Israel celebra este martes sus quintas elecciones en menos de cuatro años. Los votantes ya están cansados de las aparentemente interminables disputas políticas, pero para la minoría árabe del país lo que está en juego es más importante que nunca.
Las encuestas muestran sistemáticamente que el bloque religioso de derechas liderado por el exprimer ministro Benjamín Netanyahu, aliado con los extremistas antipalestinos, no llegará a obtener la mayoría en la próxima Knesset por uno o dos escaños. Pero si la participación de la población árabe —que constituye el 20% del total— es baja, es posible que el Gobierno más ultraderechista de la historia de Israel llegue al poder.
Netanyahu considera la lista del político racista Itamar Ben-Gvir, que en su día fue rechazado por las corrientes políticas dominantes, como un probable socio de su coalición. Actualmente, se espera que la formación ultra se convierta en la tercera fuerza del Parlamento.
Pero puede que muchos ciudadanos palestinos de Israel, frustrados por haber sido utilizados por la clase política como una herramienta contra el regreso de Netanyahu y desilusionados por la incapacidad del Gobierno para abordar el racismo sistémico, no vayan a votar en absoluto. Los análisis realizados en vísperas de las elecciones del 1 de noviembre sugieren que la participación electoral de la comunidad podría ser de apenas el 40%.
Un escaño
“Todavía no estamos desesperados, pero estas elecciones son muy importantes. Apenas un escaño, apenas 35.000 votos, podrían marcar la diferencia”, dijo hace unos días Ahmad Tibi, líder del partido nacionalista árabe Ta'al, antes de un acto de campaña en el pueblo de Kfar Uzier, cerca de Nazaret. “Es un gran reto convencer a la gente de que todo puede cambiar, pero aún tenemos mucho por lo que luchar”, apuntó.
Su audiencia en Kfar Uzier, al igual que esa misma noche en Kfar Manda, asintió durante los discursos de Tibi sobre la lucha contra el aumento de la delincuencia en la comunidad árabe, el desmantelamiento de la ocupación israelí de los territorios palestinos y la protección del statu quo en el recinto de Al-Aqsa en Jerusalén.
Los llamamientos para que los ciudadanos palestinos de Israel vuelvan a ejercer sus derechos democráticos, sin embargo, fueron recibidos con hastío. Las cuatro elecciones celebradas desde 2019 se han disputado en torno a una única cuestión: si Netanyahu, atrapado en juicios por corrupción, es apto para el cargo. Tres terminaron de forma inconclusa y el frágil Gobierno de coalición, que el pasado verano logró destituir al primer ministro tras 12 años en el cargo, se desmoronó en tan solo un año. “Las cosas siguen igual o peor”, indicó Hamad uno de los presentes.
Los 1,8 millones de ciudadanos palestinos de Israel, también llamados árabes israelíes, han sido discriminados desde la creación del Estado de Israel: la ley del Estado-nación de 2018, que especifica que el derecho a ejercer la autodeterminación nacional es “exclusivo del pueblo judío”, fue ampliamente considerada como la codificación de su estatus de ciudadanos de segunda clase.
Divisiones entre las formaciones árabes
La participación en elecciones municipales en pueblos de mayoría árabe puede alcanzar el 90%, pero eso cambia en las elecciones a la Knéset, el parlamento unicameral de Israel. En 2020, cuando el partido nacionalista Ta'al; el partido comunista Hadash; Balad, que aboga por un estado binacional; y Ra'am, un partido islamista, se presentaron juntos en una candidatura conocida como Lista Conjunta, la participación árabe se disparó hasta el 70%.
En junio de 2021, Ra'am se convirtió en el primer partido árabe independiente que se unía a una coalición de Gobierno israelí, liderada primero por el derechista Naftali Bennett y después por el centrista Yair Lapid. Prometió a sus simpatizantes financiación para cerrar las brechas entre la sociedad judía y la árabe en materia de educación, infraestructuras y empleo, pero el “Gobierno del cambio” colapsó antes de producirse cualquier mejora notable.
Los votantes árabes también están enfadados con la última división de la Lista Conjunta, aparentemente producto de un desacuerdo sobre la rotación de escaños. En septiembre, apenas una hora antes del plazo final para las listas de candidatos, Balad anunció que se presentaría en solitario: ahora es improbable que el partido supere el umbral del 3,25% de los votos necesario para obtener un escaño en la Knesét y Hadash-Ta'al podría estar compitiendo por hacerse con tan solo cuatro escaños. Es probable que cualquier debilitamiento de la minoría árabe de Israel en el Parlamento ayude a Netanyahu y a sus aliados extremistas a obtener una victoria.
“Lo único que les importa a los políticos es su propio ego. No estoy segura de que mi generación se preocupe realmente por la política, pero necesitamos sangre nueva”, asegura Nadia Khadar, estudiante de 22 años mientras toma algo con sus amigos en un café de la ciudad norteña de Haifa. El grupo de cuatro personas dice que aún no estaba seguro de si iría a votar, pero que si lo hacía, probablemente sería por Balad, el único partido de la Knéset que hace campaña por un Estado binacional.
“La gente tiene derecho a estar decepcionada. Sienten que hemos perdido una oportunidad de tener más representación en la Knéset”, opina Aida Touma-Sliman, miembro de Hadash en la Knéset y destacada activista feminista.
Touma-Sliman, al igual que los demás miembros de la lista Hadash-Ta'al, ha pasado las últimas semanas visitando varias ciudades y pueblos árabes como parte de su campaña. Consciente de la amenaza para las normas democráticas que supone la creciente popularidad del Partido Sionista Religioso de Ben-Gvir, el primer ministro interino Lapid también se ha dirigido a la comunidad árabe para animar a la gente a que ayude a mantener a Netanyahu fuera del cargo.
“Aquellos que dicen ser un Gobierno de cambio tienen que demostrarnos que lo dicen de verdad. No se puede hacer una campaña basada solo en el miedo, también tiene que haber esperanza”, asegura Touma-Sliman.
“Los del partido de Lapid nos necesitarán para las próximas elecciones de la Knéset, así que nuestra influencia podría ser mayor que el número de escaños que tengamos. Si realmente entienden que el futuro depende de nosotros, tendrán que dar un giro radical hacia nuestras posiciones, como detener la ocupación y dar igualdad a los ciudadanos árabes. Debemos ser inteligentes y aprovechar esta oportunidad”, concluye.
Traducción: Julián Cnochaert.