El mes pasado, mientras caminaba con un amigo por el centro de Kampala, vimos pasar un camión de policía con un cadáver en la parte trasera.
Esta imagen se ha vuelto cada vez más frecuente en Uganda. Un fuerte aguacero en mi ciudad natal se llevó la vida de esa persona y la de muchas otras. En los últimos años, Uganda se ha visto azotada por inundaciones, así como por sequías y plagas de langostas. Hemos perdido muchas cosas, y muchas se han visto dañadas a causa de la crisis climática.
Una semana después, estuve en la cumbre Youth4Climate (Jóvenes por el clima) en Milán, donde Greta Thunberg habló sobre la retórica “bla, bla, bla” de los líderes mundiales que han prometido mucho, pero han cumplido poco.
Una de las promesas que más me llama la atención, hecha en 2009, es que los países ricos destinarían 100.000 millones de dólares (86.300 millones de euros) de fondos para combatir el cambio climático cada año en los países más afectados para 2020. Se suponía que esto iba a ser solo el comienzo, un primer reconocimiento de la catástrofe infligida a estos países por los mayores emisores históricos. Este dinero se prometió para que países como el mío pudieran desarrollar energías limpias, para mitigar las emisiones para todos.
Pero desde 2009, las repercusiones de la crisis climática se han acelerado. África ha padecido una extensa lista de catástrofes relacionadas con el clima —sequías, inundaciones, corrimientos de tierra, hambrunas, destrucción y muerte— que han sacudido todas las partes de nuestro continente. Además de las innumerables tragedias personales, la crisis está causando daños económicos por miles de millones de dólares. No hay mitigación que pueda revertir este daño y habrá más destrozos como consecuencia de las emisiones globales.
No hay dinero que pague esta devastación. Estas zonas ya no son asegurables: el riesgo es demasiado alto. Pero el dinero para reparar y afrontar las consecuencias de los fenómenos meteorológicos extremos tiene que salir de algún sitio.
“Pérdidas y daños” es el término utilizado en las negociaciones climáticas de la ONU para referirse a la compensación a los países más afectados por lo que se les ha infligido. Durante años, las naciones más ricas han bloqueado cualquier avance en materia de pérdidas y daños en las cumbres de la ONU, pero ahora es inevitable.
Creo en el principio de “quien contamina paga”. Un estudio reciente identifica a los países históricamente responsables de la crisis climática. Sabemos quiénes la han causado, pero no quieren pagar la factura. Ya no basta con que los países ricos se limiten a financiar la mitigación de nuestras emisiones y la protección contra impactos futuros. Los países vulnerables al clima necesitan fondos para hacer frente a las pérdidas y daños que estamos sufriendo ya.
Las empresas de combustibles fósiles también deberían pagar por las pérdidas y los daños que han causado. Han conseguido miles de millones de euros de beneficios vendiendo productos que sabían que podían conducir a la humanidad a una crisis existencial. Durante décadas han llevado a cabo campañas de presión para cuestionar la ciencia que sabían que era cierta y para impedir la acción climática que podría haber salvado muchas vidas.
El paquete de financiación para los países en desarrollo será uno de los puntos centrales de la COP26 en Glasgow. Pero hay una cosa que está clara: necesitamos que los líderes vayan más allá del gesto de garantizar los 100.000 millones de dólares prometidos hace 12 años. Tienen que tomar conciencia de la magnitud de esta crisis. Un fondo específico para las pérdidas y daños ha de ser el legado duradero de la COP26.
Ya hemos visto fondos de compensación similares. Desde la década de 1970, la comunidad internacional ha exigido a las empresas petroleras que contribuyan a un fondo para compensar a las comunidades afectadas por los grandes vertidos de petróleo.
Los contaminadores, que decidieron sacrificar nuestras vidas para su propio beneficio, ya sean empresas o gobiernos, deberían pagar. Un fondo como ese nos permitiría reconstruir nuestras vidas tras la caída de un aguacero del cual no podamos escapar. Un fondo como ese permitiría a los países más afectados volver a confiar en la diplomacia climática internacional y sería un gran paso hacia la justicia climática para todos.
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Vanessa Nakate, de 24 años, es activista contra la crisis climática y autora de 'A Bigger Picture: My Fight to Bring a New African Voice to the Climate Crisis'. (Una perspectiva más amplia: mi lucha para dar una nueva voz africana a la crisis climática).
Traducción de Julián Cnochaert.