En cuclillas en el suelo, con un pañuelo marrón sobre los hombros, el comandante talibán y su guardaespaldas miran en sus móviles imágenes de ataques editados para que parezcan videojuegos, con puntos de mira computarizados sobre los objetivos. “Allahu Akbar,” dicen cada vez que un todoterreno del gobierno activa una mina terrestre.
Mullah Abdul Saeed se reúne con the Guardian en una desértica zona rural de la provincia de Logar, donde comanda a 150 combatientes talibanes. Ha luchado contra los soldados extranjeros y sus aliados afganos desde los 14 años, cuando la coalición dirigida por Estados Unidos invadió Afganistán. Los talibanes ahora controlan el mayor territorio desde que fueron destituidos del poder, y parece que no les hacen falta reclutas.
Al mantener y expandir su presencia militar en Afganistán, Estados Unidos pretende lograr que los talibanes dejen las armas, pero se arriesga a radicalizar aún más a los insurgentes que siempre han reclamado que se retiren las tropas extranjeras como condición para sentarse a negociar la paz.
Las entrevistas a combatientes talibanes en Logar y Vardak, dos provincias sitiadas de Afganistán, revelan un movimiento fragmentado pero resistente, unido en su lucha contra la intervención extranjera.
Haciendo referencia a la ofensiva de Barack Obama, Saeed afirma: “150.000 estadounidenses no pudieron con nosotros.” Y los 4.000 soldados más que planea enviar Donald Trump, “no afectarán la moral de nuestros muyahidines”, dice. “Los estadounidenses caminaban por nuestros pueblos y los echamos”, resalta. Asegura que para que los talibanes se sienten a negociar la paz, “los extranjeros deben irse y se debe cambiar la constitución para que sea la Sharia”.
Entrevistas inusuales
Los combatientes talibanes en activo no suelen aceptar dar entrevistas a medios occidentales. Hombres como Saeed, que habló sin permiso previo de un superior, nos permiten ver por dentro un movimiento que, tras 16 años de oposición armada, sigue siendo mayormente un enigma.
Saeed y su guardaespaldas, armado con una Kalashnikov, llegan levantando polvo con su motocicleta. Al principio se muestran distantes, pero luego van entrando en confianza conforme avanza la conversación. Saeed explica que a medida que fue cambiando la guerra, los talibanes se han ido adaptando. Ahora los soldados estadounidenses entrenan a soldados afganos y han aumentado los ataques aéreos.
“Es verdad, es cada vez más difícil luchar contra los estadounidenses. Pero usamos terroristas suicidas y usaremos aún más,” dice Saeed. “Si Estados Unidos cambia sus tácticas de combate, nosotros también.” Este cambio ha supuesto ataques aún más sangrientos, con bombas en camiones en zonas muy pobladas y audaces ataques a las bases militares.
En abril, combatientes talibanes vestidos con uniformes militares se metieron en una academia militar del norte del país y asesinaron a al menos 150 soldados, en el que ha sido el mayor ataque al ejército en toda la guerra. Este mes, terroristas suicidas mataron a toda una unidad del ejército, embistiendo dos todoterrenos llenos de explosivos contra una base en Kandahar.
Mientras Saeed habla, tres jóvenes de la familia civil que nos recibe en su hogar nos traen té. Los jóvenes se ríen nerviosos al oír la radio de los combatientes. Saeed habla con calma y se comporta como un profesional, pero sus palabras destilan la furia de un hombre que ha pasado toda su vida adulta peleando en una guerra que ha durado una generación entera. Un hombre que ha perdido a 12 miembros de su familia por el camino.
Cuando le preguntamos por la cifra récord de civiles que han muerto en la guerra, nos dice que los talibanes “cometen errores” y que intentan evitar herir a civiles, pero aclara: “Si hay un infiel en medio de un rebaño de ovejas, está permitido atacar al rebaño”.
Los talibanes siempre han sido superados en número y en tecnología por sus oponentes extranjeros, pero ahora se encuentran probablemente en su mejor momento desde 2001 y tienen amenazadas a varias capitales de provincia. Sin embargo, el movimiento está dividido y varios comandantes de bajo rango apoyan a rivales del actual jefe, Mawlawi Haibatullah, o a otros grupos más radicales como el ISIS. Pero las diferencias internas no han impedido que el grupo siga avanzando.
Saeed afirma: “Entre 10 y 15 personas se nos unen cada día [en Logar], a veces son incluso policías”, y añade que el maltrato que sufren por parte del gobierno y de las fuerzas extranjeras ayuda al reclutamiento.
Ataques suicidas tras el paso por la cárcel
“Muchos talibanes se convierten en terroristas suicidas tras pasar por la cárcel. ¿Por qué?”, pregunta, describiendo luego cómo los guardias torturan a los detenidos aplicándoles aire a presión, golpeándolos o aplicándoles electricidad en los genitales. Dice que después de que un detenido es liberado, la vergüenza es insoportable. La ONU ha informado sobre estas acusaciones de tortura por parte de fuerzas oficiales.
Mientras son pocos los expertos de la comunidad internacional que piensan que la guerra se puede ganar militarmente, Estados Unidos no parece tener intenciones de revivir las negociaciones de paz. “No estamos reconstruyendo el país. Estamos matando terroristas”, dijo Trump cuando anunció su estrategia para el sur asiático. “Al final, venceremos”. Trump no ha dicho nada sobre cuándo se retirarán las tropas estadounidenses.
En otra entrevista, en la provincia de Vardak, Omari, de 23 años y con seis años de experiencia militar, cuenta a the Guardian que ha pensado en dejar la lucha y llevarse a su familia a Kabul. “Pero si los estadounidenses vuelven a Vardak, los combatiré”, asegura. Omari se muestra menos despreocupado que Saeed respecto a los civiles muertos, señalando que dañan la imagen de los talibanes frente a los afganos de a pie, que cada vez se muestran más reticentes a darles refugio.
Aún así, ambos combatientes estuvieron de acuerdo en una cosa: el poder blanco estadounidense es tan peligroso como los soldados uniformados, especialmente ahora que se ha reducido el número de soldados estadounidenses. Esa creencia se materializó el año pasado cuando unos combatientes, en un ataque sangriento, entraron en la Universidad Americana de Kabul y mataron a 16 estudiantes y empleados. En la capital, muchos consideran a la universidad como uno de los pináculos de la Afganistán post-talibán.
Un futuro incierto
Aunque ningún grupo se atribuyó la responsabilidad por el ataque, tanto Saeed como Omari opinaron que la universidad era una amenaza. “Deberíamos matar a todos los profesores que quieren lavarle el cerebro a la sociedad”, dice Saeed.
Actualmente, los talibanes parecen capaces de sostener una guerra a fuego lento, con la ayuda de sus benefactores externos. Después de que Estados Unidos presionara a Pakistán para que tome medidas contra santuarios de combatientes, algunos talibanes están considerando recurrir a otro vecino de la región, afirma Omari: “Muchos talibanes quieren irse de Pakistán a Irán. Ya no confían en Pakistán”.
Pakistán niega que esté albergando combatientes, pero Saeed admite haber recibido ayuda desde ese país, aunque niega estar bajo órdenes de nadie. “Tener conexiones es una cosa, recibir órdenes es otra muy distinta”, dice. “Todo partido, si quiere crecer, tiene que relacionarse con otros países. Nosotros deberíamos hablar con Irán y Pakistán, tal como el gobierno afgano recurre a India y China.”
Los nombres han sido modificados para proteger la identidad de los entrevistados.
Traducido por Lucía Balducci