Para los demócratas han sido 100 días de leyes de gran envergadura, de nombramientos rompedores y de atreverse a soñar en grande. Para los republicanos, han sido 100 días de desierto político.
El expresidente de Estados Unidos sigue siendo el líder extraoficial del partido y ejerce una fuerza de gravedad enorme sobre senadores, representantes, gobernadores y delegaciones estatales del Partido Republicano. Obsesionada con la “guerra cultural” y el fraude electoral, la distorsión Trump está impidiendo a los republicanos pasar página.
En palabras de Ed Rogers, consultor político que trabajó para los gobiernos de Ronald Reagan y George H.W Bush, “Trump es como un fuego: demasiado cerca y te quemas, demasiado lejos y te quedas fuera. El partido pasa mucho tiempo hablando del fuego, gestionando el fuego, orbitando en torno al fuego y eso le quita mucha energía”.
Los republicanos, reducidos a meros espectadores
Las elecciones de Barack Obama en 2008 habían sido hasta las de 2020 las últimas en las que los demócratas ganaron la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado. En aquella ocasión, los conservadores aprovecharon la crisis financiera para avivar los temores por el gasto público, creando un espacio para el Tea Party y recuperando la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de mandato en 2010.
Pero esta vez parece muy diferente. Los republicanos se han visto reducidos al papel de espectadores mientras Biden supervisaba la distribución de 200 millones de dosis de vacunas contra la COVID-19 y bajaba las cifras del desempleo. No han logrado encontrar un ataque coherente contra el paquete de 1,9 billones de dólares de ayuda contra la pandemia que, según las encuestas, era popular también entre los votantes republicanos.
En lugar de plantear un programa alternativo y claro, el Partido Republicano ha pasado gran parte de los últimos tres meses metiendo baza en temas que interesan al votante de Trump, como los derechos de los deportistas transgénero y los seis libros infantiles de Dr.Seuss que la empresa que gestiona su legado decidió retirar por contenido racista.
En este vacío político, los gritos de guerra son contra la “cultura de la cancelación” y contra la “wokeness” [un término que en Estados Unidos se refiere a la toma de conciencia de problemas sociales como el racismo y la desigualdad]. Las voces que más se oyen son la de Marjorie Taylor Greene, congresista, y la de Tucker Carlson, presentador de la cadena de televisión Fox News. También son las más radicales.
“Cuando no tienes un plan, acudes a lo que crees que se te da bien y eso es crear tensiones y divisiones que mueven a la gente por las emociones en lugar de por sentido práctico”, dice Michael Steele, expresidente del Comité Nacional Republicano. “Si hablas de Dr. Seuss es porque no tienes nada que decir sobre la COVID-19; si hablas sobre cuestiones de transexualidad es porque no tienes nada que decir sobre infraestructuras”.
“Es mucho más fácil explotar el miedo de la gente hacia los demás y aprovecharse de sus temores sobre una guerra cultural que en la realidad no existe”, añade. “Pero a fin de cuentas, cuando ves a tus familiares enfermar y morir, cuando pierdes tu negocio, cuando te han despedido del trabajo en medio de una pandemia mundial, Dr. Seuss te importa un comino”, dice.
En Georgia, el congreso estatal se convirtió en otro síntoma de la crisis de identidad que sufre el partido bajo la influencia de Trump: cuando las grandes empresas plantearon objeciones a la restricción del voto, el Partido Republicano arremetió contra ellas dejando en entredicho la larga relación del partido con las corporaciones.
El insulto que Trump le dedicaba a Biden, “Sleepy Joe” (“adormilado Joe”) , no ha terminado de cuajar. Los deslices verbales del presidente de 78 años son poco frecuentes y la identidad de Biden como hombre blanco le protege de los bajos instintos que se azuzaron contra Obama y contra Hillary Clinton. Su larga reputación de moderado no beligerante impide que los republicanos lo encasillen como a un peligroso radical.
“Esto se remonta a la campaña, cuando intentaron pintar a este hombre de una manera determinada y encajonarlo”, dice Steele. “El problema es que Biden no es políticamente encasillable de la forma en que los republicanos quieren encasillarlo, es decir, intentando crear esa imagen de que es un dictador de izquierdas o un lobo con piel de cordero”.
“Los ciudadanos conocen a este hombre desde hace 50 años”, añade. “Se sabe quién es y eso no ha ayudado a los republicanos, como sí pudo servirles con alguien como Barack Obama, que en gran medida era un desconocido para el país cuando entró en escena”.
Según lo habitual en política, tarde o temprano Biden sufrirá un gran tropiezo o un revés y los republicanos solo tienen que esperar a que eso ocurra. El coronavirus podría empecinarse en seguir presente, la crisis en la frontera podría volver a estallar o podría haber un susto completamente imprevisto.
“Trump sigue succionando todo el oxígeno”
A pesar del clima actual, los republicanos siguen teniendo confianza en recuperar la Cámara de Representantes el año que viene dado que el partido de un presidente en primer mandato suele pasarlo mal en las elecciones de mitad de mandato.
Nada puede darse por sentado en un país que fue sacudido por la elección de Trump tanto como por una pandemia que se ha cobrado medio millón de vidas estadounidenses.
Como dice el estratega demócrata Bob Shrum, “hablar de la frontera cuando todo el mundo está preocupado por la COVID-19 y por la economía, hablar de Dr. Seuss, no es el camino hacia la victoria electoral”. “Biden lleva un rumbo bastante firme para enfrentar la pandemia y abrir la economía y si lo hace y lo hace bien, tiene la oportunidad de convertirse en el tercer presidente en cien años al que le fue bien en las elecciones de mitad de mandato tras su primera elección”.
Por lo general, cuando un partido recibe una paliza en las urnas, procede a la autopsia y al cambio para ampliar su capacidad de atraer votantes. También se podría haber esperado que los republicanos recapacitaran sobre la insurrección con víctimas mortales que se produjo el 6 de enero en el Capitolio y que cambiaran de rumbo.
Pero desde su finca de Mar-a-Lago, Trump sigue proyectando una larga sombra sobre el partido: una procesión de líderes republicanos ha desfilado por Florida para rendirle homenaje. La semana pasada, el expresidente dijo en la cadena Fox News que el partido sigue paralizado, que en las elecciones de mitad de mandato hará una campaña agresiva y que está considerando “muy seriamente” presentarse de nuevo a la Casa Blanca en 2024.
Trump “sigue succionando todo el oxígeno que hay para los republicanos”, dice Monika McDermott, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Fordham en Nueva York. “A algunos parece gustarles eso, a otros no, pero nadie parece capaz de superarlo, en nombre del partido; o de presentarse como una alternativa a Trump para liderar el partido, así que por el momento están atascados con él”.
Traducido por Francisco de Zárate
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