El Gobierno cubano vuelve a abrir tiendas en dólares para atajar la falta de ingresos por la ausencia de turistas

Ed Augustin

La Habana —

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En el Paseo del Prado, un bulevar de La Habana Vieja, decenas de personas aguardan expectantes a que los empleados suban las persianas de una ajada tienda recientemente reformada. Poco después, Alejandro Domínguez (23) sale de allí enarbolando su compra: albóndigas y una lata gigante de tomate picado que acababa de adquirir con las divisas estadounidenses que los turistas dejan como propina en el restaurante de su familia. “Es una forma de conseguir productos que no se pueden encontrar en otros lugares”, dice.

El dólar ha regresado a la Cuba comunista: por primera vez desde la caída de la Unión Soviética, los cubanos con acceso al billete verde pueden comprar productos de mejor calidad en tiendas exclusivas para clientes con divisas internacionales.

En los últimos dos años Cuba se ha visto cada vez más acorralada por la caída en el suministro de petróleo barato que le proporcionaba Venezuela, su principal aliado, así como por el endurecimiento de las sanciones impuestas por la Administración Trump, que corteja así al voto cubano-estadounidense de Florida. Pero la pandemia del coronavirus ha llevado la crisis de efectivo en la isla a un punto crítico: el país ha pasado cuatro meses sin ingresos por turismo.

“Estamos en una encrucijada para la que prácticamente no hay otra salida”, explica Oscar Fernández, profesor de Economía en la Universidad de La Habana. “El Estado busca alternativas para poder seguir comprando alimentos y medicinas”, añade. Así fue cómo el 20 de julio se abrieron 72 nuevas “tiendas en dólares” en este país con problemas de efectivo. En ellas se vende todo tipo de artículos, desde queso hasta taladros eléctricos.

La última vez que Cuba abrió tiendas en dólares fue en 1993 y como una medida de emergencia, ya que la economía se estaba hundiendo durante el llamado “Período Especial”. Hasta que en 2004 retiraron el dólar de la circulación y lo sustituyeron por el CUC (peso cubano convertible).

La razón del Gobierno para reabrir las tiendas en dólares es aumentar la oferta de artículos y conseguir divisas; un razonamiento ampliamente aceptado por la población. Pero a casi nadie se le escapa lo irónico de la situación: en otra época tener dólares era castigado como un delito y aceptarlos ahora como moneda de curso legal es un reconocimiento por parte del Gobierno cubano –y a su pesar– del poder financiero de Estados Unidos.

También es una admisión implícita de que el CUC, la moneda cubana oficialmente ligada al dólar a un tipo de cambio de 1:1, no vale tanto como dice el Gobierno. Además, el regreso de las tiendas en dólares traza una línea entre los que tienen y los que no.

Elio Núñez (45) trabaja como soldador y recibe dólares del extranjero. En una mañana reciente estaba haciendo cola frente a una de estas tiendas en dólares. Quería comprar jabón, café, jamón o “lo que hubiera en stock”. Lograr la igualdad absoluta, dice, es una quimera. “Algunas personas pueden permitirse cosas, y otras no. En todo el mundo es así”.

Los nuevos supermercados no permiten a los clientes pagar en efectivo, tal vez por la percepción que se generaría. En vez de eso, los cubanos deben depositar los billetes verdes en una cuenta bancaria en dólares y pagar en la tienda con una tarjeta de débito.

En un apasionado discurso el mes pasado, el presidente Miguel Díaz-Canel dijo que “el enemigo” calificaría la medida como un “apartheid económico”. Pero las tiendas en dólares son necesarias, dijo también, porque generan las divisas que hacen falta para abastecer a las tiendas normales que sí usan todos los cubanos.

En gran medida, la reacción de Cuba a la COVID-19 ha sido exitosa, pero las consecuencias están dejando al descubierto los problemas de toda la vida en la desvalida economía de planificación central que rige en la isla.

La agricultura, su clásico talón de Aquiles, se ha visto duramente golpeada. Según los medios de comunicación estatales, el país va a producir sólo 160.000 toneladas de arroz este año, menos de un 25% de lo que consume. Otras cifras similares confirman que este año Cuba dependerá aún más de las importaciones de alimentos, justo cuando hay menos dinero para adquirirlos.

Las consecuencias de la escasez de suministro son graves. Mientras en las llamadas bodegas que garantizan los productos esenciales de higiene y alimentación a precios muy subvencionados no hay colas, las colas en los supermercados que venden en moneda local son inmensas.

En Regla, uno de los municipios con mejor abastecimiento de La Habana, el Estado ha intensificado el racionamiento. Para hacer las compras ahora es necesario llevar el documento de identidad y sólo se puede comprar pollo una vez cada 15 días. La multitud empieza a llegar antes del amanecer y a las 9 de la mañana ya son cientos las personas que esperan fuera del supermercado principal. La gente está sudorosa y nerviosa. De vez en cuando estalla algún roce. En el este de la isla, los ciudadanos han creado grupos de acción para evitar que la gente se cuele.

La trabajadora social Dayana Blázquez (35) hace cola frente a una tienda de dólares para comprar carne. Dice que los efectos que las sanciones de EEUU han tenido sobre la isla son “palpables”, pero también afirma que, tras décadas de mala gestión económica, el Estado cubano comparte la culpa. “Ahora mismo las cosas están peor de lo normal, pero hemos tenido escasez durante años”, dice. “Las viejas y nuevas generaciones han pasado por esto”.

Para Blázquez, la desigualdad que se genera permitiendo la venta de ciertos artículos en dólares es muy grande. “No es justo para los que han trabajado toda la vida y cuando se jubilan tienen que depender de otros para salir adelante. No es justo para los licenciados y los profesionales. No es justo para nadie.”

Traducido por Francisco de Zárate