Unos diez días antes de las elecciones presidenciales de 2016, uno de los mayores sindicatos de Estados Unidos fletó un autobús lleno de voluntarios desde Iowa, donde Hillary Clinton tenía muy pocas posibilidades de ganar, hacia Michigan, donde los líderes sindicales habían escuchado que la candidata estaba en apuros. Llamaron al equipo de Clinton para informar de lo que estaban haciendo, pero lo único que obtuvieron fue una severa reprimenda. Den la vuelta al autobús, les dijeron. Michigan no corre peligro. Sin embargo, Trump ganó Michigan por 10.704, un 0,23%.
Las presidenciales de 2016 hicieron añicos el viejo manual para luchar y ganar elecciones en Estados Unidos. Todavía no sabemos cómo son las nuevas reglas y solo faltan tres semanas para las elecciones legislativas de mitad de mandato, en las que se disputan todos los escaños de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.
En tiempos normales, las elecciones de mitad de mandato son una oportunidad para que el electorado exprese su arrepentimiento. Dos años después de la elección a presidente, sus votantes pueden estar decepcionados porque no avanzó lo suficiente en lo que ellos querían o enfadados porque hizo demasiado de lo que no querían. Las elecciones les dan una oportunidad para desquitarse castigando al partido.
Los demócratas deberían ser los vencedores seguros y recuperar la Cámara de Representantes. En los últimos dos años, Estados Unidos ha vivido cuatro de las cinco mayores manifestaciones de su historia y los demócratas se han opuesto directamente a la presidencia de Donald Trump o a su programa.
El entusiasmo de los votantes de izquierda está en su punto álgido. En septiembre de 2006, antes de que el Partido Demócrata recuperara la Cámara de Representantes y el Senado durante el segundo mandato presidencial de George W. Bush, un 42% de sus votantes decía estar más entusiasmado que de costumbre con la elección. Este año, ese porcentaje es del 67%.
Un año después del #MeToo y un mes después de un complicado nombramiento en el Tribunal Supremo que ha puesto la atención sobre el tema de la agresión sexual (bajo un presidente que se jactó de cometer abuso sexual), el número de candidatas demócratas al Congreso es récord. Una quinta parte de ellas tiene menos de 40 años y una tercera parte son mujeres de color. Pero estos no son tiempos normales.
Cubrí las elecciones presidenciales de 2016 desde Muncie, Indiana. En enero de 2018 regresé y me encontré con que todos los progresistas que conocía se habían comprometido en política como nunca antes lo habían hecho. Beth Hawke, de 57, viajó con sus hijas desde Indiana hasta la ciudad de Washington para participar en la Marcha de las Mujeres y hacer llamadas telefónicas para defender la reforma sanitaria de Barack Obama. Hawke explicaba que se había involucrado en política con la victoria de Trump. “Realmente tengo que hacer algo”, pensó. “Siempre he participado activamente en mi comunidad con las escuelas y cosas por el estilo, pero la última elección en la que participé activamente fue la de Gary Hart (1984). La Marcha [de las Mujeres] fue una catarsis, no había hecho nada así desde mi época de estudiante, añadió”.
También hablé con republicanos y casi todos coincidieron: Trump era una persona horrible, pero estaba haciendo un buen trabajo. Lo demostraba, según ellos, la marcha de la economía, el primer candidato de Trump en el Tribunal Supremo, los recortes de impuestos y la desregulación. “Ha avergonzado completamente a Estados Unidos en más de un par de ocasiones; es como tu tío borracho en una fiesta”, decía Jamie Walsh. “Pero ya hemos pasado un año y me gustaría que la gente se detuviera a reflexionar sobre sus vidas para ver qué ha habido de diferente, ¿por qué llevan un año quejándose a voz en grito? Me cuesta encontrar en algo malo que haya pasado en las vidas y el día a día de los estadounidenses”.
La pregunta para esta elección es cuál de los dos estados de ánimo prevalecerá en noviembre. Para los demócratas, la cuestión es saber hasta qué punto la creciente preocupación y militancia de los progresistas se traducirá o no en votos para un partido que sigue sin tener un líder o un programa claro. Para los republicanos, la clave está en la base de Trump, una coalición de votantes construida a base de descontento y de interés propio, ¿cómo reaccionarán ante un Partido Republicano que nunca quiso a su líder? Trump está en la mente de todos, pero su nombre no va a aparecer en las papeletas de noviembre.
En 2016, Bill Clinton solía hablar con los responsables de campaña de Hillary sobre lo que escuchaba en las calles. Pero lo ignoraron una y otra vez. “La respuesta era siempre una variación sobre el mismo análisis: los datos van en contra de tus anécdotas”, escribieron Jonathan Allen y Amie Parnes en ‘Shattered: Inside Hillary Clinton’s Doomed Campaign’, su libro sobre la campaña de la candidata demócrata. “A Bill le gustaban los datos, pero creía que no eran suficientes... Sentía que era importante hablar con los votantes y tener una idea real de sus sentimientos”.
Para tener una idea de los sentimientos de los votantes esta vez he venido a Racine (Wisconsin) a cubrir las elecciones parlamentarias de mitad de mandato. Elegí este pequeño pueblo posindustrial de 80.000 habitantes en la costa oeste del Lago Michigan (entre Chicago y Milwaukee) por tres razones.
La primera, porque se trata de un condado de voto cambiante. Desde 1992, Racine ha votado por quienquiera que haya ganado la presidencia: apoyaron a Bill Clinton dos veces; a George W. Bush, dos veces; a Barack Obama, dos veces; y luego a Trump. En 2016, muchos comportamientos del condado fueron similares a los de otras zonas del cinturón industrial estadounidense. La participación había caído alrededor de un 9% y Trump ganó por un margen pequeño: un 5% menos de votos que los obtenidos cuatro años antes por el también republicano Mitt Romney. Si Trump ganó donde Romney había perdido fue porque el voto demócrata se desplomó un 20% en 2016. De cara a las próximas elecciones, saber quién cambió su voto es relevante, pero lo crucial será saber quién no votó, por qué no votó y si esta vez está motivado a hacerlo.
En segundo lugar, Racine forma parte del distrito electoral del portavoz de la Cámara, el republicano Paul Ryan, que ahora se retira. Los republicanos tienen ventaja en el distrito (Trump ganó por 10 puntos), pero la competición sigue reñida y es el tipo de escaño que los demócratas necesitan ganar para quedarse con la mayoría en la Cámara. Una encuesta del periódico The New York Times y la universidad Siena College publicada en septiembre daba a los republicanos una ventaja de seis puntos. Pero esa era precisamente la ventaja promedio que Clinton tenía en Wisconsin una semana antes de las elecciones de 2016. Y Clinton perdió.
Esto nos lleva al último motivo para haber elegido Racine: Wisconsin. Como les pasó con Michigan, los demócratas pensaban que tenían el estado ganado y no se esforzaron mucho. Pero perdieron por poco. La primera vez en mas de treinta años que Wisconsin apoyaba a un republicano.
La historia reciente de la política en Wisconsin también puede servir para ilustrar este momento. En 2010 eligieron como gobernador a Scott Walker, un republicano con un programa conservador de línea dura que provocó enormes protestas cuando quiso terminar con la negociación colectiva de los sindicatos en el sector público y equilibrar el presupuesto recortando las prestaciones sanitarias y los derechos de jubilación de los empleados del gobierno local.
Antes del movimiento Occupy Wall Street, decenas de miles de ciudadanos de Wisconsin ocuparon el Capitolio del Estado en una enorme protesta contra las medidas de austeridad. Ellos fueron la resistencia antes de que la resistencia se convirtiera en lo que es hoy. Recolectaron más de 900.000 firmas, forzaron la retirada de Walker o, mejor dicho, que se celebraran nuevas elecciones a gobernador.
Cuando cubrí como periodista esa votación, los progresistas decían que Walker había ganado con falsas promesas, que la gente no sabía lo que estaba votando y que ahora estaba claro que lo rechazarían. Una semana antes de esa elección me reuní con Cory Mason, representante demócrata de Racine en el Estado de Wisconsin. “Cuando me encuentro con gente ahora, siento una intensidad y una sensación de urgencia que no había visto nunca”, me dijo. Pero poco más de una semana después, Walker era reelegido con una mayoría aún más sólida. Walker sigue siendo el gobernador aunque este año enfrenta otro duro desafío. Mason es ahora el alcalde de Racine.
Traducido por Francisco de Zárate