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Cuando Stefan Koning, que arrastra un historial médico de psicosis, fue declarado culpable de amenazar a una persona con un cuchillo, parecía que nada le libraría de una larga temporada entre rejas. No fue así. Después de una corta temporada en la cárcel ha regresado a su casa en Amsterdam.
“Bob es un personaje de la serie Twin Peaks, un asesino que se mete dentro de la piel de inocentes y los obliga a hacer cosas terribles, como asesinar. Dentro de mí hay un Bob que me dice 'mata a esa persona' y cosas parecidas. Si me tomo los medicamentos, Bob me deja tranquilo”, explica Koning desde allí.
Koning es beneficiario de una tendencia que crece en Holanda. La de evitar que las personas entren en prisión a menos que sea necesario. Entre las claves está, sobre todo, un exitoso programa que ofrece cuidados comunitarios a quienes sufren de problemas psiquiátricos.
Hommo Folkerts es el psicólogo forense que brinda apoyo a Koning. Según explica, tienen dos objetivos: “Prevenir otro crimen y aliviar el sufrimiento psiquiátrico y los problemas sociales que siguen”.
El experto agrega que no se limitan “a tratar a personas con depresión”. “Muchas veces se trata de personas con vulnerabilidad psicótica, autismo o dificultades severas en el aprendizaje que a menudo se combinan con serios desórdenes de la personalidad, adicciones, problemas financieros, problemas de vivienda o de vínculos familiares y suelen estar traumatizados”. También asegura que aunque “nadie aprobaría los crímenes o la violencia que han cometido, tras ellos hay un mundo muy triste. Repararlo lleva mucho tiempo”.
En 1988, el criminólogo británico David Downes comprobó que un sistema penitenciario relativamente humano como el holandés da mejores resultados que los de Inglaterra o Gales. Hoy, sentencias de prisión cada vez menores dejan a Holanda ante un problema nuevo: incluso después de alquilar plazas a países como Bélgica o Noruega, no hay suficientes presos para llenar las cárceles.
Desde 2014 el país ha cerrado 23 cárceles, convirtiéndolas en centros de asilo temporal, viviendas u hoteles. El país tiene la tercera tasa de encarcelamiento más pequeña de Europa: 54,4 presos por cada 100.000 habitantes. Según WODC, un centro de investigación y documentación del Ministerio de Justicia, el número de sentencias de prisión impuestas en el país ha caído de las 42.000 de 2008 a las 31.000 de 2018. A esa cifra se le suma una disminución de dos tercios en las condenas a jóvenes y un descenso en los crímenes registrados en el mismo período del 40%, a 785.000 en 2018.
Miranda Boone, profesora de Criminología de la Universidad de Leiden, ha estudiado ese desplome de la población carcelaria. “No cabe duda de que la población carcelaria se ha reducido de manera muy significativa en los últimos 13 años, un hecho sorprendente y sin parangón en el mundo occidental”
La mitad de los internos en el sistema penitenciario holandés ha sido condenado a un mes, explica la experta, y la mitad de los detenidos en 2018 están a la espera de juicio. Los expertos achacan esa disminución a una serie de factores entre los que se encuentran sentencias fuera del sistema judicial como las multas o el uso de la mediación.
Pero además se cuenta con un programa de rehabilitación psicológica llamado TBS. Boone afirma que se trata de “una institución casi única en el mundo”. “En muchos países existe la posibilidad de elegir: la gente puede asumir las consecuencias de sus actos y ser condenada a cárcel, o no y entonces acaban en una institución de salud mental. Nosotros tenemos una que es parte del sistema de justicia criminal para personas que no pueden asumir la responsabilidad por sus actos o solo pueden hacerlo de modo parcial”, prosigue.
Al contrario de lo que sucede en los hospitales de alta seguridad de Reino Unido o de Holanda, el TBS cuenta con condiciones muy concretas. Sus beneficiarios deben haber cometido un crimen con una condena mínima de cuatro años de cárcel y tener gran riesgo de reincidencia. El programa trabaja específicamente en su reinserción. Si se cree que eso no va a ser posible o el interno no coopera, pueden ser transferidos a una cárcel normal de alta seguridad y ser encerrados para siempre.
En 2018 se detuvo a 1.300 personas con la modalidad TBS. Primero pasan por un centro de tratamiento, a veces después de una estancia en prisión y allí son tratados. Cada dos años, un juez evalúa la situación mental que los llevó a cometer su crimen y si el tratamiento debe extenderse o no. La estancia media en el sistema es de dos años.
Traducido por Alberto Arce
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