La perspectiva de una guerra en nuestro continente es más que suficiente para que pongamos nuestra atención en algo que no sean los problemas del Gobierno británico.
Sin embargo, la semana pasada a todos nos sorprendió escuchar al primer ministro, Boris Johnson, una persona a la que le ha costado mucho ser sincero a lo largo de su carrera, hablar ante el Parlamento sobre la situación en Ucrania con una buena dosis de verdad. “Ucrania no pide nada salvo que le permitan vivir en paz y hacer sus propias alianzas, como todo país soberano tiene derecho a hacer”, dijo. Un sentimiento del que se hicieron eco Keir Starmer, líder de la oposición; Ian Blackford, líder en Westminster del grupo parlamentario de mi propia formación, el Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés); y todos los demás diputados del SNP.
Habiendo pasado la vida luchando por el derecho soberano del pueblo escocés a decidir su propio futuro, la soberanía es un principio fundamental en mi visión del mundo. Ver las grandes presiones que se están ejerciendo contra un Estado que se ha propuesto firmemente la integración en un orden democrático liberal es terrible. Como cualquier país europeo, Ucrania debe tener la libertad de decidir sus alianzas y su forma de gobierno como mejor le parezca.
Una Europa dividida en “esferas de influencia”, al estilo del siglo XIX, no permitiría la prosperidad de los pequeños países independientes. Cuanto más iguales y ricas sean las naciones de Europa, más equitativas deberían ser las relaciones entre ellas. Los grandes avances que en los últimos treinta años han experimentado países como Estonia, Letonia y Lituania son la demostración de los efectos energizantes que en Europa tiene la independencia.
Dinero ilícito de Rusia a Londres
Pero mi afinidad con el primer ministro en torno a estos principios no duró demasiado tiempo. Con una pregunta tras otra, la Cámara de los Comunes le hizo volver al tema de la financiación rusa en el Partido Conservador británico y al de las sucesivas operaciones de influencia en Reino Unido estilo ‘Londongrad’ [eslavización de la palabra Londres que alude al poder de grandes inversores rusos en la capital británica]. Mientras las fortunas de la élite rusa sigan en el extranjero, las amenazas de sanciones económicas contra ellos son débiles y poco eficaces.
Han pasado dos años y medio desde que el Parlamento británico publicó el “Informe sobre Rusia”, donde se dejaba al descubierto los vínculos entre el Kremlin y los intereses financieros respaldados por Rusia, con los consiguientes flujos de dinero ilícito a través la City londinense.
Los aliados de Reino Unido están empezando a darse cuenta de lo irresoluble que es el problema. El Center for American Progress, un centro de estudios afín a la Administración Biden, afirmaba la semana pasada en un informe que “extirpar a los oligarcas vinculados al Kremlin será todo un reto teniendo en cuenta los estrechos vínculos que en Reino Unido hay entre el dinero ruso y la prensa, el sector inmobiliario, la industria financiera y el Partido Conservador actualmente en el poder”.
Pero hay mecanismos evidentes para evitar estas prácticas. Mi Gobierno [en Escocia] lleva mucho tiempo pidiendo a Westminster que legisle contra el uso indebido de la sociedad limitada escocesa, una de las figuras preferidas para abusar de la regulación financiera en beneficio propio, de forma que deje de facilitar el tipo de corrupción financiera que durante demasiado tiempo ha beneficiado a jefes de gobierno autoritarios y a sus ricos compinches.
“Espectáculo deportivo”
La corrupción y la falta de transparencia son una rémora para la democracia liberal y los jefes de gobierno autoritarios han adquirido mucha experiencia en el uso de estos escándalos para decirle a los ciudadanos machacados por ellos que todas las formas de gobierno son equivalentes y que todos los políticos son igual de malos.
Por eso lo único que puedo hacer es pedirle al primer ministro que tome de una vez cartas en el asunto. Debe reconocer que su Gobierno y su partido han permitido esta situación y debe reconocer que la acción más decidida que puede tomar para reconstruir la reputación hecha pedazos de su Gobierno es en casa.
“Sin confianza, la democracia liberal no puede funcionar”, escribía el autor y periodista Oliver Bullough en su libro Moneyland (Tierra del dinero), repleto de información sobre la “lavandería” de dinero que es Londres. “Nadie tiene más culpa que nosotros de que los más adinerados de Rusia puedan tratar la guerra como si fuera un espectáculo deportivo”, escribió más recientemente Bullough sobre la situación en Ucrania.
La tentación en períodos como este es centrar la atención en los individuos en el Gobierno, pero eso puede hacernos olvidar el papel de las facciones que luchan por el poder dentro del estado de seguridad ruso y de las presiones que están ejerciendo sobre la situación. También puede hacer que se olvide la opresión que se está ejerciendo sobre 40 millones de ucranianos, nuestros conciudadanos europeos, mientras viven su día a día.
En cierto modo, esta es una realidad con la que muchos llevan lidiando desde 2014, especialmente los habitantes de la Ucrania oriental ocupada por Rusia. Mientras afrontamos los efectos de nuestra propia crisis en la cesta de la compra, con un encarecimiento de los alimentos y de la energía, vale la pena recordar que los ucranianos llevan tiempo afrontando esto como consecuencia directa de las acciones del Gobierno ruso.
Aunque los ucranianos deben defenderse, y se defenderán de la agresión si fracasa la diplomacia, no podemos dejar de ver las circunstancias que han llevado a esta crisis. Eso incluye haber permitido que fortunas directamente vinculadas con el régimen de Putin proliferen en Reino Unido. En muchas ocasiones sin prestarle la más mínima atención a su origen ni a la influencia que pretende ejercer en la democracia británica.
* Nicola Sturgeon es la primera ministra de Escocia y líder del Partido Nacionalista Escocés.
Traducción de Francisco de Zárate