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La vida de un estadounidense de origen mexicano en la patrulla fronteriza: “El sistema funciona”

Rory Carroll

Nogales —

Vicente Paco nació en México. En la escuela aprendió que los marines de Estados Unidos invadieron el país, asesinaron a la población y se quedaron con parte del territorio. Los mexicanos odiaban el uniforme verde de los marines con tal intensidad que se inventaron la palabra “gringo” para referirse a los estadounidenses: Green go (iros, verdes).

Ahora, Paco lleva el uniforme verde de los agentes de la patrulla fronteriza de Estados Unidos y hace guardia en un desierto que antaño había pertenecido a México. También hace todo lo que está en sus manos para impedir que los mexicanos y los nacionales de otros países entren ilegalmente en Estados Unidos. Si atendemos a la lógica política y económica que rige la protección de fronteras en Estados Unidos, esta situación tiene sentido.

“Tienen óxido en las manos”

“Mira, bajaron por aquí”, indica Paco, señalando unas huellas en la cerca de acero inoxidable de 5 metros y medio de altura que separa la localidad estadounidense de Nogales, situada en el estado de Arizona, de la ciudad mexicana de Nogales: “Si llegan al pueblo intentan mezclarse con los lugareños, pero la cerca suele rasgar su ropa y deja rastros de óxido en las manos. Nos fijamos en este tipo de detalles.

Paco, un hombre atractivo y pulcro de 35 años, tiene un 4x4 con una raya verde, un arma Taser, un cuchillo, esposas, prismáticos y una radio que le permite estar conectado con otros 4.000 agentes que controlan el tramo de más de 400 kilómetros de la frontera en la parte del Tucson.

Consiguió la ciudadanía estadounidense por naturalización y cree en la misión de la patrulla fronteriza: “Nuestro trabajo es proteger la frontera. Cuando me pongo el uniforme, soy, ante todo, agente de la patrulla fronteriza”.

Con independencia de que Paco anime al equipo de fútbol mexicano cuando juega contra Estados Unidos (no quiso decir de qué equipo es) hace su trabajo. “Soy un agente de la patrulla fronteriza sin que importe mi país de procedencia”, señala.

En circunstancias normales, eso no sería noticia. Cerca de la mitad de los agentes que patrullan los más de 3.000 kilómetros de frontera son hispanos y nadie pone en duda su lealtad y compromiso.

Sin embargo, durante la pasada campaña electoral, la raza y la etnia pasaron a integrar la agenda política de los candidatos, especialmente en los debates en torno a la migración.

Donald Trump odia a los mexicanos

Donald Trump insultó a los mexicanos al llamarlos violadores y delincuentes. Afirmó que el origen mexicano de un juez federal de Estados Unidos, Gonzalo Curiel, le impedía ser objetivo. Prometió que deportaría a millones de inmigrantes ilegales y que construiría un muro tan largo como la frontera para que no pudieran entrar los “hombres malos” [“bad hombres”].

En las dos últimas décadas, la patrulla fronteriza se ha quintuplicado (de 4.000 agentes a 21.000). Una valla de tela metálica solía separar ambos lados de la frontera. Ahora la valla ha sido sustituida por barreras “estilo Normandía”, sensores, cámaras, drones y helicópteros. Barack Obama deportó a 2,5 millones de personas; una cifra récord. En la actualidad, la cifra de inmigrantes que cruzan de forma ilegal se sitúa en un mínimo histórico. De hecho, la cifra de mexicanos que abandona Estados Unidos supera la cifra de los que intentan entrar.

A pesar de estas cifras, en su carrera hacia la Casa Blanca, Trump alertó de la posibilidad de una entrada masiva de inmigrantes ilegales y se presentó como el único candidato preparado para evitarlo. La polémica que ha generado su relación con supremacistas blancos y las historias sobre acosos a miembros de la comunidad hispana han hecho que no se preste atención al hecho de que Trump contará con miles de agentes federales de origen mexicano para impulsar las medidas que sean necesarias.

¿Tiene sentido para un mexicano ser agente?

Durante una visita a la cerca realizada la semana pasada, Paco, portavoz de la agencia, señaló que el origen mexicano de los agentes no supone un problema. “Tenemos una misión. Nunca pondría mi trabajo en peligro. No debemos confundir el respeto a los orígenes con el patriotismo”, indica.

Cuando hablamos de la patrulla fronteriza, es importante definir qué entienden los agentes por patriotismo: poner a Estados Unidos por delante de todo y responder ante cualquier tipo de amenaza. La agencia considera que su misión es garantizar una primera línea de defensa del país y se ve a sí misma como un centinela de la frontera que está de guardia permanente.

El Consejo Nacional de la Patrulla Fronteriza, un sindicato que representa a los agentes, apoyó la candidatura de Trump, alegando que si bien se ha conseguido mejorar la tasa de detección de entradas ilegales (se consiguen detectar a la mitad de inmigrantes ilegales que intentan cruzar la frontera), es necesario impulsar nuevas medidas.

“Si tenemos en cuenta que no sabemos cuáles son las intenciones de los que consiguen entrar y quiénes son, la cifra es aterradora. Podría tratarse de inmigrantes que simplemente quieren una vida mejor pero también podría tratarse de terroristas radicales que quieren atentar contra los estadounidenses. No lo sabemos y en tiempos peligrosos como los actuales esta situación es inaceptable e imprudente”, indicó el sindicato.

El sindicato elogió la actitud de Trump y lo presentó como un líder que apoya las estrategias militares y que no se deja intimidar por los medios de comunicación, la corrección política o los dictadores de otros países. “Esperamos trabajar con el equipo de transición de Trump para finalmente darle al pueblo estadounidense la seguridad fronteriza que han estado exigiendo”.

No todos los 16.500 miembros del sindicato estuvieron a favor de esta muestra pública de apoyo. Algunos mostraron su oposición, pero lo cierto es que se trata del reflejo de una mentalidad que se forjó a partir del 11-S. Antes de los atentados, la agencia integraba el Departamento de Justicia. Tras los ataques, la agencia pasó a formar parte del Departamento de Seguridad Nacional y se centró en la lucha contra el terrorismo. Muchos excombatientes pasaron a engrosar las filas de la agencia.

Paco, que estudió una diplomatura en una Universidad de California, trabajó como mecánico de los cazas F/A-18 a bordo del portaviones USS Nimitz en el Golfo Pérsico antes de unirse a las filas de la patrulla fronteriza.

Profesional y amable, utiliza muchas expresiones militares cuando habla. “Este sistema de videovigilancia remota nos permite detectar a las personas que cruzan la frontera” indica en lo alto de una soleada colina, de espaldas a una torre blanca coronada por cámaras de vigilancia: “Nos permite localizar al sujeto y tiene un efecto multiplicador”.

De los 400 kilómetros que patrulla, 340 tienen barreras artificiales, mientras que en el resto, las montañas y los cañones hacen de barrera natural. Todo el tramo queda bajo constante vigilancia y bajo el control de sistemas de respuesta rápida. “Tenemos distintos niveles de defensa”, explica Paco.

Un desierto inmenso y hostil

A pesar de todas estas precauciones, el desierto de Sonora puede parecer inmenso y hostil, y su arena y sus matorrales se pierden en el horizonte. “¿Nos están observando? Sin lugar a dudas”, dice Paco. Según el agente, las organizaciones criminales, o más concretamente los cárteles, están al acecho. Disponen de miradores que les permiten hacer un seguimiento de ambos lados de la frontera. “Los que están en Estados Unidos se esconden en las colinas y mandan instrucciones a los contrabandistas a través de mensajes encriptados por radio”, afirma.

Los contrabandistas utilizan a niños y les ordenan que lancen piedras del tamaño de un pomelo contra la valla para intimidar y distraer a los agentes, explica Paco mientras señala el techo lleno de rocas de un garaje. “Lanzan las piedras con mucha fuerza y pueden hacer mucho daño. Cuando nos atacan, tenemos que tomar decisiones en una fracción de segundo”, indica.

El peligro también se esconde bajo tierra. Solo en el tramo del Tucson, los agentes han descubierto más de 115 túneles. Según Paco, son una prueba de que el enemigo tiene determinación y muchos recursos económicos.

Los cárteles también han acabado con los coyotes independientes que solían guiar a aquellos que querían cruzar la frontera. Ahora, ellos se han quedado con este negocio y cobran miles de dólares a sus clientes, o los obligan a cargar con mochilas llenas de droga. “Muchos sucumben a la presión y transportan la mercancía”, indica Paco.

El sueño de los inmigrantes nutre a las redes de criminales sin escrúpulos, que a su vez llenan Estados Unidos de droga. Estas organizaciones criminales a menudo traicionan a sus clientes: “son víctimas de violación, asesinato, robo. Los abandonan. Los dejan sin agua”.

“Cruzar la frontera no debería sentenciarte a muerte”

Paco afirma que la patrulla fronteriza, en cambio, trata a los inmigrantes con humanidad y organiza operaciones de rescate en el desierto para socorrer a los que se han perdido o se encuentran en una situación desesperada: “En muchas ocasiones, somos los primeros en ayudar. Cruzar la frontera no debería ser una sentencia de muerte”.

En una ocasión Paco intentó salvar a un hombre que transportaba drogas y que había caído por un barranco: “El hombre murió en mis brazos. Intenté reanimarlo pero podría sentir cómo sus huesos crujían. Nada justifica que intentes entrar a Estados Unidos de forma ilegal, sean cuales sean tus intenciones. No es cierto que el sistema no funcione, de hecho yo soy una prueba viviente de que se puede entrar de forma legal”.

Paco está convencido del valor de su misión y esto es más importante que las clases de historia relativas a la guerra que libraron Estados Unidos y México entre 1846 y 1848, o que su equipo de fútbol. “Animo al equipo ganador”, afirma con una sonrisa.

Al analizar la patrulla fronteriza, es necesario tener en cuenta otro factor: se trata de un trabajo bien pagado, el salario básico de algunos agentes es de 49.000 dólares anuales, y también incluye un buen seguro médico y una jubilación. “En las zonas cercanas a la frontera no suele haber muchas oportunidades laborales y las condiciones de este trabajo son buenas”, indica Paco.

No es de extrañar que muchos hispanos luzcan el uniforme verde: un buen salario, la oportunidad de servir al país y, tal vez, salvar vidas. Es un paquete atractivo, con Trump o sin él.

Las voces más críticas con la agencia no lo ven así. Los grupos de defensa de los derechos humanos y de los inmigrantes afirman que la patrulla fronteriza forma parte de una estrategia cínica que propicia que los migrantes hondureños, guatemaltecos y salvadoreños que quieren cruzar la frontera terminen en manos de depredadores humanos y en zonas remotas, con el objetivo de que los esqueletos de aquellos que no sobrevivieron sirvan para frenar a otros que quieran intentarlo.

“La travesía es mucho más peligrosa”

“Lo que consiguen es que los inmigrantes lo intenten por la parte del desierto, situada más al oeste, que es mucho más peligrosa”, indica Robin Hoover, un veterano activista radicado en Arizona. “Han hecho todo lo que estaba en sus manos para que cruzar sea caro; han alimentado la industria de los coyotes, que envían miles de millones de dólares a los cárteles. Ahora la travesía es mucho más peligrosa y tienes más probabilidades de morir”.

También acusan a la patrulla fronteriza de no pensárselo dos veces antes de disparar, de llevar a cabo inspecciones ilegales, de tener prejuicios raciales, y de amontonar a los detenidos en celdas frías y sin suficientes camas.

“Son buenos agentes, pero la institución tiene ciertos problemas que debe solucionar: falta de transparencia y de rendición de cuentas y abuso de la fuerza”, indica el padre Sean Carroll, un cura jesuita que visitó un refugio gestionado por la Iniciativa Kino para la Frontera, en Nogales.

Algunos de los inmigrantes deportados se quejan de la falta de solidaridad de los agentes hispanos. “Nos trataron como perros, como basura”, indica Gerson Rayas, un hombre de 34 años. En mayo fue detenido y deportado a Honduras. Consiguió llegar a México de nuevo, agarrado a los techos de los vagones de tren y ahora quiere volver a cruzar la frontera. Si lo vuelven a pillar, probablemente no será deportado de inmediato sino que pasará algunos meses en la cárcel.

En cambio, Elmer Castillo, un trabajador agrícola de 26 años del estado mexicano de Oaxaca no siente rencor hacia los agentes que, montados a caballo, interceptaron a su grupo la semana pasada mientras intentaban cruzar la frontera.

“Es su trabajo. Si uno consigue pasar, los otros pueden pensar que a ellos también los ayudarán”. Le preguntamos si volverá a intentarlo. Se encoge de hombros y responde: “Tal vez”.

Traducido por Emma Reverter