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“Hay ataques en todas partes”: los civiles que huyen al sur de Gaza tampoco escapan de las bombas

Julian Borger / Ruth Michaelson

Jerusalén —

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Incluso antes de que Israel diera la orden de que un millón de palestinos abandonaran sus hogares y huyeran hacia el sur, Lubna cogió a sus cuatro hijos y todas las posesiones que podían llevar y se trasladó a casa de un amigo en Jan Yunis, más cerca de la frontera con Egipcio.

Al principio, la familia pudo compartir habitación, pero ahora, tras el edicto israelí y la campaña de bombardeos, eso ya no es posible.

Durante el fin de semana, Israel ha lanzado nuevos mensajes a la población del norte para que se trasladen al sur, llegando a afirmar que “aquel que elija no salir puede ser identificado como un cómplice de organización terrorista”. Posteriormente matizaron el mensaje en redes sociales diciendo que no se trataría a los civiles como terroristas. El mensaje se produce cuando la ONU informa de familias desplazadas que regresan al norte “debido a los bombardeos y a la incapacidad de cubrir las necesidades básicas en el sur”

“Ahora no somos la única familia de la casa. Hay otras familias. Dormimos siete mujeres en la misma habitación y los hombres duermen fuera”, escribe Lubna en una serie de textos desde Jan Yunis. “No hay electricidad ni agua”, dice. “Los bombardeos están por todas partes”.

La orden de que los habitantes del norte de Gaza se trasladaran al sur, a ciudades como Jan Yunis y Rafah, implicaba que, de alguna manera, era por su propia seguridad, pero Lubna afirma que los bombardeos en el sur son constantes. La casa de su amiga se ha salvado por muy poco.

“Cuando digo en todas partes, es literalmente en todas partes”, dice refiriéndose a los ataques aéreos. El Ministerio de Sanidad de la Franja afirma que 4.741 personas han muerto desde que Israel inició sus bombardeos, el 40% menores de edad.

Además de los bombardeos, la peor privación para su familia es la falta de agua. Gaza lleva dos semanas sin suministro de combustible, por lo que no hay energía para hacer funcionar las plantas desalinizadoras ni las bombas de agua. Aunque lleguen más convoyes de ayuda desde Egipto, Israel les ha prohibido traer combustible para que no lo utilice Hamás. La terrible escasez de agua no tiene fin a la vista y la deshidratación grave ya es generalizada.

“Es muy difícil: cada persona puede obtener menos de un litro al día”, afirma Lubna. El mínimo recomendado por la ONU para la supervivencia básica es de 15 litros por persona y día.

“No tenemos agua desde hace tres días”, explica. “Comemos comida enlatada. Como no hay agua para cocinar ni limpiar, usamos platos y cucharas de plástico. Durante mi periodo fue muy difícil encontrar agua para limpiarme y hacer mi higiene rutinaria”.

Lubna está con su hija Salma, de 17 años; Ghena, de 14; Suliman, de 11; y Ahmad, de sólo ocho. Están encerrados en un espacio cada vez más pequeño sin saber nunca si la próxima bomba será la que caiga en la casa.

La mujer describe a sus hijos como jóvenes “tranquilos” que no causan problemas, pero han cambiado en las dos últimas semanas de agitación y miedo y ahora gritan más y se han vuelto hiperactivos.

“Queremos volver a nuestra vida normal”, dice Lubna. Eso parece ahora una esperanza lejana, ante la amenaza de una ofensiva terrestre de las fuerzas israelíes desplegadas a lo largo de la frontera.

Los constantes bombardeos del sur han hecho que muchos de los millones de palestinos desplazados se pregunten si están más seguros allí o si sería mejor arriesgarse en casa. El Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas ha informado de que algunos desplazados han abandonado sus refugios en los últimos días y han regresado al norte.

“Todo el mundo está pensando en volver, pero es muy peligroso”, escribe Lubna.

Al igual que ella, Khadija y su familia abandonaron su hogar siguiendo las instrucciones israelíes. Se trasladaron a otro edificio cercano donde compartían piso con amigos, 25 personas en total, pero estaba claro que tampoco era seguro.

“Recibimos un aviso del ejército israelí para que nos fuéramos de este lugar”, dijo Khadija, que no es su nombre real. “Entonces fuimos al centro de la ciudad, cerca de un hospital, pensando que allí nos protegerían”.

Eso tampoco ofrecía seguridad e Israel continuaba bombardeando intensamente la zona. La familia emprendió el viaje hacia el sur. “Ese día quedará grabado en mi memoria”, cuenta Khadija. “Condujimos hacia el sur y vi a cientos de personas caminando bajo un sol abrasador; una mujer que acababa de dar a luz inclinada sobre su marido y metiendo a su pequeño bebé en una caja; niños con discapacidad, ancianos, todos a pie”.

La familia está ahora en Jan Yunis, con 30 personas en un piso y tampoco se siente más segura. “Seguimos bajo el fuego, seguimos sufriendo, seguimos viviendo sin lo más básico. Sin agua, sin electricidad, sin comida”, dice Khadija. “Por favor, detengan la guerra”, suplica.

20 camiones cruzaron la frontera el sábado en virtud de un acuerdo negociado por el presidente estadounidense, Joe Biden, tres días antes, pero representaba una cantidad irrisoria de ayuda. El domingo, un segundo convoy de aproximadamente 17 camiones ha entrado en la parte egipcia del paso fronterizo, pero no está claro si ha podido acceder al interior de la Franja de Gaza.

La paz parece aún más remota. En la “cumbre de la paz” de El Cairo, el secretario general de la ONU, António Guterres, y otros pidieron un alto el fuego humanitario, pero allí no había israelíes para escuchar las súplicas, ni altos funcionarios estadounidenses. Los bombardeos continuaron y 360.000 reservistas israelíes esperan junto a sus tanques y carros blindados la orden de entrar en Gaza. El sábado, Guterres calificó la vida en Gaza de “pesadilla espantosa”, pero para más de dos millones de palestinos, pronto podría ser aún peor. El Ejército israelí asegura que ha intensificado los bombardeos sobre Gaza desde el fin de semana en preparación de la siguiente fase de la guerra.

Esta información ha sido actualizada por elDiario.es.

Traducción de Javier Biosca