La primera llamada por una sobredosis que atiende el agente Shaun McKennedy llega a las 6.39 de la mañana. Enciende las sirenas y se dirige a toda velocidad hacia el 245 de la calle Laurel, un edificio de apartamentos de tamaño mediano. En el patio de la entrada, hay un carrito de bebé abandonado. Un hombre con la camiseta de “la novia de Chucky” se asoma y espía desde su puerta cómo McKennedy, de 24 años, corre escaleras arriba.
Varios hombres del departamento local de bomberos y del TEM (técnicos de emergencias médicas) ya están en el lugar, trabajando en el suelo de la sala de estar alrededor de lo que parece el cuerpo sin vida de un hombre de 31 años, vestido con unos jeans y una camiseta completamente empapada. Es una situación que McKennedy, con sus pocos años, ya ha vivido decenas de veces desde que entró en el cuerpo de policía en julio.
“¡Larry! ¡Larry! ¡No te rindas!”, grita Justin Chase, un médico del TEM de Manchester, mientras le inyecta naloxona por la nariz, un medicamento que revierte los efectos de los opioides. El cuerpo de Larry se estremece y se le abren los ojos de par en par. “¿Qué pasa?”, pregunta, sin parpadear.
El hombre accede a que lo lleven a la sala de emergencias del hospital Elliot, pero pasarán varias semanas antes de que los resultados de los análisis muestren cuál fue la causa exacta de la sobredosis. Esa misma noche, Larry confiesa a McKennedy que es la primera vez que le pasa algo así. Por lo general, se inyecta entre dos o tres gramos de heroína por día. Ese día solo había utilizado 0,2 gramos o un “lápiz”, como lo llaman. No está seguro si la sobredosis se debió a que perdió la tolerancia hacia la heroína (dice no haber consumido en más de dos meses) o a que la droga estaba mezclada con fentanilo.
Mezclado con una batidora
Según la agencia antidrogas estadounidense (DEA), el fentanilo es un opiáceo sintético 100 veces más potente que la morfina y entre 30 y 50 veces más fuerte que la heroína. “El fentanilo es lo que está matando a nuestros ciudadanos”, ha asegurado Nick Willard, jefe de policía de Manchester, en su testimonio ante el Congreso la semana pasada.
En 2013, en la ciudad de Manchester hubo 14 casos fatales por sobredosis. De acuerdo con Willard, en solo uno de los casos (7%), la víctima presentaba rastros de fentanilo en su sistema circulatorio. En 2015, los casos fatales por sobredosis ascendieron a 69, y el 68% fueron causados por el fentanilo.
Los datos estadísticos para todo el Estado no son más alentadores. Desde la jefatura de medicina forense de New Hampshire, las autoridades aseguran que todavía deben recibir el resultado de los análisis de 36 casos en los que se sospecha sobredosis. Hasta ahora, han contabilizado 399 víctimas fatales por sobredosis, de las cuales, más de dos tercios murieron con rastros de fentanilo en la sangre.
“No es que cocinen como Mario Batali”, ironiza Willard desde su oficina en Manchester, al comparar a los traficantes de heroína, que preparan la partida de droga, con el renombrado chef. “Esta gente fabrica la droga con una batidora. La mercancía puede salir perfecta y nadie va a resultar muerto. Pero también puede salir nada más que con fentanilo y eso te mata”.
Según Willard, durante una reciente redada en Manchester, encontraron a un traficante que mezclaba fentanilo con proteínas del suero de la leche. En otro operativo policial que terminó con un decomiso en Lawrence, Massachusetts, un traficante se encontraba, al parecer, mezclando heroína y fentanilo con una batidora de cocina.
Una droga barata
En general, explica Willard, la historia del uso de opiáceos en Manchester sigue los mismos patrones que en el resto del país. La crisis comenzó debido al incremento en el consumo de analgésicos de prescripción médica, como el Oxycontin. En busca de una manera más barata de colocarse, los adictos se vuelcan con frecuencia a la heroína, mucho más peligrosa pero también mucho más barata.
Según Willard, el punto de inflexión ocurrió poco después de 2010, cuando la farmacéutica Purdue modificó la medicación para que fuera más difícil de alterar y más difícil de usar para colocarse. Los proveedores en México se movieron con rapidez para que no se cortara el flujo del floreciente mercado. En Manchester, situada en las cercanías de la autopista interestatal 93, de la carretera 3, de la carretera 81 y de la carretera 9, los adictos no tuvieron problemas para aprovisionarse.
Por si no fuera suficiente, según Tim Desmond, de la DEA, los cárteles mexicanos, y en especial el de Sinaloa de “El Chapo” Guzmán, han aumentado la producción de opio en un 50% desde el año pasado con el objetivo de copar el nordeste de Estados Unidos.
El primer uso del fentanilo fue como anestésico general durante los 60. Hoy día los doctores lo siguen administrando con regularidad a los pacientes de cáncer, por lo general, en forma de tabletas o parches.
Los drogadictos han encontrado diferentes maneras de consumir las presentaciones del medicamento: por ejemplo, chupando los parches. Según Desmond, recientemente los cárteles mexicanos aprendieron cómo hacer su propia versión del fentanilo: importan los productos químicos necesarios desde China, luego meten el producto de forma ilegal por la frontera y se internan en el sistema de autopistas interestatales.
Laboratorios en México
Estados Unidos ya tuvo problemas con el fentanilo en el pasado. Entre 2005 y 2007, más de 1.000 personas murieron a causa de este medicamento, la mayoría en el Medio Oeste. Según un comunicado de la DEA, siguiendo la pista de todas esas muertes, se pudo localizar un laboratorio de drogas en México. Una vez que la DEA cerró el laboratorio, cesaron las muertes por fentanilo.
Desmond aclara que en esta ocasión, la DEA todavía no ha encontrado al laboratorio en México responsable de la epidemia de Nueva Inglaterra. En cambio, los agentes federales y la policía local tienen como blanco a los traficantes de la zona. “A veces, hay que empezar desde el primer eslabón de la cadena para poder ir subiendo”, explica Desmond.
En Manchester, Willard trabaja para acabar radicalmente con la epidemia que sufre la ciudad. Cuando asumió como jefe el verano pasado, puso en marcha una unidad antidroga y ordenó a sus detectives que arrestaran a los traficantes de forma inmediata para sacarlos de las calles, en lugar de esperar a construir un caso más sólido o de querer llegar más arriba en la cadena de abastecimiento.
Además, Willard ha trabajado en la construcción de una fuerza de tareas estatal y federal llamada Granite Hammer (martillo de granito), que comenzó en septiembre pasado. Según Willard, hasta ahora, la unidad ha hecho 77 arrestos. A su vez, Willard también ha pedido un aumento de la ayuda estatal para las clínicas de rehabilitación.
“¿Quieres morir?”
Esa noche, el agente McKennedy respondió a dos llamadas más por sobredosis. El primero era de un hombre llamado Mark, de casi 30 años, que se desmayó en un comercio de lavado de ropa, con una jeringa clavada en su brazo y otra llena y lista para usar. Mark no tuvo la misma predisposición que Larry para acompañar a los médicos del TEM hasta el hospital.
“¿Quieres morir?”, le preguntó Chase. “¿Quién carajo querría vivir esta vida?”. Según Chase, las palabras de Mark reflejaban que tenía ideas suicidas y el equipo TEM estaba obligado a llevarlo al hospital.
La segunda llamada fue por una mujer de unos 30 años. Dawn Marie sufrió una sobredosis en el apartamento de una amiga. Se necesitaron dos dosis de naloxona para que reviviera. Los dos hijos de su amiga estaban en la habitación de al lado aprendiendo el alfabeto con un libro para colorear.
Otros oficiales respondieron a otro aviso por sobredosis, mientras que McKennedy ayudaba a un grupo de médicos a asistir a un drogadicto que había intentado quitarse la vida con un cuchillo de cocina. El hombre reconoció a McKennedy de una sobredosis anterior. “Otro día en el paraíso”, le dijo, mientras McKennedy entraba por la puerta.
En un momento de tranquilidad, McKennedy ayuda al agente Mark Aquino en un control de tráfico. Aquino es especialista en reconocer a personas bajo los efectos de las drogas. Cada vez se está volviendo más difícil reconocer a los adictos, dice. Cuando usan heroína es fácil de detectar, las pupilas se contraen y parecen alfileres. Según Aquino, “el fentanilo no contrae las pupilas”. “Les hace mover la cabeza hacia abajo”, explica mientras deja caer el mentón sobre su pecho.
A las 10.30, McKennedy regresa a la comisaría para hacer el papeleo sobre todos esos avisos. Otro turno “atareado” en Manchester, dice el agente. “Nada fuera de lo normal”.
Traducción de Francisco de Zárate