Las noticias se mueven rápido por La Habana. Es como si la gente se topara con ellas y luego siguiera sus camino. Los cubanos tienen un dicho para esto: “La bola en la calle”.
El viernes pasado, Raúl Castro anunció que se retiraba como secretario del Partido Comunista de Cuba, terminando con 62 años de gobierno de los Castro. Aunque la noticia no causó mayor asombro en la isla, sí se difundió por el mundo entero.
Los cubanos se la esperaban. Entre aquellos que luchan por conseguir comida en tiempos cada vez más difíciles había escepticismo sobre qué podría cambiar a partir de ahora.
“No creo que las cosas cambien mucho en el futuro cercano”, dice un hombre. “No mientras la vieja guardia siga teniendo poder e influencia en la política cubana”.
El hombre estaba más atento a la noticia de que alguien había visto pollos a la venta en una tienda sobre la Calle Línea, que acepta pesos cubanos en lugar de dólares estadounidenses. Se había formado una larga fila que daba varias vueltas mientras los ánimos se encendían. La policía apareció para que hubiera paz.
En su discurso durante el octavo congreso del Partido Comunista de Cuba, Castro les dijo a los delegados que se retiraba con la satisfacción de haber cumplido con su deber y “con confianza en el futuro del país”.
Soluciones de mercado
Incluso si la población estaba distraída, el discurso llamaba la atención. Era un buen resumen de lo que sabemos sobre un hombre que durante décadas estuvo a la sombra de su extravagante hermano.
El discurso demostró cuánto se ha alejado él del marxismo-leninismo de los años 60 en busca de soluciones de mercado, siempre y cuando no se vea amenazado el régimen de partido único que considera un pilar contra la explotación estadounidense.
Desde que asumió el poder tras la renuncia de Fidel en 2008 a la presidencia y luego a la dirección del partido en 2011, Raúl ha introducido importantes reformas económicas. Aparecieron emprendimientos privados a pequeña escala, se permitió la compra y venta de propiedades y coches y luego llegó el internet móvil.
El viernes pasado, Raúl Castro dijo: “Hay que eliminar la vieja ilusión de que Cuba es el único país donde se puede vivir sin trabajar”. Les pidió a los medios estatales que no oculten los problemas del país con “triunfalismo y superficialidad”. Volvió a llamar a una nueva generación de líderes.
Cuando los dos hermanos bajaron de Sierra Maestra en 1959 –una sorprendente cantidad de aquellas personas que les acompañaron aún siguen en el poder– estaban en primera línea de batalla por la igualdad de género y entre razas. Sin embargo, muchos cubanos creen que hace tiempo que esas conquistas han sido abandonadas. En los barrios más pobres han comenzado a aparecer focos de descontento.
Castro reconoció el problema. El partido difundió cifras para demostrar que refleja la diversidad de la sociedad, pero Castro dijo que el ascenso de mujeres y personas negras “todavía es insuficiente en términos de cargos decisorios en el partido, el Estado y el Gobierno”.
Sin embargo, el cambio no llega. El lunes se confirmó que Castro será reemplazado como superpoderoso primer secretario del partido por Miguel Díaz-Canel, presidente del país, un hombre blanco de 60 años.
Los que intentan ver el futuro miran ahora hacia un nuevo segundo secretario como posible cambio. “Hay una persona que podría lanzar un mensaje”, dice William LeoGrande, de la Universidad Americana de Washington. “La primera secretaria [afrocubana] del partido en La Habana, Lázara López-Acea. La gente habla muy bien de ella”.
Para los cubanos, la comida sigue siendo un tema prioritario. Donald Trump hizo descarrilar el mayor logro de Raúl Castro: la tregua de 2016 con el Gobierno de Obama.
El Gobierno de Trump endureció las sanciones, haciendo que las transacciones financieras en la isla se vuelvan casi imposibles. Las familias perdieron la posibilidad de enviar dinero a Cuba a través de Western Union. Los cruceros fueron prohibidos y se desalentó el turismo.
Hace poco se celebró un mitin en La Habana contra “el bloqueo estadounidense” y una enorme y ruidosa cantidad de bicicletas y coches pasó ondeando banderas cubanas por la embajada de Estados Unidos, ubicada en la carretera costera del Malecón.
Hasta los empresarios más rígidos se sorprendieron por la negativa de Biden de desandar los pasos tomados por Trump. “Ni siquiera hizo los cambios que se rumoreaban”, dice John Kavulich, presidente del Consejo Económico y Comercial EEUU–Cuba. “Quitarles el tope a las remesas estadounidenses ni siquiera implicaría una interacción con el Gobierno cubano”.
Díaz-Canel busca la continuidad del régimen
La pandemia del coronavirus destruyó lo que quedaba de la economía, a pesar del éxito inicial de Cuba en mantener al virus fuera de la isla y el notable avance en la creación de sus propias vacunas. Según las estimaciones del Gobierno cubano, en 2020 la economía se contrajo en un 11%, haciendo que las importaciones cayesen en un 40%.
Díaz-Canel no da señales de querer alejarse de la intransigencia. Se aferra al hashtag de Twitter #SomosContinuidad. La consigna del Congreso es “continuidad y unidad”. Ada Ferrer, autora del libro próximo a publicarse Cuba: An American History, dice: “¿Continuidad de qué? ¿De la escasez?”
Marta Deus tiene 33 años y es la fundadora de Mandao, una especie de Deliveroo cubano, un emprendimiento que se ha convertido en el éxito empresarial del confinamiento y ha ayudado a mantener a flote a muchos restaurantes de La Habana, ni hablar de las personas.
“Tener un emprendimiento aquí es muy, muy complicado”, dice. “Algunos ministros y viceministros quieren cambiar las cosas, pero la burocracia todavía es superdifícil. En mi experiencia, no ha cambiado casi nada”.
Fuera de la tienda en la Calle Línea, la fila ha desaparecido, junto con todo recuerdo de los pollos. Lo único que queda son infinitas estanterías con agua embotellada.
Las noticias también se mueven rápido por La Habana a través de WhatsApp, en forma de memes crueles, y uno parece venir al dedillo. ¿Por qué las tiendas cubanas se parecen al cuerpo humano? Porque están compuestas en un 70% de agua.
Traducido por Lucía Balducci