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Espionaje, censura y castigos: dentro del brazo propagandístico de Bashar al Asad en Siria

Imagen de archivo de 2012 de una manifestación de apoyo a Bashar al Asad.

William Christou

Damasco —
31 de diciembre de 2024 19:14 h

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Tras 21 años trabajando en la Agencia Árabe de Noticias Siria (SANA), llegó el día que Farouk había estado temiendo. Un sobre lacrado con cera roja se abrió paso por los descoloridos pasillos de la agencia oficial del régimen y aterrizó en su mesa. Dentro estaba lo que los empleados llamaban “un expediente disciplinario”, cuyo contenido podía ir desde una reprimenda por parte de la dirección hasta una citación en uno de los brutales cuerpos de seguridad sirios.

“Encontré un error antes de que se publicara un artículo y lo elevé a dirección. Pensé que estaba haciendo lo correcto, pero me castigaron”, cuenta Farouk, periodista de la redacción, que relata su experiencia bajo seudónimo. Farouk tuvo suerte: solo se enfrentó a una sanción administrativa. Otros compañeros fueron menos afortunados.

Un día de 2014, Mohanned Abdelrahman estaba en la sala de descanso charlando con otros compañeros de redacción mientras preparaba té. Durante la conversación, cayó en la cuenta de que todos los empleados del grupo pertenecían a un mismo grupo religioso, algo que podía despertar las sospechas de las autoridades, paranoicas ante cualquier forma de organización comunitaria. Rápidamente, el grupo se disolvió y los periodistas regresaron a sus mesas. Una semana después, él y los demás empleados encontraron sobre sus mesas un sobre con el temido lacrado rojo. En su interior había una citación para la Sección 235, alias la “sección palestina”, uno de los centros de detención más temidos del país. Abdelrahman y otros empleados fueron retenidos e interrogados durante los 15 días siguientes.

Abdelrahman y sus colegas comparten con The Guardian sus respectivas detenciones sentados alrededor de un escritorio de la sección internacional de la agencia oficial. Han pasado 10 días desde la caída del régimen de Asad, y todavía no se sienten con la libertad suficiente para poder decir todo lo que piensan.

Durante los últimos 13 años, los periodistas de la agencia oficial de noticias no han podido informar libremente, ya que SANA ha estado en primera línea del esfuerzo propagandístico del régimen de Asad.

La página web de SANA, sin actualizar desde que Asad fue derrocado el 8 de diciembre, seguía mostrando el último titular publicado por el régimen. “El presidente Asad asume sus obligaciones laborales, nacionales y constitucionales”, afirma el teletipo, a pesar de que el dictador y su familia habían abandonado el país unas horas antes, rumbo a Moscú.

Según los teletipos de la agencia de noticias en los días previos a la caída del régimen de Asad, todo iba bien en Siria. A medida que los rebeldes avanzaban hacia Damasco, SANA informaba de que no eran más que meros montajes fotográficos. Cuando las fuerzas gubernamentales sirias empezaron a abandonar en masa sus puestos, la agencia empezó a informar de “repliegues estratégicos”.

A los periodistas de la agencia no les habían lavado el cerebro; sabían que la oposición estaba avanzando y ganando terreno a las fuerzas del régimen, pero años de control orwelliano y censura en la redacción les habían incapacitado para escribir la verdad.

“Las autoridades te decían que el yogur era negro y no te permitían decir que era blanco. Te hacían sentir miedo de que te castigaran, así que no intentabas añadir nada nuevo a los artículos”, explica Abdelrahman.

Durante los años de guerra civil en el país, la agencia oficial se limitó a repetir los mensajes del régimen y se convirtió en un elemento clave de la campaña de desinformación siria y rusa. Sus artículos calificaban a la Defensa Civil Siria, conocida como los Cascos Blancos, de “agentes de Al Qaeda dedicados a la extracción de órganos”. Más del 90% de los sirios vivían por debajo del umbral de la pobreza, pero la agencia de noticias informaba de la instalación de autobuses ecológicos en Damasco.

Para asegurarse de que los periodistas no escribían nada que contradijera la línea del régimen, la agencia de inteligencia siria colocó informadores en la oficina para que espiaran a los periodistas. “No sabías quién era el que entre nosotros escribía informes sobre sus compañeros. Informaban de cuándo entrabas a trabajar, cuándo salías, cuánto tiempo pasabas en el baño”, explica Abdelrahman.

La agencia de inteligencia también seguía los perfiles de los periodistas en las redes sociales. Un estado que expresara cualquier opinión discrepante, o incluso un “me gusta” en un comentario sospechoso, atraía la atención de las autoridades. Las consecuencias para los periodistas que se atrevían a desviarse de la línea del Estado podían ser mortales. Los periodistas recuerdan a un colega detenido durante tres meses y torturado a diario, suspendido de una tubería en una grotesca posición de estrés. A otro lo torturaron brutalmente cuando descubrieron que había enviado al canal de noticias Al Jazeera imágenes de las protestas de la oposición en el sur de Siria.

Casi todos los periodistas de SANA relatan haber sido detenidos en algún momento u otro de su paso por la agencia. Entre los delitos que se les han imputado figuran empañar la reputación de Siria, organizar actividades revolucionarias, trabajar en favor de Israel y trabajar en favor de Irán.

Bajo la amenaza de sufrir lesiones corporales, a los periodistas se les pedía que negaran la realidad que veían con sus ojos y, en su lugar, creyeran los comunicados de prensa que les enviaban los equipos de relaciones públicas del régimen. A medida que se deterioraban las condiciones económicas, el régimen sirio introducía en sus artículos estadísticas y cifras cada vez más alejadas de la realidad. El régimen de Asad era particularmente sensible a los artículos económicos, muy consciente del creciente descontento. “Había un bloqueo de toda información real. Las cifras procedentes del Ministerio de Industria y Economía eran completamente inventadas”, afirma Adnan al-Akhras, periodista de la sección nacional.

Los periodistas también tenían que enfrentarse a la temible burocracia de la organización y a sus onerosas normas editoriales. Si se enviaba a un periodista a cubrir un reportaje en el extranjero, primero tenía que pedir permiso a su jefe, que a su vez tenía que obtener el permiso del redactor jefe, que a su vez informaba al director de la agencia, que a su vez tenía que pedírselo al ministro de Información. Cuando se obtenían todos los permisos, el evento ya había terminado.

Los periodistas de internacional recurrían a agencias de noticias de los países aliados, como la agencia rusa Sputnik y la agencia china Xinhua. Sin embargo, existían estrictas políticas editoriales que a veces incluso superaban las de los patrocinadores del régimen de Asad. Los periodistas se veían obligados a modificar los textos de la agencia rusa Sputnik para hacerlos más ajustados a las exigencias del régimen. Por ejemplo, la mención de los medios rusos al “ejército de Ucrania” se cambiaba por “fuerzas neonazis” en los reportajes de SANA.

“Solíamos bromear y afirmar que nosotros éramos el verdadero Moscú, no ellos”, explica Abdelrahman. Según este periodista, en los últimos años los periodistas de la sección de Internacional ya solo podían escribir sobre Cuba, Irán, Rusia y Venezuela.

Cuando los periodistas investigaban sus historias, se les pedía que recopilaran cualquier artículo negativo sobre el régimen de Asad que apareciera en la prensa extranjera. Copiaban y pegaban esos artículos en un correo electrónico, firmaban con su nombre y lo enviaban a una cuenta especial que les proporcionaba el palacio. Los periodistas no sabían dónde iban a parar esos correos, pues nunca recibían respuesta.

A medida que la vida en Siria se endurecía, también lo hacían las condiciones laborales en la agencia. Los salarios mensuales en la agencia de noticias rondaban las 150.000 libras sirias (unos 11 euros). Los reportajes estaban cada vez más alejados de la realidad y de la creciente pobreza del país y resultaban absurdos incluso para los periodistas que los firmaban.

A los periodistas no se les permitía dimitir. Podían presentar su dimisión a un comité especial que sistemáticamente denegaba la petición. Tampoco se les permitía viajar fuera del país. Si lo intentaban, su nombre aparecía en las pantallas de la guardia de fronteras. Se consideraba que los periodistas de SANA tenían acceso a información sensible, por lo que tenían que solicitar permisos especiales de seguridad para salir de Siria. “Nunca los conseguimos”, señala Abdelrahman.

A pesar de los años de represión, los periodistas de la agencia volvieron al trabajo dos días después de la caída del régimen de Asad. Los reporteros se reunieron y empezaron a proponer con entusiasmo ideas para futuros artículos: los nuevos mercados y oportunidades que están surgiendo con la caída del régimen; el auge del dólar; la desaparición de las grabaciones de las cámaras de las cárceles del régimen...

Sin embargo, tras años de estricto control, los periodistas no parecen estar seguros de qué cobertura pueden hacer. “Esperamos tener libertad como periodistas y que no nos vuelvan a detener por hacer nuestro trabajo”, indica Abdelrahman. Mientras hace esta afirmación, el periodista dirige su mirada hacia un responsable de prensa de Hayat Tahrir al-Sham —el grupo rebelde islamista que lideró la ofensiva que derrocó a Asad— que asiste al encuentro de los periodistas con The Guardian y que tiene la tarea de reorganizar la agencia de noticias estatal.

Traducción de Emma Reverter

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