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OPINIÓN

La generación diésel

Imagina que pudieras comprar, en miles de tiendas de todo el país, bombonas llenas de gases tóxicos. Imagina que algunas de las personas que caminasen por la calle fueran echando este gas en la cara de los niños a su paso. Imagina que todo fuese una locura y que ningún niño pudiera dar ni un paso sin recibir una bombona de este gas en su cara. Imagina que, aunque es poco probable que una sola dosis cause un daño grave, la suma de muchas dosis dañasen sus corazones, pulmones y cerebros, afectando a su salud, a su inteligencia y a sus oportunidades en la vida.

Si esto sucediera, se trataría como una emergencia nacional. Se prohibiría de inmediato la venta de esas bombonas. Se movilizaría a la policía. Si las leyes existentes contra el envenenamiento de niños se considerasen insuficientes, se aprobarían sin dilación nuevas leyes en el Parlamento. No resulta difícil imaginar una respuesta así, ¿verdad? Sin embargo, este envenenamiento masivo se está produciendo y aquí no pasa nada.

Según un artículo publicado por la Revista Internacional de Investigación Ambiental y Salud Pública, la quema de combustibles fósiles es en estos momentos “la amenaza más importante del mundo para la salud de los niños”. Sus posibilidades de vida se ven comprometidas antes de nacer. Las partículas tóxicas de los gases de escape pasan a través de los pulmones de las mujeres embarazadas y se acumulan en la placenta. El riesgo de nacimiento prematuro y bajo peso al nacer que esto causa se describe en el British Medical Journal como “algo que se acerca a una catástrofe de salud pública”.

Entre las posibles consecuencias de este envenenamiento repetido, los investigadores creen que es posible una “enorme reducción” de la inteligenciaUn artículo del año pasado halló que “la exposición a largo plazo a la contaminación atmosférica impide el rendimiento cognitivo en las pruebas verbales y matemáticas”. La contaminación impide el crecimiento de los pulmones así como de las mentes, y aumenta el riesgo de padecer asma, cáncer, derrames cerebrales e insuficiencia cardíaca.

¿Cómo afectará esto a la Generación Diésel, es decir, a las personas que han nacido desde el año 2001? Este fue el año del Gobierno de Tony Blair que, en lugar de ofrecer el transporte público integrado que había prometido durante mucho tiempo, intentó ajustar las emisiones de carbono de los coches grabando los motores diésel menos que los de gasolina.

Los diésel producen menos dióxido de carbono, pero liberan más óxido de nitrógeno y partículas, una situación límite generada por el engaño de los fabricantes. Toda una generación –18 años de nacimientos– ha estado expuesta a los resultados de esta locura.

Dado que los investigadores han encontrado un vínculo entre la contaminación del aire y las enfermedades mentales infantiles, ¿esto podría explicar la creciente prevalencia de trastornos psiquiátricos entre los niños ingleses desde la primera gran encuesta realizada en el año 1999? Un estudio llevado a cabo en Londres sugiere que las personas con mayor exposición a la contaminación también tienen un mayor riesgo de desarrollar demencia. ¿Es posible que hayamos activado una bomba del tiempo de la demencia que podría explotar en 40 o 50 años?

La única diferencia entre el absurdo escenario con el que comenzó este artículo y la realidad es la intención: nadie quiere envenenar a los niños con sus tubos de escape. Pero la ausencia de una mente culpable no produce una diferencia en cuanto a la salud. Las latas de una tonelada de metal todavía están a la venta (aunque el número de compras se haya reducido ligeramente en el último año) y el gas tóxico alcanza la cara de nuestros hijos a cada paso que dan. Especialmente en el camino de ida y vuelta al cole.

Estos son los momentos en los que los niños inhalan la mayor cantidad de partículas (especialmente si van en coche, la exposición es mucho mayor si van dentro de un coche que sobre el asfalto). Una serie de datos horripilantes y recientes revelan que los contaminantes de las carreteras cercanas se acumulan dentro de las aulas, lo que se traduce en niveles de contaminación más altos en el interior que en el exterior. Debido al continuo fracaso de los sucesivos gobiernos a la hora de abordar esta crisis, llevar a los niños a la escuela es perjudicial para sus mentes.

Se trata de una emergencia nacional. Dado que el 90% de los niños de todo el mundo está expuesto a niveles peligrosos de contaminación atmosférica, se trata de una emergencia internacional. Entonces, ¿por qué no reaccionamos como lo haríamos si el envenenamiento fuera deliberado y prohibimos esas especies de bombonas de gas tóxico? En Reino Unido, el Gobierno dice que pondrá fin a la venta de coches y furgonetas de gasolina y diésel (aunque no de autobuses y camiones) para el año 2040. Otra generación envenenada.

En el último presupuesto, el problema empeora, porque se anuncian 30.000 millones de libras esterlinas adicionales para carreteras, creando todavía más espacio para las gigantescas latas tóxicas.

Cuando el Gobierno no actúa, solo quedan los paliativos. En una maniobra desesperada, Sadiq Khan, el alcalde de Londres, ha comenzado a instalar filtros de aire en guarderías y colegios. Es como si, en lugar de vacunar a los niños contra la difteria, les pones unas mascarillas.

Después de que la comisión de la revista Lancet sobre contaminación y salud informase en el año 2017 de que la contaminación mata a más personas que el tabaco –y tres veces más que el sida, la tuberculosis y la malaria juntas– no es raro que se esperase de los gobiernos, las agencias de desarrollo y las organizaciones benéficas de salud que lo hubieran convertido en una prioridad. Sin embargo, siguen centrados en las enfermedades contagiosas y al mismo tiempo ignora la mayor amenaza creada por la mano del hombre.

¿Dónde está Save the Children? ¿Dónde está Médicos sin Fronteras? ¿Dónde están los filántropos que tratan de eliminar las muertes por contaminación en el aire mientras Bill y Melinda Gates y otros tratan de acabar con la malaria?

Cuando la Federación Mundial del Corazón formó una coalición mundial para acabar con las enfermedades cardíacas y los accidentes cerebrovasculares, o cuando la organización Vital Strategies lanzó una iniciativa similar también en torno a las enfermedades cardiovasculares –con dinero de Gates, Bloomber y Zucjerberg– pasaron por alto la contaminación del aire, a pesar de que mata a más personas que los factores en los que pusieron el foco: la sal o las grasas trans.

El mismo silencio impera en el grupo de trabajo de las Naciones Unidas de enfermedades no contagiosas y al plan de acción mundial de la OMS. La contaminación está fuera de la agenda. ¿Por qué?

Creo que puede haber tres razones. La primera es que no existe una narrativa heroica construida en torno a la lucha contra la contaminación atmosférica, mientras que hay muchas otras (Louis Pasteur, Alexander Fleming, John Snow) en torno a la lucha contra la infección. La segunda es que las intervenciones necesarias no son específicas sino del sistema. En lugar de repartir mosquiteras o reducir la sal, hay que cambiar todo el sistema de transporte industrial.

La tercera es que, mientras que nadie tiene un interés comercial en la propagación de la tuberculosis o la poliomielitis, existe un enorme grupo de presión mundial integrado por empresas de combustibles fósiles, motoras y de infraestructura, que impide la adopción de medidas eficaces contra la contaminación y las tecnologías que la producen.

Si luchas contra la contaminación, te enfrentas a la suma de algunas de las empresas más poderosas del mundo. La contaminación es la manifestación tangible de la corrupción.

La solución es política. Hay que enfrentarse a esos grupos de presión y derrocar a los gobiernos que tienen en su poder. Después reemplazar los automóviles privados y las carreteras que no paran de expandirse por transporte público eléctrico, caminar e ir en bici, e imponer estrictas condiciones a las industrias sucias. Los que dicen defender a nuestros hijos de las enfermedades nos han abandonado. Así que debemos movilizarnos.