Análisis

Guerra civil republicana: cómo cambiará el futuro del partido tras el asalto al Capitolio

13 de enero de 2021 22:38 h

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Entre los motivos que impulsaron a la turba pro-Trump en el ataque al Capitolio del miércoles pasado figuran desde la confusión hasta el odio reconocido y orgulloso. Pero los actos de algunos ambiciosos republicanos en los días previos a la tragedia no estaban rodeados de ninguna confusión.

Puede que Trump haya perdido las elecciones, pero su movimiento sigue en marcha. Para los políticos que esperan suceder a Trump como presidente algún día, eso significa que su oportunidad también sigue en marcha.

Ahora que Trump ha aceptado finalmente que abandonará el cargo, el futuro liderazgo de su movimiento está en el aire y una dispar banda de senadores, congresistas, miembros de la familia Trump y hasta el propio Trump pelean por la posición.

Queda por ver si habrá otra persona, aparte del presidente, capaz de subirse con éxito al caballo desbocado del racismo, del nihilismo y de la política de insultos que llevó a Trump a las puertas de la reelección tras cuatro años de caos en Estados Unidos y cientos de miles de muertes por la pandemia que se habrían podido evitar.

También cabe la posibilidad de que no haga falta hacerse esta pregunta si Trump decide organizar una gira por estadios en 2023-2024 repitiendo con otra campaña presidencial. “Si no hay una inhabilitación, la nominación presidencial del Partido Republicano en 2024 sigue siendo suya si así lo desea”, escribió Dave Wasserman en Twitter, editor de temas del Congreso en la publicación Cook Political Report,.

Pero con Trump esfumándose, por el momento, y tras años de un reinado sobre el Partido Republicano que ha sido duro como una roca, poderosas corrientes de ambiciones y realineamientos políticos se han quedado girando sobre el vacío.

Personas que llevaban tiempo demostrándole su lealtad, especialmente el vicepresidente Mike Pence, han roto de repente con Trump en su pelea para darle la vuelta al resultado de las elecciones. Mick Mulvaney, el exjefe de gabinete y enviado especial para Irlanda del Norte cuya adhesión ayudó a Trump a escapar de la condena por el escándalo del impeachment, dimitió tras la debacle de los disturbios en el Capitolio. “No puedo hacerlo, no puedo quedarme”, dijo.

Dos senadores conservadores agitadores, Ted Cruz y Josh Hawley, fueron en la otra dirección y asumieron como propia la causa de Trump, sólo para ver cómo eso que defendían resultó casi de inmediato en la vandalización del Capitolio de los EEUU y en la muerte de un agente de policía y de otras cuatro personas.

Un tercer joven senador con intenciones presidenciales, Tom Cotton (Arkansas), fue en contra de sus compañeros de complot y dijo “que estaban dando falsas esperanzas a sus simpatizantes para sacar rédito político”. Desde la vieja guardia republicana, Mitt Romney (se ha presentado dos veces a las primarias presidenciales) acusó a sus colegas de ser “cómplices de un ataque sin precedentes contra la democracia”.

Incluso el expresidente de la Cámara de Representantes del Partido Republicano, John Boehner, que desde su jubilación en 2015 había limitado sus comentarios políticos a tuitear fotos de sí mismo cortando el césped, dijo que el partido tenía problemas.

“Una vez dije que el partido de Lincoln y Reagan se estaba echando una siesta”, escribió el jueves. “La siesta se ha convertido en una pesadilla para nuestro país. El Partido Republicano tiene que despertar”, publicó.

Para algunos republicanos, el violento asalto al Capitolio del miércoles pasado por supremacistas blancos y otros seguidores de Trump fue solo el segundo suceso más preocupante de la semana. La noche anterior, en Georgia, los republicanos habían perdido dos escaños en el Senado de Estados Unidos. Era el mismo estado que llevaba treinta años sin votar por un presidente demócrata hasta que en 2020 Joe Biden se hizo con la mayoría.

Las dos derrotas de Georgia significaban que los republicanos perdían el control del Senado y que el líder, Mitch McConnell, se quedaba sin su mayoría. “Las emociones son muy intensas entre los republicanos alineados con McConnell”, informó el columnista del National Journal Josh Kraushaar, “tras asimilar la realidad de lo sucedido en Georgia, el ánimo es de declararle la guerra al equipo de Trump, aunque puede ser el calentón del momento”.

Un exjefe de gabinete y director de campaña de McConnell, Josh Holmes, se apresuró a refutarlo. “Muchas emociones. La gente está enfadada”, respondió en Twitter a Kraushaar. “Nadie está declarando ninguna. Saldremos de esta.”

Pero hasta la gente con dinero que ha tenido en McConnell a un válido defensor de sus intereses se inquietó por el desastre provocado por Trump. “Es sedición y debe ser tratada como tal”, dijo Jay Timmons, presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes, un influyente grupo empresarial. “En un intento de retener el poder, el presidente saliente incitó a la violencia, cualquier líder electo que lo defienda está violando su juramento a la constitución y rechazando la democracia en favor de la anarquía”. Los jefes de múltiples bancos de Wall Street se hicieron eco del mismo pensamiento.

Por no hablar del desfile de republicanos que rompieron hace tiempo con Trump y que cargó contra el presidente después del asedio al Capitolio. “Los tres repulsivos arquitectos del desgarrador espectáculo del miércoles llevarán cada uno la 'S' escarlata de la sedición”, dijo el columnista conservador George Will en referencia a Trump, Hawley y Cruz. “Trump debe pagar”, escribió el periódico conservador National Journal. En el sitio web de Matt Drudge se podía leer un sarcástico cartel: “Gracias, Donald”. La National Review tituló: “El último insulto de Trump”. John Kelly, otro exjefe de gabinete de Trump, se unió a las voces que pedían su destitución inmediata.

Que haya facciones republicanas cruzadas no significa que el Partido Republicano no pueda encontrar una dirección a tiempo de recuperar en 2022 el Senado y la Cámara de Representantes, o que no pueda ganar la presidencia en 2024 con Trump o con un candidato que lleve el nombre de Trump tatuado en la frente. Pero en el partido, y en la política, el papel de Trump nunca ha sido el de poner orden, excepto cuando eso significa que todos tienen que darle su apoyo. Por ahora, todo el mundo está haciendo lo contrario: pelearse.

Traducido por Francisco de Zárate