Los recientes disturbios desatados en Reino Unido tras los apuñalamientos de Southport han puesto de manifiesto el preocupante doble rasero de la sociedad británica ante la extrema derecha, en comparación con la manera en que percibe y reacciona ante el extremismo islamista. Una disparidad que exige una importante redefinición de la forma en que abordamos el radicalismo de extrema derecha, que debemos reconocer como la grave amenaza que representa realmente.
Mientras que los actos violentos motivados por el extremismo islamista suelen calificarse inmediatamente como terrorismo, la violencia motivada por la extrema derecha se clasifica por lo general como vandalismo o como una mera “gamberrada”. Una incoherencia que reduce la gravedad con la que es percibida la extrema derecha y dificulta la toma de decisiones políticas para adoptar medidas equivalentes.
Minimizar las implicaciones ideológicas también contribuye a un sesgo en la percepción pública de los extremismos, ignorando el efecto que generan prejuicios sociales por lo general muy extendidos, como el racismo, la discriminación religiosa y el rechazo a la inmigración.
El lenguaje empleado en el discurso público, el de los políticos y el de los medios, es importante porque funciona como un marco para comprender y reaccionar ante las distintas formas de violencia y afecta a la eficacia de las medidas contra el extremismo.
Una investigación realizada en 2015 y 2016 por el think tank Royal United Services Institute (Rusi), especializado en temas de defensa y seguridad, concluyó que zonas afectadas por la extrema derecha solían relacionar este fenómeno con gamberros o con delincuentes en lugar de con actos de terrorismo o de extremismo violento. Al extremismo, en cambio, solían vincularlo con el islamismo y con la yihad violenta.
Esta percepción tiene implicaciones relevantes de cara a la forma en que las comunidades luchan contra la extrema derecha. De acuerdo con esta visión, es la policía quien debe dirigir la respuesta, y no los cuerpos dedicados a la lucha antiterrorista o a la prevención y lucha contra el extremismo violento. También influye en la forma que tiene esa respuesta, centrada por lo general en medidas punitivas contra particulares y sin abordar la ideología subyacente y más extendida.
Por tanto, la forma en que la gente define y comprende el fenómeno de la extrema derecha influye sobre el posible éxito de las medidas para evitarlo.
Los prejuicios institucionales, el racismo y la naturaleza de los actos de violencia de extrema derecha, por lo general considerados de bajo impacto y sin conexión unos con otros, son las razones por las que, según la investigación de Rusi, la violencia de extrema derecha no ha tenido históricamente una respuesta similar a la que el extremismo violento yihadista desencadena en los políticos, los servicios de seguridad y los medios de comunicación.
Un ejemplo de ello es la caracterización de los disturbios recientes hecha por el primer ministro, Keir Starmer, que lo denominó “vandalismo de extrema derecha”. Aunque su intención fuera reconocer el fundamento ideológico de la violencia, usar la palabra “vandalismo” le quitó importancia a los individuos y grupos implicados, así como a otros componentes de su ideología y organización en red.
Estos disturbios deben entenderse dentro de un flujo constante de acciones y agresiones contra inmigrantes y refugiados en Reino Unido en los últimos años. Son incidentes que demuestran un patrón de violencia durante mucho tiempo ignorado por los políticos y la opinión pública.
Estos ataques tampoco son incidentes aislados, sino que forman parte de una pauta más general de radicalismo de extrema derecha en toda Europa. En 2023 la extrema derecha provocó disturbios similares en Dublín (Irlanda); y en 2018, en Chemnitz (Alemania). En los dos casos se desencadenaron como reacciones a unos apuñalamientos que despertaron un sentimiento xenófobo generalizado. Los grupos de extrema derecha aprovecharon los incidentes para incitar a la violencia contra inmigrantes y refugiados.
Los debates recientes sobre la posibilidad de acusar por terrorismo a personas involucradas en los incidentes más graves de violencia de extrema derecha ponen en cuestión el marco y enfoque que hemos usado hasta ahora para enfrentar la violencia de extrema derecha.
Es evidente que la etiqueta de “terrorismo” no es aplicable a todos los episodios de violencia que se generen con los disturbios. Muchos de ellos se ajustan más al delito de odio o de extremismo. Sin embargo, reconocer como terrorismo los casos más graves de la violencia de extrema derecha es una estrategia jurídica más equitativa en la medida en que garantiza que todas las formas de extremismo son perseguidas con la seriedad que merecen.
Ha llegado la hora de reconsiderar la forma en que abordamos la violencia motivada por la extrema derecha, de tratarla con la urgencia que merece y de poner las bases para un futuro en el que nos hagamos cargo de todas las formas de extremismo con la misma precisión y determinación.
Emily Winterbotham, Claudia Wallner y Jessica White son investigadoras del Royal United Services Institute.
Traducción de Francisco de Zárate