“El terror que impusieron en Mosul es lo que les dio poder”
El día en que el ISIS atacó Mosul, Wassan, una joven y afable doctora de cara angelical del hospital Jimhoriya, corrió de la sala de maternidad a la de urgencias. Habían empezado a llegar los primeros civiles heridos. Acababa de salir de la Facultad de Medicina como licenciada y no tenía experiencia con heridos por traumatismos. Pero a medida que llegaban los heridos, trató de compensar con entusiasmo lo que le faltaba en conocimiento.
Esa noche, las salas estaban desbordadas y los pacientes se acumulaban por los pasillos. Wassan durmió en el hospital, ignorando las incesantes llamadas telefónicas de su padre, que le pedía que regresara a casa.
A la mañana siguiente empezaron a caer proyectiles de mortero cerca del hospital. Médicos y pacientes se metieron en ambulancias y huyeron a través del puente hacia el lado este de Mosul. Allí escucharon las noticias. El gobernador y los generales habían huido. Mosul oeste había caído.
Su padre volvió a llamar. Estaba a punto de salir con el resto de la familia hacia Erbil, un lugar seguro en la región autónoma kurda. “Deja mi pasaporte en casa y vete”, respondió ella. “He jurado ayudar a los pacientes”. Después de eso colgó. Muy pronto estaba de regreso en el hospital.
Tres días después de los primeros enfrentamientos, un grupo de hombres con ametralladoras y los rostros enmascarados entró en los pabellones. Había comenzado una nueva vida para Wassan y los pocos médicos jóvenes que no se habían querido ir.
Un sistema de dos niveles
Los terroristas tuvieron siempre claro el objetivo de convertir su insurgencia en un Estado administrativo plenamente operativo. Como muchos otros diwans (ministerios) de ISIS en Mosul, el Diwan al-Siha (Ministerio de Salud) operaba un sistema de dos niveles.
Había un conjunto de reglas para los “hermanos”, los que prometían lealtad a ISIS; y otro para los awam, o plebeyos.
“Teníamos dos sistemas en los hospitales”, explicó Wassan. “Los miembros de ISIS y sus familias recibían los mejores tratamientos y un acceso completo a las medicinas, mientras que la gente normal, los awam, se veían obligados a comprar sus medicinas en el mercado negro”.
“Empezamos a detestar nuestro trabajo. Como médico, se supone que debo tratar a todas las personas por igual, pero nos obligaban a tratar solo a sus propios pacientes. Me sentía muy mal”, lamenta.
En contra de sus pretensiones, la ciudad-estado de ISIS no era un modelo de eficiencia ni le preocupaba la justicia. Usaban nombres y terminologías arcaicas y una nueva papelería con los logotipos del departamento, pero en Mosul lo que funcionaba era una mezcla de sistemas: desde el libre mercado capitalista hasta una economía de mando totalitaria. Y debajo de todo, la misma y podrida burocracia iraquí de siempre.
Los funcionarios siguieron archivando informes, escribiendo inventarios en grandes libros y pidiendo órdenes de sus superiores por escrito antes de tomar cualquier decisión. Las personas como Wassan vivían en un universo surrealista: aún eran empleados del Estado iraquí, que pagaba sus sueldos, pero respondían directamente a los jefes de ISIS, que se llevaban un porcentaje.
“La brillantez del Estado Islámico radica en su capacidad de sumar un mundo de contradicciones, sólo para lograr su objetivo principal. Los asuntos secundarios no eran importantes”, explica un antiguo gerente.
Según él, la nueva élite gobernante tenía una cosa en común con su sistema administrativo: también era una mezcla muy heterogénea. “Era un grupo incoherente, un cóctel de diferentes componentes sin nada en común. Había dos grandes tipos: los que se alistaban para beneficiarse y los que lo hacían por sus creencias. Pero dentro de ellos había gente de las tribus del campo, miembros de antiguas familias del centro de la ciudad, clérigos, matones de la calle, yihadistas extranjeros y exoficiales del Ejército”.
“El Estado Islámico cumplió los deseos de cada uno de esos grupos. A los que vinieron del campo les dieron casas en los barrios ricos de Mosul, algo que nunca se había visto. A los extranjeros les dieron mujeres y poder, y a los oficiales les devolvieron la autoridad que habían perdido después de 2003”.
Wassan intentó marcharse cuando comenzó a comprender lo diferente que era el régimen de ISIS de todo lo que había habido antes. Pero entonces ya era demasiado tarde. Un contrabandista con el que había intercambiado mensajes había sido capturado. Unas mujeres de la policía religiosa (hisbah) allanaron la casa de Wassan, confiscaron su teléfono y le avisaron de que estaba bajo vigilancia.
No podía dejar su trabajo: tres días de ausencia y la arrestarían por desertar. Decidió rebelarse desde dentro.
El hospital secreto
“Puedes acostumbrarte a cualquier cosa en la vida. Así es como sobrevivimos al dominio de ISIS”, explica. “Organizábamos fiestas para las amigas que se casaban. Celebrábamos cumpleaños y fiestas de compromiso. Teníamos unos DJ pero con el volumen muy bajo. Tratábamos de vivir nuestra vieja vida de siempre sin mucho cambio. En el hospital tapábamos las cámaras que nos vigilaban y organizábamos fiestas para los niños en la sala de cáncer”.
Un día encontró una de las pocas pastelerías aún abiertas en la ciudad y pidió una tarta en forma de Bob Esponja, el personaje favorito de un joven paciente con cáncer terminal. El dueño le pidió disculpas: le habían prohibido hornear pasteles con figuras dibujadas. Pero le dio un pastel amarillo con forma cuadrada.
Cuando Wassan me contó estas historias sacó el teléfono móvil. Mirando las fotos de las fiestas me dijo que la mitad de aquellos niños ya había muerto por falta de medicamentos.
Un día se dio cuenta de que tenía que pasar de la rebelión pasiva a la resistencia activa.
“Antes del comienzo de las operaciones militares, las medicinas comenzaron a agotarse”, cuenta. “Así que empecé a recoger todo lo que podía conseguir y llevarlo a casa. Monté una red de farmacéuticos en los que podía confiar. Comencé a recoger equipamiento de los médicos hasta que logré un kit quirúrgico completo en casa. Tenía hasta para realizar operaciones con anestesia total”.
Entonces se corrió la voz de su hospital secreto.
“Algunas personas empezaron a venir del otro lado de Mosul y las pocas medicinas que tenía se empezaron a acabar”, dijo. “Sabía que había muchos medicamentos en nuestro hospital, pero los almacenes estaban controlados por ISIS”.
“Un día, con el pretexto de que los necesitaba para tratar a uno de sus pacientes, comencé a desviar los medicamentos directamente desde el almacén. Si el paciente de ISIS necesitaba una dosis, yo cogía cinco. Después de un tiempo debieron de darse cuenta, porque dejaron de permitir que los médicos entrasen en el almacén”.
El castigo por robo era perder una mano. Dirigir un hospital gratuito desde su casa habría sido considerado sedición y castigado con la muerte.
Principio del fin
El Estado Islámico era una especie de estafa piramidal, necesitado de la expansión constante para recompensar a sus seguidores. Ese esquema comenzó a desmoronarse cuando el Gobierno de Bagdad dejó de pagar a los funcionarios de Mosul.
La mayoría dejó de acudir al trabajo. Los profesores ya habían abandonado prácticamente todas las escuelas, después de que la mayoría de los estudiantes se quedara en casa tras los cambios introducidos en el plan de estudios del nuevo jefe del Ministerio de Educación.
A las personas que el ISIS consideraba esenciales, médicos como Wassan o ingenieros que trabajaban en los servicios de la ciudad, se les ordenó presentarse de todos modos a cambio de un sueldo que era una décima parte de su antiguo salario.
El EI agudizó el ingenio para llenar las arcas y mantener a la ciudad en funcionamiento. Aumentaron los impuestos. A los latigazos añadieron las multas. Llevar rosarios (pecado, según ISIS) fue castigado con una multa por cada una de las cuentas. Los detenidos con cigarrillos eran enviados a la cárcel y obligados a pagar el precio en el mercado negro de sus cigarrillos confiscados.
El Ministerio de Energía comenzó a desviar la electricidad de las casas residenciales hacia tres fábricas de cemento que generaban un ingreso seguro. Todos los coches del gobierno iraquí fueron confiscados.
Mientras tanto, Estados Unidos y sus aliados habían comenzado a atacar a los camiones cisterna que salían de los campos petroleros de Irak y Siria. Los ataques aéreos contra la ciudad se intensificaron. El elegante edificio de la Facultad de Medicina fue bombardeado.
Cuando los combatientes del ISIS se hicieron con el hospital de Wassan, su casa-hospital secreto resultó esencial. Hubo más de doce nacimientos en su mesa del comedor. Wassan echó a sus dos hermanos de sus habitaciones para convertirlos en quirófanos. Su madre, una anciana enfermera, se convirtió en su asistente.
La caída de Mosul duró varios meses. Cada pocas semanas, las fuerzas del gobierno iraquí liberaban un nuevo barrio. Mientras tanto, la burocracia de ISIS seguía en marcha. Recaudaba tasas, distribuía suministros alimentarios básicos y aplicaba su estricto código religioso, incluso en las barbas. A pocas manzanas del avance del Ejército iraquí, seguía habiendo pelotones de ISIS que buscaban antenas parabólicas no autorizadas.
Lo primero que hizo Wassan cuando los soldados iraquíes entraron en su barrio fue ir a la casa de uno de sus pacientes con cáncer, un niño de ocho años con leucemia. Lo metió en un coche y lo llevó al norte, a Erbil, para tratar de salvarle la vida. Llevaba tres semanas sin tomar ningún medicamento. Una semana después murió.
Wassan regresó al hospital. Las paredes habían sido quemadas y destruidas. Casi no había medicinas y la mayoría del equipo estaba roto.
Pero la burocracia seguía en pie. Los médicos siguen usando hoy grandes libros de contabilidad para escribir en ellos los nombres, como lo hicieron durante el dominio de ISIS y también antes.
“El terror que impusieron es lo que les dio poder, no su número”, dijo Azzam, un ingeniero eléctrico que vio el principio y el fin de ISIS en la ciudad. “Al final, nos dimos cuenta de que eran muy pocos; en nuestra calle, no más de doce. Nos dicen, ¿por qué no hicimos nada? Yo respondo: porque el terror paraliza”.
Para Wassan, el final del dominio de ISIS en Mosul tiene un sabor agridulce. Tras muchos intentos por llegar a Bagdad para hacer sus exámenes de la especialidad, le dijeron que su trabajo en el hospital en los últimos tres años no contaba como “servicio activo”, y fue descartada.
“El Ministerio dijo que no me darían la autorización de seguridad porque había trabajado bajo la Administración del ISIS”, dijo. “Vuelvo a la casilla de salida. ¿Y preguntan por qué Mosul está enfadada? Por supuesto que estamos enfadados, si siguen tratándonos como si todos fuéramos de ISIS”.
“Ahora hay un tipo diferente de guerra civil en la ciudad: entre los que se quedaron y pasaron todo el sufrimiento de tres años y los que se fueron. Dicen que fuimos colaboradores y les respondemos que ellos no sufrieron. Todo el mundo quiere volver al 2014 y reiniciar sus vidas desde allí. No pueden aceptar que los últimos tres años hayan sido en vano”.
Traducido por Francisco de Zárate