Justo cuando piensas que la sociedad está progresando en temas de mujer, la tienda de la esquina te demuestra lo contrario.
En diciembre, una investigación del Departamento de Consumo de la ciudad de Nueva York concluyó que, en un estudio de casi 800 productos –desde juguetes hasta objetos personales como el champú–, muchos tenían precios diferentes para hombres y para mujeres. Unas cuchillas de afeitar para hombres, por ejemplo, costaban 14,99 dólares (13,82 euros), mientras que las mismas cuchillas vendidas para mujeres estaban a 18,49 dólares (17,05 euros). Un patinete infantil Radio Flyer en rosa costaba el doble que la versión en rojo “para chicos”. En total, la investigación halló que, de los productos que analizaron, las versiones para mujeres costaban de media un 7% más que las de hombres.
Un informe de este mes sobre productos de Reino Unido concluyó algo muy similar: cuando se trata de los mismos productos vendidos para hombres y para mujeres de forma diferenciada, hay una enorme diferencia del 37% en el precio. Productos de belleza, juguetes... Todo. Ni siquiera mejora al envejecer: añadiendo el insulto a la herida, a las mujeres les cobran más incluso por pañales para adultos.
Más allá de la injusticia profunda de tener que pagar más por los mismos productos (¡mientras ganamos menos dinero, para colmo!), hay algo bastante frustrante en el hecho de que ir de compras es algo que durante mucho tiempo se ha usado para presentar a las mujeres como frívolas y económicamente irresponsables.
Una mujer que llega a casa con bolsas de la compra y su marido mirándola tenso es una imagen a la que todos estamos acostumbrados, por ejemplo. La publicidad también se dirige desproporcionadamente a las mujeres, nos dice que necesitamos más –especialmente en el área de belleza– si no queremos ser arpías espantosas poco maquilladas para salir de casa. Y luego nos cobran más por todo eso.
Puesto que parece que las mujeres hemos estado pagando más por artículos del día a día, quizá es el momento para que las droguerías y las tiendas de ropa lo equilibren poniendo más caros algunos productos que los hombres usan más a menudo que las mujeres. ¡Repartamos la desigualdad!
Estoy segura de que todas las mujeres de Estados Unidos estaríamos agradecidas, por ejemplo, si pudiéramos de alguna manera poner el nocivo spray corporal de Axe más caro, preferiblemente a un precio prohibitivo para que nadie se vuelva a ver sometido innecesariamente a ese aroma a desesperación y a piso sucio de estudiantes. Lo mismo ocurre con el precio del aftershave. De hecho, podríamos hacer que cualquier cosa que huela a sándalo o a Old Spice cueste el doble que el jabón de aroma floral.
Además, puesto que las mujeres hemos sido históricamente responsables de los métodos anticonceptivos y nos hemos gastado mucho en ello –hasta hace poco, ¡gracias, Obama!–, quizá los preservativos deberían costar 10 dólares la unidad. Eso tendría el bonus añadido de que los hombres al fin se darían cuenta del coste que soportamos las mujeres por los métodos anticonceptivos hormonales: el precio de la píldora sin seguro es más del triple de lo que cuesta usar preservativos de por vida.
O quizá podríamos aumentar el precio de los calzoncillos a 50 dólares el par. Aunque eso podría tener la consecuencia no intencionada de que los hombres no se cambien de ropa interior tan a menudo como deberían, así que... mejor lo olvidamos.
De acuerdo. Clavar a los hombres es una idea terrible. No hace falta un máster para darse cuenta de que poner precios a los productos en función del género no es solo discriminatorio, sino que es absurdo. Una cuchilla es una cuchilla, un boli es un boli, independientemente de quién lo use. Ojalá los fabricantes y los comercios también se den cuenta.
Traducción de: Jaime Sevilla