La burocracia del mal: así gestionó la ciudad de Mosul el Estado Islámico
Todos los días al amanecer, el excientífico experto en misiles salía de su casa en Mosul. Se desplazaba en autobús o a pie, ya que desde hacía tiempo no tenía dinero para gasolina. Quedaba con sus amigos, comprobaba que su madre estaba bien o visitaba a la familia de su hermana. A veces buscaba queroseno barato o intentaba conseguir cigarrillos o libros de contrabando. Sin embargo, la mayor parte del tiempo vagabundeaba sin rumbo fijo; un viajero en su propia ciudad.
Cuando oscurecía, se sentaba frente a su viejo escritorio de madera y hacía un recuento de su día en un cuaderno. Casi todo lo que escribía era banal: el precio de los tomates, una discusión con su esposa. Sin embargo, también hizo una descripción detallada de los acontecimientos relevantes que tuvieron lugar en Mosul.
“Debo vivir este momento y escribir sobre estas vivencias”, señala en una anotación de agosto de 2014, dos meses después de la caída de la ciudad. “Vivimos como los prisioneros que cumplen largas condenas de cárcel. Cuando finalmente nos liberen, algunos habremos leído decenas de libros. Otros estarán rotos y acabados”.
Cuando dejó de escribir ya había completado cinco tomos. Son los diarios manuscritos de la ciudad ocupada y una detallada descripción de cómo el Estado Islámico intentó hacer honor a su nombre al gestionar esta ciudad.
La llegada del ISIS
A principios de junio de 2014, un grupo de hombres armados llegó a la ciudad. Fue bien recibido. A diferencia del Ejército iraquí, brutal y corrupto, eran educados. Vigilaban los edificios públicos para evitar saqueos y desmantelaron los bloques de hormigón que asfixiaban el tráfico de la ciudad.
“Se acabaron los coches bomba, los enfrentamientos y los artefactos explosivos improvisados”, escribió el científico en su diario: “En Mosul finalmente se respira paz. Controlan las calles y la gente está atónita. Todo aquel que quiera puede salir de Mosul y en las escuelas se sigue el plan de estudios fijado por el Gobierno”.
Hubo cierta confusión con respecto a su identidad. ¿Eran revolucionarios de las tribus suníes? ¿Oficiales baasistas del viejo Ejército de Sadam? ¿Yihadistas radicales como Al Qaeda? Todos estos grupos habían estado presentes en el país desde la invasión por Estados Unidos en 2003.
Durante años los distintos grupos habían luchado por hacerse con el control de Mosul y buscaron legitimidad luchando una despiadada guerra de guerrillas urbana; primero contra las fuerzas de ocupación estadounidenses y después contra los sucesivos gobiernos iraquíes.
De hecho, algunos se comportaban como un gobierno en la sombra; “cobrando impuestos” a los empresarios y quedándose con una comisión sobre los contratos públicos del municipio. Los que se negaban a pagar a menudo eran asesinados o secuestrados.
“Durante una década, les dimos un porcentaje por cada contrato”, indica Azzam, un ingeniero eléctrico del departamento de energía. “El 8%. El responsable de nuestra unidad recibía una llamada antes de cada licitación. Decidían quién iba a ganar el concurso público y quién iba a ser nombrado para un cargo. Amañaron un tercio de los puestos vacantes. Nadie se atrevía a no seguir sus órdenes. Los que se negaban a obedecer, eran secuestrados. Estaban infiltrados en todas las instituciones del gobierno, también en la policía”.
“Cuando finalmente Mosul cayó, salieron a la superficie”.
Dos días después de la caída de Mosul, uno de los colegas de Azzam se presentó al trabajo vestido con el shalwar-kameez afgano y les dijo que era el nuevo supervisor del Estado Islámico.
ISIS muestra sus planes para Mosul
Las victorias previas del Estado Islámico se quedaron cortas en comparación con la toma de Mosul, una de las derrotas más fulminantes de la historia de Irak: la caída de la segunda ciudad más importante del país, la derrota de 50.000 soldados y policías, y la incautación de cientos de toneladas de armas, equipo y vehículos blindados.
Y fue aquí, en Mosul, donde el Estado Islámico decidió llevar el plan más ambicioso hasta la fecha; la base sobre la cual reclamar su legitimidad. Pasar de ser un movimiento insurgente a un Estado.
Una semana más tarde, el Estado Islámico publicó un primer manifiesto: el Documento de la Madina (ciudad). En un lenguaje arcaico y cargado de referencias milenarias, el Estado Islámico felicitaba a los habitantes de Mosul por “estas victorias divinas” y anunció una promesa clave:
“Oh pueblo, que habéis intentado todos los regímenes laicos, de la monarquía a la república y el gobierno safávida (chií). Los habéis probado y habéis ardido en sus llamas. Y ahora esto es el reino del Estado Islámico y la región de nuestro imán Abu Bakr. Y podréis ver, porque es la voluntad de Alá, la gran diferencia entre un gobierno laico, que oprime y confisca la voluntad y la energía de su pueblo y les quita la dignidad, y nuestro régimen, que utiliza la divina palabra como guía”.
El documento prohibía los cigarrillos e insistía en el hecho de que las mujeres debían quedarse en casa. Sin embargo, la gente siguió fumando en la calle, se abrieron muchos cafés para fumar con cachimba, las mujeres salían sin velo y muchas de las familias que habían huido de la ciudad se atrevieron a regresar.
Un proceso imparable
El documento de la Madina solo fue un primer paso. El llamado Estado Islámico no se creó en un día sino que se fue formando gradualmente, a lo largo de prácticamente dos meses, a través de una serie de medidas y edictos; cada uno de los cuales afectaba a un sector diferente de la sociedad, creando más tensión con cada una de sus acciones.
El muchos sentidos, el proyecto del ISIS se parecía a muchos otros intentos llevados a cabo a lo largo de la historia para crear un Estado utópico, desde los bolcheviques hasta los talibanes; la hoja de ruta de un régimen totalitario.
En primer lugar, crean unos fundamentos ideológicos míticos. Después, utilizan esta ideología para deshacerse de los indeseables. Y más tarde, no dudan en utilizar los métodos más brutales para terminar con cualquier intento de resistencia y mantienen una red de espías para animar a la población a delatarse unos a otros. Sin embargo, los regímenes totalitarios no pueden sobrevivir solo con una ideología milenaria y aterrorizando a la población. Necesitan una burocracia operativa y unos administradores competentes.
El Estado Islámico comenzó llevando a cabo un minucioso censo en Mosul. Registró al personal del Ejército y de la Policía, a los doctores, a las enfermeras, a los ingenieros y a los profesores. Clasificó cada comercio, establecimiento y fábrica en función de la religión y la rama religiosa de sus dueños.
“Vinieron a vernos y abrieron los grandes registros”, indica un empleado del departamento de Agricultura: “Querían saber qué tierras eran propiedad de cristianos, suníes o chiíes. Les dijimos que estos documentos se remontan a tiempos de los otomanos y solo tenemos los nombres de los dueños, no tenemos forma de saber su religión y mucho menos su orientación religiosa”.
Al más puro estilo estalinista, la primera purga sirvió para deshacerse de antiguos aliados: los otros insurgentes. Los hombres armados del Estado Islámico empezaron a detener a baasistas y oficiales del ejército. Hubo decenas de desapariciones. No se volvió a tener noticias de ellos.
Una semana más tarde, se marcaron las casas y los comercios de los cristianos con la letra 'N' en árabe (por nazareno). Mediante un edicto, informaron de que los cristianos debían convertirse, pagar un impuesto o irse sin nada. Los cristianos fueron registrados en la entrada de la ciudad; algunos fueron tomados como rehenes y otros como esclavos sexuales. La comunidad shabak y otros miembros de minorías musulmanas ya habían huido de la ciudad o habían sido asesinados.
Unas semanas más tarde, otro edicto obligaba a las mujeres a llevar niqab, y prohibía que las mujeres y los hombres (sin parentesco) estuvieran juntos en espacios públicos.
Volvieron a aparecer las barreras de hormigón que no mucho antes habían sido quitadas de las calles y formaron un enorme muro que rodeaba la ciudad. Mosul pasó a ser una prisión gigantesca de la que colgaban unos letreros en los que se podía leer el eslogan del nuevo régimen: “Permanente y en expansión”.
Tras implantar su autoridad, el Estado Islámico empezó a centrar sus energías en la creación de una Administración municipal. Suprimió las estructuras de gobierno anteriores y las reemplazó por ministerios o “divanes”: salud, educación, servicios, economía, guerra, justicia/seguridad, agricultura y otros. Cada ministerio estaba liderado por un emir; algunos de ellos extranjeros. El califa, Abu Bakr al-Bagdadi, lo supervisaba todo, rodeado por su consejo militar.
La nueva Administración tenía una naturaleza híbrida. Por una parte, un intento de gestionar un Ayuntamiento de nuestros días. Por la otra, el uso de comportamientos, títulos, una forma de vestir y un lenguaje del siglo IX.
“El Estado Islámico era un Estado del terror pero también un Estado moderno”, indica Azzam, el ingeniero de electricidad. “Hablaban e iban vestidos como en los primeros tiempos del Islam pero crearon una excelente Administración y gestionaban el Estado de forma eficiente”.
El departamento de electricidad donde trabajaba Azzam pasó a pertenecer al diván de servicios y a tener un nuevo jefe: un francés-marroquí que lo primero que hizo fue optimizar la recaudación de facturas.
“El proceso de emitir una factura solía tomarnos dos meses”, explica Azzam. “El Estado Islámico simplificó el sistema”. Los comercios, las fábricas y los establecimientos pasaron a pagar una cuota fija.
Azzam también explica que en zonas residenciales el EI instaló medidores inteligentes con el objetivo de poder suministrar una cantidad fija de electricidad durante todo el mes.
“Nadie se atrevía a no pagar las facturas, temiendo los horribles castigos de la hisbah (policía religiosa). No pagar por la electricidad que consumías era considerado un robo: podrías perder la mano.
También simplificaron el servicio de recogida de basura. Asignaron cada calle a un recolector de basura y los residentes le pagaban. El EI distribuyó unas tarjetas entre los vecinos con las cantidades a pagar y unos inspectores venían regularmente a comprobar que las calles estaban limpias y que los vecinos habían pagado. El terror servía para que todos pagaran puntualmente.
Fueron muy creativos y supieron inventarse nuevas formas de generar ingresos. Todas las tierras, fábricas y propiedades confiscadas, así como la riqueza procedente de saqueos, campos de petróleo y ganado, pertenecían al “diván al Mal”, el Ministerio de Hacienda, que lo utilizó para premiar a los más leales y generar ingresos al modo de un estafa piramidal.
Se ofreció a los miembros del EI las tierras de cultivo de miembros de minorías religiosas como los shabak y los yazidíes para que se repartieran las cosechas. También se repartieron las casas de los cristianos. Sus pertenencias y automóviles fueron subastados. El ganado sirvió para alimentar a los combatientes del EI.
Todo aquel que estuviera dispuesto a refinarlo podía comprar petróleo traído de Siria. Algunos residentes producían gasolina barata con quemadores caseros, otros tenían pequeñas refinerías modernas. Las carreteras desérticas que conectan Irak con Siria estaban llenas de camiones cisterna.
Floreció el comercio de armas, de objetos arqueológicos saqueados y de mujeres y niñas esclavas. Los contrabandistas que se beneficiaban de la guerra se aseguraban de que los productos de alimentación y el combustible cruzaran muchos frentes y llegaran desde tan lejos como Damasco. El suministro y equipo médico se introducían de contrabando desde Turquía.
Como ocurre en todos los regímenes autoritarios, la mayoría de los residentes miraba hacia otra parte y seguía con su vida.
Un día, el científico vio cómo su esposa y sus hijas estaban consolando a una vecina, cuyo marido había intercedido frente al EI en favor de un anciano acusado de cortarle la barba. Ambos hombres fueron azotados. Todos los hombres adultos de esa calle recibieron la orden de presenciar la escena. Cuando el científico regresó a casa, su hijo estaba furioso: ¿cómo puedes permitir que esa gente te mande?
Intentó explicarlo en su diario.
“La gente nos culpa por no haber intentado marcharnos de la ciudad. Mi hija pequeña propuso que nos mudásemos a Kirkuk… tal vez la debería haber escuchado pero tenía miedo del futuro”.
Mañana segunda parte: “La caída”
Traducido por Emma Reverter