A Italia debería irle bien. A diferencia de Reino Unido, exporta considerablemente más al resto del mundo de lo que importa, mientras que su Gobierno gasta menos (a excepción de los pagos de intereses) que los impuestos que recibe. Y aun así, Italia está estancada y su población, muy cerca de una revuelta después de dos décadas perdidas.
Aunque es cierto que Italia necesita reformas seriamente, aquellos que creen que la culpa del estancamiento las tienen las ineficiencias internas y la corrupción deben explicar por qué Italia creció tan rápido durante el periodo de postguerra hasta que entró en la Eurozona. ¿Fueron su Gobierno y su sistema político más eficientes y virtuosos en los 70 y en los 80? Apenas.
La única razón de los males de Italia es su pertenencia a una unión monetaria terriblemente diseñada, la zona euro, en la que la economía italiana no puede respirar y que los distintos gobiernos alemanes se niegan a reformar.
En 2015, el pueblo griego eligió un Gobierno progresista y europeísta con el mandato de exigir un nuevo acuerdo con la Eurozona. En el espacio de seis meses, bajo las directrices del Gobierno alemán, la Unión Europea y su banco central nos aplastaron. Unos meses más tarde, el diario italiano Corriere della Sera me preguntó si creía que la democracia europea estaba en peligro y esto fue lo que contesté: “Grecia se rindió, pero fue la democracia europea la que resultó herida de muerte. A menos que los europeos se den cuenta de que su economía está en manos de seudotecnócratas no electos e irresponsables, que comenten un error garrafal tras otro, nuestra democracia seguirá siendo un invento producto de nuestra imaginación colectiva”.
Desde entonces, el Gobierno proestablishment del Partido Demócrata de Italia ha aplicado, una tras otra, las políticas que demandaban los burócratas de la UE a los que nadie ha elegido. El resultado ha sido un mayor estancamiento. Así, en marzo, unas elecciones nacionales otorgaron la mayoría parlamentaria absoluta a dos partidos antisistema que, pese a sus diferencias, comparten dudas sobre la pertenencia de Italia a la Eurozona y su hostilidad hacia los migrantes. Fue la amarga cosecha fruto de falta de perspectivas y esperanzas marchitadas.
Tras unas semanas de intercambio político postelectoral común en países como Italia y Alemania, los líderes del M5S y la Liga, Luigi di Maio y Matteo Salvini, llegaron a un acuerdo para formar Gobierno. Por desgracia, el presidente Sergio Mattarella utilizó los poderes que le confiere la Constitución italiana para impedir la formación de ese Gobierno y, en su lugar, otorgó el mandato a un tecnócrata, un antiguo empleado del FMI que no tiene ninguna posibilidad en un voto de confianza en el Parlamento.
Si Mattarella hubiera rechazado a Salvini para el puesto de ministro de Interior, indignado por su promesa de expulsar a 500.000 inmigrantes de Italia, me hubiera visto obligado a apoyarle. Pero no, el presidente no tenía tales reparos. Ni por un momento pensó en vetar la idea de que un país europeo desplegara sus fuerzas de seguridad para acorralar a cientos de miles de personas, encerrarlas y obligarles subir a trenes, autobuses y ferris antes de enviarles a saber dónde.
No, Mattarella optó por enfrentarse contra una mayoría absoluta de legisladores por otra razón: su desaprobación hacia el ministro de Hacienda elegido. ¿Por qué? Porque dicho caballero, aunque completamente cualificado para el puesto, y a pesar de sus declaraciones de que cumpliría con las normas de la UE, en el pasado había expresado dudas sobre la arquitectura de la Eurozona y ha favorecido un plan de salida de la UE en el caso de que sea necesario. Fue como si Mattarella declarase que la sensatez de un posible ministro de Hacienda constituyese un motivo para su exclusión del cargo.
Lo que es verdaderamente sorprendente es que no haya ningún economista pensante en ningún lugar del mundo que no comparta preocupaciones sobre la arquitectura defectuosa de la Eurozona. Ningún ministro de Hacienda prudente dejaría de desarrollar un plan para una salida del euro. De hecho, sé de buena tinta que el Ministerio de Hacienda alemán, el Banco Central Europeo y todos los grandes bancos y empresas tienen planes para la posible salida de la zona euro de Italia e incluso de Alemania. ¿Nos está diciendo Mattarella que el ministro de Hacienda italiano tiene prohibido pensar en ese tipo de plan?
Más allá de su fracaso moral en oponerse a la misantropía a escala industrial que representa la Liga, el presidente ha cometido un grave error táctico: cayó en la trampa de Salvini. La formación de otro gobierno “técnico”, con un antiguo apparatchik del FMI, es un regalo fantástico para el partido de Salvini.
Salvini está salivando secretamente al pensar en otras elecciones, en las que luchará no como el sectario y divisivo populista que es, sino como el defensor de la democracia contra el profundo establishment. Ya ha escalado el terreno moral con las conmovedoras palabras: “Italia no es una colonia, no somos esclavos de los alemanes, los franceses, la prima de riesgo o las finanzas”.
Si Mattarella se consuela con el hecho de que los anteriores presidentes italianos lograron poner en marcha gobiernos tecnócratas que hicieron el trabajo de la élite (tan “exitosamente” que el centro político del país se derrumbó), está muy equivocado. Esta vez, a diferencia de sus predecesores, no tiene la mayoría parlamentaria para aprobar un presupuesto ni para dar un voto de confianza a su Gobierno elegido. De este modo, el presidente se ve obligado a convocar nuevas elecciones que, gracias a su deriva moral y a su error táctico, devolverán una mayoría aún mayor a las fuerzas xenófobas de Italia, posiblemente en alianza con la debilitada Forza Italia de Silvio Berlusconi.
¿Y luego qué, presidente Mattarella?
Traducido por Cristina Armunia Berges