Isam y la fábrica de chocolate: la historia de refugiados sirios que hizo famosa Justin Trudeau

Ashifa Kassam

Antigonish —

Cuando el fuego fuera de control devastó la ciudad canadiense de Fort McMurray el año pasado, las imágenes en la tele de ruinas chamuscadas y familias aterrorizadas evocaron dolorosos recuerdos para la familia Hadhad. Cuatro años antes se vieron obligados a huir de su hogar en Damasco por culpa de la guerra civil siria. Los Hadhads huyeron dejándolo todo atrás después de que una lluvia de misiles cayese sobre su casa y destrozase la fábrica que albergaba el negocio familiar de producción de chocolate.

Semanas después de instalarse en Antigonish, una pequeña ciudad de 10.000 habitantes en Nueva Escocia, relanzaron el negocio familiar. En una cocina muy pequeña improvisaron con sus recetas para volver a crear algunos de los chocolates que un día exportaron por todo Oriente Medio.

“Con el chocolate conseguimos algunos ingresos, así que nos dijimos, ¿por qué no ayudar a los canadienses del otro lado del país?”, relata Tareq Hadhad, el hijo mayor de la familia. “Estamos muy agradecidos a este país. Por lo que nos sentimos verdaderamente honrados de donar nuestro beneficios de todo un mes para las labores contra incendios forestales”, asegura.

La donación fue de unos pocos miles de dólares, comenta. Fue un momento decisivo en un año de locos en el que pasaron de ser refugiados recién llegados a exitosos propietarios de un negocio que ahora da empleo a varios canadienses.

Las semillas de su periplo se plantaron al otro lado del mundo en 1986, cuando Isam Hadhad puso en marcha un negocio de chocolates en la cocina de su abuela en Damasco. Hadhad Chocolates no tardó en dar empleo a unas 30 personas y en comenzar a distribuir chocolates por toda la región.

Pero la guerra en Siria redujo gran parte de su negocio a escombros. En el año 2012, la familia terminó como refugiada en Líbano, y se consumían preguntándose cómo iban a reconstruir sus vidas. “Era una pérdida de tiempo pensar en volver a Siria mientras la guerra no cesase”, lamenta Isam.

Cuatro años después, los Hadhads –Isam, su mujer Shahnaz y sus cuatro hijos– se encontraron con que estaban entre los 40.000 sirios refugiados que serían acogidos por Canadá en el espacio de 15 meses. Después de tres tensos años en Líbano, la familia se subió a un avión por primera vez ansiosa por empezar una nueva vida.

Chocolate sirio en suelo canadiense

Poco después llegó el primer surtido de chocolates Isam en suelo canadiense. Se trataba de un modesto proyecto, desarrollado en la nueva cocina familiar para distribuir después en una comida comunitaria. “Pero tras tres años sin negocio, fue delicioso volver a hacer chocolates”, asegura a través de un traductor. “Sentí que volvía a la vida”.

Rápidamente aumentó su producción, haciendo algunos de los mismos chocolates que había hecho en Siria junto a otros que incorporaban sabores canadienses como el jarabe de arce. La noticia rápidamente se difundió y los pedidos se dispararon.

El éxito llegó cuando la familia todavía se estaba adaptando a sus nuevas vidas. “Cuando llegaron, estaban algo desubicados”, asegura Tareq, que tiene 25 años y llegó por sí mismo unas tres semanas antes que el resto de su familia. “Pero dijeron que la primera semana aquí borró los cuatro años anteriores de sufrimiento, desde el momento en el que empezó la guerra y lo perdimos todo”.

Su madre necesitó solamente cuatro días para decidir que amaba su nueva casa. “Uno se siente tan a salvo aquí”, dice Shahnaz. “Mi hogar está a salvo, no hay bombas ni ruidos de aviones surcando el cielo”.

Shahnaz fue la que provocó la primera fase de expansión de la aventura familiar en Canadá. Después de que ella se cabrease porque su marido convirtiera su cocina en una fábrica improvisada, la ciudad se puso manos a la obra y unos 50 voluntarios aparecieron en el transcurso de un mes para construir un diminuto cobertizo de madera para albergar la nueva fábrica al lado de la casa familiar.

En agosto la familia celebró su gran inauguración bautizándola como Paz por Chocolate.

Un mes más tarde, sus esfuerzos publicitarios recibieron un impulso inesperado. El primer ministro Justin Trudeau contó la historia de esta familia y su éxito durante un discurso en la ONU. “No me lo podía creer”, comenta Tareq. “No pudimos dormir en tres noches, nos dedicábamos a responder tuits procedentes de todo el mundo. Empezaron a llamarnos desde todos los puntos del país para pedir información sobre cómo podían conseguir Paz por Chocolate”.

En navidades, la familia lanzó una web para sacar provecho de la creciente demanda, pero tuvieron que cerrarla unas horas después. “Se encargaron miles cajas de chocolate en solo unas horas”. Después de una ronda de contrataciones, relanzaron su web un mes después.

A día de hoy tienen contratados a cinco trabajadores a tiempo completo que les ayudan a hacer alrededor de 100.000 piezas de chocolate al mes. Y están planeando mudar la fábrica a un lugar más grande dentro de la misma ciudad.

“No nos quedamos con el trabajo de nadie”

Una red de refugiados sirios de toda la provincia les ayuda con la distribución. Esperan que muy pronto la distribución se expanda a toda Canadá, de modo que puedan ofrecer a otros refugiados sirios la posibilidad de acceder al mercado laboral. “Lo que más contentos nos pone es dar trabajo. No estamos quedándonos con los trabajos de nadie sino ofreciéndolo”.

Es plenamente consciente de que el éxito de la familia los ha puesto en el punto de mira mediático en un momento crítico. “Ahora, en todo el mundo hay un ambiente negativo hacia los refugiados, hacia los sirios que pierden sus casas y tienen que dejar su país. La vida no es perfecta. Hay sirios en todo el país que no pueden encontrar trabajo, que están luchando contra la barrera del lenguaje. Están intentando sacar lo mejor de sí mismos para ser productivos en sus nuevas comunidades”.

Pero este solo es un lado de la moneda: “Hay miles de éxitos en todo el país, la responsabilidad que tenemos ahora es compartir estas cosas positivas que los sirios están haciendo”.

Traducido por Cristina Armunia Berges