buscado consuelo en la tecnología y ha desarrollado conceptos casi religiosos como la “singularidad”, la hipótesis de que llegará el momento en que las máquinas serán tan inteligentes que superarán todas las capacidades humanas, dando lugar a una inteligencia sobrehumana que será tan sofisticada que será incomprensible para nuestros pequeños cerebros.
Para futuristas como Ray Kurzweil, esto significa que seremos capaces de guardar copias de nuestros cerebros en estas máquinas, alcanzando la inmortalidad digital. Otros como Elon Musk y Stephen Hawking avisan de que sistemas así presentan una amenaza para la existencia de la humanidad.
“Estamos convocando al diablo con la inteligencia artificial”, dijo Musk en una conferencia en 2014. “En todas las historias en las que vemos a un tío con un amuleto y agua bendita decimos 'Seh, seguro que puede controlar al diablo', nunca funciona.
Benek defiende que una deidad de inteligencia artificial es compatible con el cristianismo –es otra tecnología que la humanidad ha creado bajo la orientación de Dios y que puede ser usada para hacer el bien o para sembrar el caos“.
“Creo firmemente que la inteligencia artificial puede ayudar con el objetivo redentor de Cristo”, dice Benek, asegurando que la inteligencia artificial está empapada de valores cristianos.
“Incluso si la gente no cree en las organizaciones religiosas, seguro que creen en el 'hacer el bien a los demás”
Para el transhumanista y “católico en rehabilitación” Zoltan Istvan, la religión y la ciencia tienen en común el concepto de la singularidad. “Dios, si existe como la singularidad más poderosa, es seguro que ya se ha convertido en pura inteligencia organizada”, dice Istvan, en referencia a un inteligencia que “abarca el universo a través de la manipulación subatómica de la física”.
“Y quizás haya otras formas de inteligencia más complejas que esto y que ya existan y ya penetren toda nuestra existencia. Como quien habla de un fantasma en la máquina”, añade.
Para Istvan, un dios basado en Inteligencia Artificial sea probablemente más racional y más atractivo que los conceptos actuales (“la Biblia es un libro sádico”) y, añade, “este Dios existirá de verdad y con suerte hará cosas por nosotros”.
No sabemos si la deidad de Levandowski se corresponde con teologías existentes o si es una alternativa elaborada por el hombre, pero está claro que los avances en una tecnología que cuente con inteligencia artificial e ingeniería biológica son los típicos dilemas éticos y morales que llevan a la humanidad a buscar el confort y el consejo de un poder superior: ¿qué haremos los humanos cuando la inteligencia artificial nos supere en la mayoría de las tareas? ¿Cómo afectará a la sociedad que se puedan crear “bebés de diseño” atléticos y de inteligencia superior que únicamente se puedan permitir los ricos? ¿Debe un coche autónomo matar a cinco peatones o pegar un volantazo y matar al dueño?
Si las religiones tradicionales no tienen la respuesta, la inteligencia artificial –o al menos la promesa de la inteligencia artificial– puede que sea atractiva.