Los trabajadores de las fábricas textiles de Bangladesh: “Solo nos lavamos las manos una vez al entrar, eso es todo”
A pesar de las medidas de confinamiento impuestas en todo el país por el coronavirus, las fábricas textiles de Bangladesh han reabierto sus puertas a pesar de que los trabajadores denuncian que sus vidas corren peligro. Se quejan por unas condiciones de hacinamiento en las que no se exige el uso de mascarillas ni se respeta las distancia mínima entre personas.
Las directivas del Gobierno señalan que las fábricas de ropa, que abastecen a algunas de las marcas más importantes del mundo y que representan el 84% del total de exportaciones del país, pueden retomar la actividad si respetan el distanciamiento físico y la prohibición de usar el transporte público.
Sin embargo, The Guardian ha hablado con trabajadores de fábricas en las zonas industriales de Gazipur y de Ashulia, en las afueras de la capital, Dhaka, y su relato no encaja con la directiva oficial. La única medida nueva, dicen, es el lavado de manos al entrar a la fábrica. No se está aplicando el distanciamiento físico en sus puestos y viajan en autobuses abarrotados hasta la fábrica. Muchos están preocupados por el regreso al trabajo, pero dicen que no tienen otra opción si no quieren perder el empleo.
Un joven de 19 años que trabaja planchando ropa en una fábrica de Ashulia cuenta que los trabajadores tuvieron que declararse en huelga para obtener medidas mínimas de protección como mascarillas reutilizables o la instalación de puestos para lavarse las manos. “Volvimos al trabajo el domingo pasado y el primer día no había ningún cambio en la fábrica”, afirma.
“Vi en las noticias que habían prometido equipos de protección como mascarilllas y medidas de distanciamiento físico, pero nuestra fábrica no nos dio nada, tuvimos que pagar las mascarilllas de nuestro propio bolsillo”, prosigue. “Solo nos lavamos las manos una vez al entrar en la fábrica, eso es todo”, añade moviendo la cabeza con incredulidad. “Y no hay distanciamiento físico ni nada de eso, todo es exactamente igual que antes”.
Según Shefaul, que con 20 años trabaja como operador de maquinaria, los dueños de la fábrica de ropa están tratando de “engañar” a los trabajadores. “Sabemos que las cosas están empeorando”, asevera. “La gente se está enfermando incluso dentro de las fábricas durante las horas de trabajo, pero desde la dirección nos dicen que todo está seguro y completamente bajo control, lo cual es una mentira descarada”. The Guardian no ha podido verificar para qué marcas de ropa trabaja la fábrica.
Un sector hundido y trabajadores en riesgo
La decisión de reabrir las fábricas de ropa ha dividido al país. Bangladesh tiene un número relativamente bajo de casos de coronavirus, unos 10.000, con solo 187 muertes, pero también es uno de los países con menos pruebas por habitante del mundo. La industria de la confección, por otro lado, es la mayor fuente de ingresos del país. Con un valor aproximado de 34.000 millones de dólares, emplea a más de 4 millones de personas en 4.500 fábricas.
El coronavirus ha afectado brutalmente al sector, con una pérdida estimada de 3.500 millones de dólares debido a los pedidos cancelados o suspendidos en los últimos dos meses de marcas como Topshop, Asda, Urban Outfitters, Sports Direct, New look y Peacocks.
Las decenas de fábricas de Bangladesh que suministran a los grandes almacenes Debenhams se encuentran en una situación especialmente difícil. La crisis del coronavirus ha dejado a la multinacional de origen británico con un administrador legal e incapaz de pagar millones de libras en prendas que ya habían sido pedidas y que hoy esperan en las fábricas y los puertos. Según sus proveedores en Daca, la cadena les ha pedido un descuento “inasumible” para algunas de las mercancías en los puertos.
“Como todos los minoristas de indumentaria, hemos tenido que tomar algunas decisiones muy difíciles en relación con nuestra cadena de suministro”, sostiene el comunicado oficial de Debenhams. “Estamos tratando de llegar a un acuerdo con todos los afectados de la manera más justa y abierta posible. Como hemos dicho, los proveedores que sigan trabajando con nosotros mientras tengamos un administrador legal cobrarán en plazos”.
La carga financiera de las cancelaciones y pagos retenidos ha recaído sobre los trabajadores de las fábricas. En marzo dejaron a más de 150.000 personas sin sueldo. Cuando a mediados de ese mes las fábricas detuvieron la producción, miles de trabajadores salieron a la calle para manifestarse por el hambre que estaban pasando.
Fue esa presión para revivir la industria de la confección, así como para evitar que los pedidos se dirijan a fábricas de Vietnam o Camboya, lo que llevó a la decisión oficial de reabrir las fábricas a finales de abril. Ahora mismo hay más de 1.000 en funcionamiento.
Según Sarwer Hossain, un activista por los derechos de los trabajadores del distrito de Savar, en Daca, la decisión de reabrir sin medidas de seguridad adecuadas está poniendo en riesgo la vida de cientos de miles de trabajadores de la confección, así como de sus familias y comunidades.
“Puedes ver con tus propios ojos lo abarrotado que está el lugar”, dice Hossain, señalando las ruidosas carreteras y el mercado alrededor de las fábricas. “Dentro está aún más abarrotado, la mayoría de las fábricas reabiertas no ha implementado distanciamientos físicos adecuados ni otras medidas de prevención. En solo un puñado de fábricas de las que he visitado hay cabinas de desinfección y controles de temperatura en la puerta, con protectores faciales, guantes y lavado de manos frecuente”.
Con 24 años, Ayesha trabaja como operadora de maquinaria. Tenía miedo de volver al trabajo, pero también la sensación de que “no había otra opción”. “Cuando mi jefe de línea me llamó y me pidió que volviera a trabajar, le pregunté: '¿Por qué haces esto? ¿Quieres que muramos?”, explica. “Me dijo que si no le mostrábamos al mundo que la fábrica estaba lista y funcionando, los pedidos irían a Vietnam, a Camboya o a otros lugares y que nos terminarían echando de nuestros trabajos de todos modos”.
“No tengo miedo a morir”, añade Ayesha. “Pero me preocupa llevar el virus a mi familia, no sería capaz de perdonármelo”.
Traducido por Francisco de Zárate
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