Sí, el programa político de Donald Trump es incoherente. Pero no se confundan: los que lo rodean saben perfectamente qué quieren y es precisamente esta falta de claridad lo que los convierte en poderosos. Para entender qué nos espera, primero tenemos que comprender quiénes son. Los conozco muy bien porque he pasado los últimos 15 años de mi vida luchando contra ellos.
A lo largo de estos años, he visto como las compañías biotecnológicas, las petroleras, las tabacaleras y la minería del carbón untaban con miles de millones de dólares a un engranaje formado por supuestos comités de expertos, blogueros y grupos que simulan ser plataformas de ciudadanos, con el objetivo de lanzar mensajes que confundan al público. Su objetivo final es presentar los intereses de los megamillonarios como si fueran los intereses de las personas de a pie, hacerle la guerra a los sindicatos y acabar con cualquier intento que quiera regular ciertos sectores de negocio o aumentar los impuestos de los más ricos. Ahora, las mismas personas que engrasaban esta máquina están participando en la transición del gobierno en Washington y moldeando la composición de la administración Trump.
Mi primer contacto con este engranaje tuvo lugar cuando empecé a escribir sobre cambio climático. Me costaba comprender el odio y el ataque agresivo contra los científicos y los activistas. Finalmente comprendí que este estado de ánimo no era más que una ficción: el odio que destilaban los blogueros y algunas instituciones no era más que una campaña financiada por las petroleras y las empresas de carbón.
Tuve problemas con varias personas e instituciones, entre ellos, Myron Ebell, del Competitive Enterprise Institute (CEI). Este instituto asegura ser un comité de expertos pero, en mi opinión, es un grupo de presión que trabaja para grandes empresas. No tiene una política de transparencia y no proporciona información sobre sus fuentes de financiación, pero sabemos que ExxonMobil le dio 2 millones de dólares y que también recibió 4 millones de dólares del Fondo Fiduciario de Donantes (que representa a varias empresas y a multimillonarios), así como 800.000 dólares procedentes de grupos creados por los magnates y hermanos Charles y David Koch. Algunas compañías del sector minero, petroleras y la industria farmacéutica también les han donado importantes sumas de dinero.
Durante años, Ebell y el CEI se han opuesto a cualquier intento de frenar el cambio climático. Han impulsado campañas, han hecho presión y han interpuesto demandas. Un anuncio del CEI tiene una frase muy esclarecedora: “Dióxido de carbono: ellos lo llaman contaminación. Nosotros, vida”. Han intentado acabar con las vías de financiación de los programas de educación medioambiental, han hecho presión contra la Ley sobre Especies en Peligro de Extinción, han acosado a los científicos que investigan los efectos del cambio climático y han impulsado campañas para fomentar que la industria del carbón pueda remover montañas para extraer este mineral.
En 2004, Ebell mandó un memorando a un miembro del equipo del entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en el que pedía la destitución del responsable de la Agencia de Protección Medioambiental. ¿Quieren saber qué hace Ebell en la actualidad? Lidera la transición de la administración Obama a la administración Trump en todo lo relativo a la Agencia de Protección Medioambiental.
Charles y David Koch, que durante años han defendido una agenda que favorece a las grandes corporaciones, no apoyaron la candidatura de Trump con entusiasmo pero su equipo trabajó en la campaña. Hasta junio, el responsable de la campaña de Trump era Corey Lewandowski que, como muchos otros miembros del equipo de Trump, provenía de un grupo llamado Americans for Prosperity (AFP). Asegura ser un movimiento de base, pero los hermanos Koch son su gran fuente de financiación. Lewandowski creó la primera página de Facebook del Tea Party y organizó los primeros actos de este movimiento político. Con un presupuesto de cientos de millones de dólares, el AFP ha defendido causas que coinciden con los intereses comerciales de los hermanos Koch en el sector de la minería, el petróleo, el gas, la madera y la industria química.
En Michigan, Corey Lewandowski utilizó la “ley del derecho a trabajar” para “poner a los sindicatos de rodillas”, parafraseando al responsable del AFP en el estado. También ha impulsado campañas para frenar la lucha contra el cambio climático. Ha gastado cientos de millones de dólares en campañas contra políticos que no estaban dispuestos a dejarse mandar por ellos y los ha cambiado por políticos que sí lo estaban.
Podría llenar todas las páginas de este periódico con los nombres de los colaboradores de Trump que en el pasado trabajaban para estos grupos. Uno de ellos es Doug Domenech, de la Texas Public Policy Foundation (Fundación para las políticas públicas de Texas), un grupo de presión financiado en gran parte por los hermanos Koch, el Fondo Fiduciario de Donantes y Exxon. Otro es Barry Bennett, cuya organización, la Alliance for America´s Future (Alianza para el futuro de Estados Unidos) se negó a proporcionar los nombres de las personas y empresas que la financian. También podríamos mencionar a Thomas Pyle, presidente de la American Energy Alliance (Alianza para la Energía en Estados Unidos), fundada por Exxon y otras compañías. Y esto sin hablar de los conflictos de intereses de Trump.
Es comprensible que los medios hayan prestado atención a los racistas que han apoyado a Trump. Sin embargo, y por muy horribles que sean, no marcan la agenda del presidente electo. Centrarse en ellos tiene algo de reconfortante porque, al menos, sabemos qué intenciones tienen. En cambio, si entramos en este engranaje de informaciones falsas y mentiras corremos el riesgo de perdernos en un laberinto de espejos. Hacer un esfuerzo para descifrar este flujo de mentiras puede afectar a tu estado mental.
No se crean que el resto del mundo está libre de este mal. Los comités de expertos financiados por las empresas y los grupos que aparentan ser movimientos de base están por todas partes. Las noticias falsas que deben preocuparnos no son las que se inventa un grupo de adolescentes macedonios, cuando asegura que Hillary Clinton vende armamento al Estado Islámico, sino el constante bombardeo mediático de estos grupos de presión con intereses ocultos, que se inventan todo tipo de historias sobre los sindicatos, los impuestos y las regulaciones.
Cuanto menos transparentes son, más cobertura mediática reciben. La organización Transparify hace un informe anual de think tanks. La de este año pone al descubierto que en el Reino Unido solo cuatro comités de expertos (Adam Smith Institute, Centre for Policy Studies, Institute of Economic Affairs y Policy Exchange ) todavía consideran aceptable “aceptar dinero de personas o empresas que no revelan su identidad”. Y son precisamente los que bombardean a los medios de comunicación.
Cuando el Institute of Economic Affairs aparece en la BBC una y otra vez para afirmar que no se debe regular la industria del tabaco, ¿no debería decirnos que desde 1963 recibe dinero de las tabacaleras? Y lo mismo pasa en Estados Unidos: el ruido mediático de un grupo suele ser proporcional a su opacidad.
Como de costumbre, la izquierda y el centro (me incluyo) nos estamos flagelando pensando qué hicimos mal. Son muchas las respuestas pero una de ellas es que, simplemente, nos han ganado. Y nos han ganado por goleada. Si te gastas miles de millones de dólares puedes ser muy persuasivo y conseguir la agenda política que quieras. Los auténticos activistas que trabajan de voluntarios cuando salen del trabajo no pueden hacer lo mismo que una red profesional integrada por miles de empleados bien pagados y sin escrúpulos.
No puedes luchar contra una fuerza hasta que conoces su naturaleza. Nuestra primera tarea es entender a qué nos enfrentamos. Solo así podemos trazar un plan.
Traducido por Emma Reverter