Yusef Salaam tenía 15 años cuando Donald Trump pidió que fuera ejecutado por un delito que no había cometido. Faltaban todavía tres décadas para que este multimillonario inquieto se presentara como candidato a la presidencia de Estados Unidos y abogara por prohibir la entrada de los musulmanes al país y expulsar a los inmigrantes indocumentados, calificara a todos los mexicanos de “violadores” y se burlara de las personas con discapacidad. Pero ya en ese momento, tras un horrible caso de violación en el que cinco adolescentes fueron condenados equivocadamente, Trump levantó la voz para pedir la reimplantación de la pena de muerte en el estado de Nueva York.
Este grave error judicial es recordado como uno de los casos que mejor reflejan las tensiones interraciales del Nueva York de la década de los ochenta.
El papel desempeñado por Trump, que compró una página entera en varios periódicos para publicar un anuncio que insinuaba que los jóvenes debían ser condenados a la pena capital, se ha ido olvidando con el paso del tiempo. Mientras tanto, las posibilidades de que este hombre de negocios se convierta en el candidato presidencial del partido republicano han ido aumentando.
Ahora, muchos de los que siguieron el juicio de los llamados “los cinco de Central Park” y también el desenlace que tuvo lugar años más tarde, han puesto de relieve que el lenguaje utilizado por Trump en esa ocasión es parecido al discurso populista y divisivo que lo ha encumbrado políticamente en 2016. “Encendió la mecha de un movimiento de odio hacia nosotros”, comenta Salaam en el transcurso de la primera entrevista que concede desde que Trump anunciara su candidatura: “Manipularon a los ciudadanos para convencerlos de que éramos culpables”.
Trisha Meili, una mujer blanca
Los hechos tuvieron lugar en 1989. La epidemia de crack (1984-1990) había devastado Nueva York. El índice de pobreza se había disparado hasta el 25% mientras las élites obtenían beneficios de un floreciente Wall Street. Se habían registrado 1.896 homicidios y 3.254 violaciones en los cinco distritos de la ciudad. Sin embargo, solo una logró captar la atención de todos los neoyorquinos y poner de manifiesto, años más tarde, la falta de imparcialidad del poder judicial y de los medios de comunicación.
En la tarde del 19 de abril, una agente de inversiones de 28 años, Trisha Meili, una mujer blanca, estaba corriendo por el norte de Central Park, la parte más deteriorada y cercana a Harlem, cuando fue brutalmente atacada, golpeada con una piedra, amordazada, atada y violada. El violador la dio por muerta y cuando horas más tarde la encontraron, estaba inconsciente, sufría hipotermia y presentaba una lesión cerebral grave. Desde el primer momento, el Departamento de Policía de Nueva York estuvo convencido de que ya tenía a los culpables en el calabozo.
Esa misma noche, un grupo integrado por más de 30 jóvenes había accedido al parque desde la entrada situada en la esquina noreste, en el East Harlem. Mostraron un comportamiento violento, con actos vandálicos indiscriminados, arrojando piedras contra coches, y asaltando y atracando a los transeúntes. Salaam era uno de los miembros del grupo, como también lo eran Raymond Santana y Kevin Richardson, ambos de 14 años, Antron McGray, de 15, y Korey Wise, de 16. Los adolescentes, cuatro afroamericanos y un hispano, pasaron a ser conocidos como “los cinco de Central Park”.
Los jóvenes negaron haber participado en los actos delictivos que se cometieron esa noche, pero con el paso de las horas fueron interrogados y acorralados por la policía y terminaron reconociendo que habían participado en la violación de la corredora de Central Park.
“Podía oír cómo golpeaban a Korey Wise en la habitación contigua”, recuerda Salaam: “Entraban en la mía, me miraban y me decían…¿sabes que eres el siguiente, verdad? El miedo me hizo pensar que no lograría salir con vida de esa situación”. Cuatro de los chicos se declararon culpables sin la presencia de un abogado, primero en una confesión escrita y más tarde en un vídeo. Explicaban que ellos no eran los violadores pero sí habían presenciado la violación. Implicaron a todo el grupo.
Los neoyorquinos explotaron. El caso pasó a encarnar no solo los miedos en torno al aumento de crímenes violentos en Nueva York sino también una cierta percepción de las dinámicas raciales. De hecho, ese mismo día dos hombres violaron a una mujer negra en Brooklyn y después la tiraron desde el tejado de un edificio de cuatro plantas. Este caso recibió muy poca cobertura mediática.
“Envenenó la opinión de los neoyorquinos”
Dos semanas después de la violación, cuando el juicio todavía no se había celebrado y Meili seguía en estado de coma, Donald Trump, cuya oficina de la Quinta Avenida tiene unas impresionantes vistas de la privilegiada parte sur del parque, decidió tomar cartas en el asunto.
Se gastó 85.000 dólares y contrató espacio publicitario en cuatro periódicos de la ciudad, incluido The New York Times. Con el título “Devolvednos la pena de muerte, devolvednos la policía”, Trump afirmaba que quería “odiar a estos ladrones y asesinos. Deberían sufrir y si matan deben ser ejecutados. Su caso tiene que servir de ejemplo para disuadir a todos aquellos que quieran cometer un delito o un acto violento”. Terminaba el escrito con su firma.
Salaam, que ahora tiene 41 años, no recuerda dónde se encontraba cuando vio los anuncios por primera vez: “Ignoraba quién era Trump. Sí sabía que un tipo famoso había pedido que nos condenaran a muerte y que eso era muy preocupante”. “Estábamos aterrados. Nuestras familias estaban aterradas. Todos los que nos querían estaban aterrados. Era como si alguien nos apuntara directamente a la espalda”, explica.
Los cinco menores ya habían sido expuestos ante los medios de comunicación y se habían publicado sus nombres y sus direcciones. Salaam explica que las amenazas de muerte contra él y su familia aumentaron después de que los periódicos publicaran el anuncio a toda página. En un programa de televisión diurno que se emitió dos días más tarde, una mujer del público pidió que los jóvenes fueran castrados y se sumó a las voces que pedían la pena de muerte para los chicos si Meili moría en el hospital. Pat Buchanan, consejero de varios presidentes republicanos, pidió que el chico de más edad del grupo, Wise, fuera juzgado, condenado y colgado en Central Park en junio.
“Si esto hubiera pasado en los años cincuenta, y con el tipo de justicia enfermiza que pedían, alguien del sector más siniestro de la sociedad hubiera venido a nuestras casas, nos hubiera sacado de la cama y nos hubiera colgado en un árbol de Central Park. Como hicieron con Emmett Till (un adolescente afroamericano de Chicago que fue brutalmente asesinado en 1955)”, asegura Salaam.
Los cinco chicos se declararon “no culpables” en el juicio que se celebró al año siguiente. La acusación se basó en las confesiones que habían firmado tras los hechos. No se encontraron muestras de ADN de ninguno de ellos en el lugar de los hechos y Meili, que tuvo una recuperación milagrosa y pudo declarar en el juicio, no recordaba nada de lo sucedido.
El jurado los declaró culpables. Fueron sentenciados a penas de entre 10 y 15 años. Wise, que estaba detenido en la famosa cárcel de Rikers Island, fue condenado como si fuera mayor de edad.
Michael Warren, un veterano abogado criminalista y defensor de los derechos civiles, que más tarde defendió a “los cinco de Central Park”, está seguro de que los anuncios de Trump desempañaron un papel determinante en la condena. “Envenenó la opinión de muchos neoyorquinos que, como es normal y comprensible, sentían empatía hacia la víctima”, indica: “El lenguaje incendiario de los anuncios también pudo alterar la percepción de los miembros del jurado, que tenían que ser imparciales y justos, así como la de sus familiares”.
Un portavoz de Trump no quiso hacer declaraciones.
Un retrato de Trump
Para todos los que han estudiado el creciente protagonismo de Trump, la violación de Central Park les proporciona una primera indicación de cómo sus opiniones, plagadas de referencias raciales, juegan un papel clave en su estrategia política.
“Tiende a presentar al otro como alguien diferente o ajeno”, indica Michael D’Antonio, el autor de Never Enough (Nunca es suficiente) una biografía de Trump publicada recientemente. “Creo que sabía lo que hacía cuando se posicionó en contra de los chicos, sabía que se estaba poniendo del lado de la ley y del orden público, especialmente de la ley y del orden público de los blancos. No creo que conscientemente quisiera incitar el odio racial pero su impulso siempre es provocar y crear polémica en vez de ayudar a las personas a razonar y a actuar con prudencia”, afirma.
Dos años antes de los hechos de Central Park, Trump había sopesado presentarse como candidato presidencial, un movimiento que fue interpretado como una simple estrategia para promocionar un libro que poco después publicó, The Art of the Deal (el arte de la negociación).
Sin embargo, no dejó escapar la oportunidad de aceptar una invitación del Comité republicano de Portsmouth y participó como orador en un acto celebrado en New Hampshire. Utilizó esta plataforma para criticar a los aliados de Estados Unidos en Arabia Saudí y Japón y la política exterior estadounidense en el Golfo Pérsico. Utilizó la misma estrategia que en 1989, y publicó anuncios a página entera en tres de los principales periódicos del país pidiendo que los aliados pagaran impuestos ya que, en su opinión, “se estaban aprovechando de Estados Unidos”.
En febrero de 2000, Trump volvió a sopesar la posibilidad de presentarse como candidato presidencial. En ese contexto, publicó un anuncio anónimo en varios periódicos locales del norte del estado de Nueva York, con el objetivo de cerrar un casino de la competencia gestionado por un grupo de indios americanos. Con una imagen de jeringuillas y drogas de fondo, el anuncio preguntaba a los lectores: “¿Estos son los vecinos que quieres?”. Y añadía: “los antecedentes penales de los indios Mohawk de la reserva de Saint Regis están bien documentados”.
Trump se disculpó, pero su biógrafo considera que este incidente pone de relieve su tendencia a utilizar un lenguaje que otras personas jamás utilizarían con la excusa de que está siendo sincero; una tendencia que se ha convertido en uno de los elementos característicos de la campaña a la presidencia. Cuando anunció su intención de presentarse como candidato, indicó que México exportaba delincuentes y violadores a Estados Unidos, y vertebró su discurso en torno al asesinato de una mujer blanca de 32 años de San Francisco, un caso que tiene a un inmigrante mexicano como principal sospechoso.
En sus mítines a menudo ha justificado o incitado a la violencia contra sus detractores y ha prometido volver a utilizar la técnica del submarino (ahogo simulado) con presuntos terroristas. Al referirse a su promesa de firmar un decreto presidencial que ordenara ejecutar a todo aquel que en Estados Unidos mate a un policía afirmó: “No nos podemos permitir seguir siendo políticamente correctos”.
Un año después de la condena de “los Cinco de Central Park”, John O'Donnell, un ex directivo que había gestionado el Hotel Trump Plaza y el casino de Trump en Atlantic City, en Nueva Jersey, publicó un libro en el que describía con todo lujo de detalles los comentarios racistas que hacía Trump a puerta cerrada. Le atribuyó la siguiente afirmación: “En mi casino y en mi hotel trabajan contables. ¡Negros contando mi dinero! No lo soporto. Preferiría que las únicas personas que contaran mi dinero fueran tipos bajitos que lleven kipá a diario (en referencia a los judíos)”. En una entrevista publicada por la revista Playboy, Trump dijo que su exempleado era un “perdedor de mierda” pero también reconoció: “todo lo que O'Donnell escribió sobre mí es probablemente cierto”.
Sin embargo, Barbara Res, que formó parte del círculo de allegados de Trump en los ochenta y que fue la vicepresidenta ejecutiva de su compañía a finales de esa década explica a The Guardian que durante el tiempo que trabajó con él nunca escuchó ningún comentario racista y que le sorprende el lenguaje incendiario que el candidato utiliza en la actualidad.
“Creo que lo que le pasó a esa mujer lo enfureció y decidió actuar”, sostiene en referencia al caso de la corredora de Central Park. “Todos estábamos horrorizados. Y creo que todo el mundo apoyó el gesto de Donald. No creo que lo hiciera por racismo, intentaba defender la ley y el orden público”, afirma Res.
Salaam, en cambio, cree que el racismo de Trump era más que evidente: “Si hubiésemos sido blancos, Donald Trump no habría publicado este anuncio”.
Trump no ha cambiado
En 2002, cuando Salaam ya había pasado siete años en la cárcel, Matías Reyes, un violador y asesino en serie que estaba cumpliendo una pena de cadena perpetua, confesó ser el violador de Central Park y afirmó que lo había hecho solo. Su ADN y las muestras de esperma encontradas en el cuerpo de Meili coincidían y antes de las Navidades de ese mismo año el Tribunal supremo de Estados Unidos exoneró a los cinco de Central Park.
Sin embargo, el deseo de Trump ya se había cumplido: Nueva York reimplantó la pena capital en 1995. Hacerlo representó con un coste público descomunal. Volvió a ser abolida en 2007 sin que se hubiera aplicado una sola vez.
En 2004, y tras una batalla judicial de 14 años, los cinco de Central Park llegaron a un acuerdo con la ciudad de nueva York, que los indemnizó con 41 millones de dólares. Trump no se disculpó por el papel que desempeñó en 1989; de hecho, se enfureció. En una columna de opinión publicada en el New York Daily News, describió el caso como “el asalto del siglo”. “Este acuerdo no significa que sean inocentes, lo que sí demuestra es una gran incompetencia a todos los niveles” dijo, haciendo alusión al hecho de que la policía y la acusación seguían afirmando que los chicos tuvieron algo que ver con la violación, incluso cuando ya habían sido exonerados.
D'Antonio, el biógrafo, tuvo ocasión de hablar con Trump poco después de que se anunciara el acuerdo. El multimillonario estaba sopesando presentarse como candidato presidencial y, en esta ocasión, sí lo hizo. Le preguntó si creía que su actitud de confrontación permanente podía perjudicar sus aspiraciones políticas. Trump contestó sin dudarlo y mencionó a los Cinco de Central Park. “De hecho, creo que me beneficiará”, dijo: “Creo que la gente está cansada de toda esta corrección política. Acabo de criticar el acuerdo del Ayuntamiento con los cinco de Central Park. ¿Quién más haría una cosa así?”.
El biógrafo se quedó estupefacto. “Su falta de sensibilidad y su incapacidad para analizar las cosas desde una perspectiva realista a veces resulta desconcertante. No creo que tenga el menor interés por intentar comprender cómo los demás perciben la realidad o cómo la perciben los tribunales. Hay pocos casos de injusticia tan flagrantes como este y él es incapaz de comprenderlo.
Salaam, que dice que las experiencias vividas en la cárcel lo han traumatizado de por vida, también se sintió ofendido en ese momento. Pero las alarmas saltaron de verdad cuando Trump finalmente anunció en junio que aspiraba a ser el candidato republicano a la Casa Blanca.
“No ha cambiado, sigue incitando al odio, sigue siendo el mismo tipo de persona y de alguna manera incluso ha agudizado el instinto que le permite ser el incitador número uno, la verdad es que cuando anunció su candidatura me asusté”, dice Salaam.
No le sorprende el hecho de que Trump sea el candidato republicano favorito en el estado de Carolina del Sur, con 20 puntos de diferencia, un Estado donde el año pasado la bandera de los Estados Confederados de América fue exhibida, y más tarde retirada, por la cámara de representantes. Una encuesta reciente indica que el 70% de los simpatizantes de Trump cree que la decisión de retirar la bandera no fue acertada y el 38% desearían que los estados del sur hubiesen ganado la guerra civil.
“Por un instante pensé: ¿Cómo sería este país si Donald Trump es elegido presidente? Es una posibilidad aterradora”, subraya Salaam: “Es un posibilidad muy aterradora”.
Traducción de Emma Reverter