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OPINIÓN

Los hombres podemos ayudar a poner fin a la violencia contra las mujeres si rompemos el silencio sobre el patriarcado

24 de marzo de 2021 22:29 h

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Tras la muerte de Sarah Everard, el problema de la violencia contra mujeres y niñas se está volviendo a debatir de manera amplia. Las mujeres dicen estar cansadas de sentir miedo y están enfadadas y frustradas frente a las mismas conversaciones de siempre cuando les dicen que cambien su comportamiento. Y si bien los hombres son quienes ejercen la mayoría de la violencia, muchos han permanecido en silencio públicamente. 

Esto no significa que los hombres no sientan tristeza y rechazo frente a la violencia sexual y de género. Una minoría de hombres ha expresado su repulsión hacia la misoginia en las redes sociales, o ha apoyado a las mujeres de su entorno, pero mientras tanto, otros se ponen a la defensiva, insisten en que #NoTodosLosHombres son violentos ni tienen una actitud hostil, alegando que se les está demonizando.

Nos guste o no, todos los hombres se han convertido en un símbolo de peligro hacia las mujeres. Esto no significa que todos los hombres sean potencialmente violadores, asesinos o abusadores. Significa que la violencia individual de los hombres pone a todas las mujeres en un estado de temor y auto-vigilancia por no poder sentirse seguras de que un hombre no las vaya a acosar, violar, atacar o intentar asesinar. Las mujeres se vuelven precavidas y subordinadas al patriarcado, lo que otorga a los hombres el poder social y la legitimidad de crear normas y ejercer el control.

El patriarcado enlaza firmemente la violencia y las relaciones de género con las cuestiones de poder, y es esencial que en nuestra lucha por hallar soluciones podamos ver el panorama completo. Los hombres se benefician del patriarcado en términos de honor, prestigio, derecho a dar órdenes. También obtienen beneficios materiales. El ingreso medio de las mujeres en todo el mundo es aproximadamente la mitad de lo que ganan los hombres, mientras solo el 11,9% de las 2.825 personas multimillonarias del mundo son mujeres.

Como ha argumentado RW Connell, una prestigiosa socióloga que estudia la masculinidad, dadas estas desigualdades, la violencia es inherente al orden de género que constituye a los hombres como un grupo de interés en defensa del status quo y a las mujeres como un grupo de interés preocupado por el cambio. 

Es necesario que los hombres se unan a la lucha

La feminista radical Andrea Dworkin sugirió una vez que un paso positivo hacia la eliminación de la violencia contra las mujeres sería que los hombres declararan un alto el fuego de 24 horas. No sería ni de cerca tiempo suficiente, pero -al igual que las demandas recientes de un toque de queda para los hombres- el gesto haría que las mujeres se sintieran más seguras y podría hacer que los hombres pensaran de forma crítica sobre sí mismos y cómo son los hombres -y no las mujeres- los que tienen que cambiar su comportamiento.

Sin embargo, los hombres evitan casi unánimemente hablar de la violencia masculina, y ya ni hablemos de hacer algo al respecto. Existe algo en los lazos tácitos compartidos que nos hace permanecer callados y no desafiarnos los unos a los otros. Ese “algo” es lo que Connell denomina el “beneficio patriarcal”, las ventajas que los hombres en general obtienen de la subordinación de las mujeres. 

Reproducir la masculinidad significa repudiar características supuestamente femeninas como hablar abiertamente de nuestros sentimientos o relaciones, llorar, mostrarnos vulnerables o proveer cuidados. Los niños y los hombres aprenden que mantener el control y el silencio sobre su vida interior, y por ende sobre su género, es fundamental para ser aceptado y no humillado o golpeado por otros hombres. Los ideales de masculinidad cambian de una cultura a otra, pero en el contexto británico el perfil habitual es el de un hombre heterosexual, blanco, fuerte, racional y autosuficiente.

De hecho, a algunos hombres no les conviene ir por fuera del patriarcado ya que no solo les da poder colectivo sobre las mujeres sino también sobre otros grupos de hombres, como los homosexuales que sufren violencia homófoba, los negros o pertenecientes a minorías étnicas que sufren violencia racista o aquellos que viven en la pobreza.

Aunque la mayoría de los hombres no sean criminalmente violentos, la investigación y el trabajo de intervención con aquellos que sí lo son -como los que ejercen violencia doméstica- demuestra que se sienten justificados por la misoginia y por una ideología de dominio sobre las mujeres.

Si los hombres hiciéramos un alto el fuego, como sugirió Dworkin, este tendría que incluir no solo todos los actos de violencia sino también las actitudes y la sensación de que el mundo nos debe algo, cuestiones que en general se ponen en juego en la toma de decisiones de algunos individuos que abusan de las mujeres.  

Esto significa que los hombres debemos alejarnos de la complicidad con el proyecto patriarcal para alzar la voz y actuar, demostrando que nos tomamos muy en serio el asunto de la seguridad de las mujeres, por ejemplo, no caminando demasiado cerca de ellas o desafiando a los hombres que hacen comentarios sexistas y acosan a las mujeres, ya sea en persona o en internet. La campaña del lazo blanco es un buen ejemplo de hombres trabajando en este sentido. Se trata de pedirles a los hombres que prometan “nunca cometer, justificar o quedarse callados ante un hecho de violencia masculina contra las mujeres”. La campaña lleva adelante una tarea de educación pública en escuelas, lugares de trabajo y otras organizaciones. 

Este tipo de trabajo de educación pública no trata de demonizar a los niños o a los hombres, sino de involucrarlos en un proceso en el que puedan aprender a escuchar, pensar y hablar sobre género, relaciones y poder. Un proceso que reconozca sus temores y su capacidad de amar y cuidar, y les ayude a canalizar esta capacidad y hacerse cargo de ella de forma que ayuden a las mujeres a sentirse seguras.

Los beneficios de que los hombres se unan en la lucha para romper el silencio, rechazar las ventajas que les da el patriarcado y promover la justicia y una seguridad personal verdadera son potencialmente enormes, no solo para mujeres y niños, sino también para los propios hombres, que fomentarán las condiciones para tener relaciones de género seguras, de amor y confianza. Pero primero se tiene que anunciar el alto el fuego y se debe dar inicio a las negociaciones de paz. 

Harry Ferguson es profesor de trabajo social en la Universidad de Birmingham.

Traducido por Lucía Balducci.