La cuestión no es si los tories están al borde de la guerra civil, sino hasta qué punto será civil esa guerra. David Cameron ya ha rociado la sangre de su oportunista rival Boris Johnson sobre las alfombras del parlamento. El brexit ha atraído el apoyo de más miembros de su Gobierno y de su grupo parlamentario de los que él esperaba.
Eso se debe a que la Unión Europea no es un asunto de segundo nivel para los tories partidarios de la salida de la UE: para algunos, es el tema candente de la política, la causa que acelera su pulso un poco más. Los conservadores se enfrentan a lo que podría describirse como un escenario escocés dentro de su propio partido: un referéndum que decisivamente no consigue resolver un problema, mientras la facción por el Brexit asciende, enfadada y determinada, esperando con desesperación su próxima oportunidad.
Sin embargo, como ilustró el debate parlamentario a veces inmaduro de ayer, el gran cisma tory también plantea un reto para el Partido Laborista. Básicamente, los laboristas se arriesgan a ser irrelevantes en el referéndum. Está claro que el partido no puede centrar sus energías en explotar las divisiones de los conservadores. Ambas formaciones están profundamente divididas. Si se fundaran hoy, las filas de parlamentarios a uno y otro lado de la cámara no elegirían estar en el mismo partido que sus compañeros.
Estos grupos no están juntos por su afección ni por una causa común, sino por los caprichos del sistema electoral. El sistema first past the post (escrutinio mayoritario uninominal) es el pegamento que une lo que desde fuera parece ser coaliciones políticas cada vez más absurdas.
Nadie cree que Jeremy Corbyn sea un defensor apasionado de la Unión Europea en su forma actual, pero él puede convertir eso en una virtud. El pasado julio, sugerí que la izquierda debería al menos plantearse el Brexit, en especial porque Cameron creía que los votantes de izquierdas entraban en el saco de votos por la permanencia en la UE y le darían pocos incentivos para preservar los elementos progresistas de la unión. Mi postura es ahora la de quedarnos, pero uniéndonos a aquellos a lo largo del continente –como el nuevo movimiento del exministro griego de Economía Yanis Varoufakis– que quieren una UE democrática que funcione en interés de la gente trabajadora.
Alan Johnson, que está ahora a la cabeza de la campaña Labour in for Britain, se ha burlado de mi postura, denominándola “el mayor giro sobre la UE de la historia” (¿te enteras?). Pero es una reacción curiosa para alguien que trata de convencer a millones de votantes laboristas actualmente escépticos para que apoyen la permanencia en la UE.
Paul Mason informa de que el 38% de los votantes laboristas optarán por el Brexit. Las personas como yo podemos decir: al igual que tú, yo era escéptico. No soy un ideólogo pro-UE, sino un auténtico votante indeciso. Entiendo tus preocupaciones. Pero he llegado a la conclusión de que debemos permanecer en la UE como primer paso para la reforma que esta necesita desesperadamente.
Esa debería ser con seguridad la postura de Corbyn. Entrar al trapo del “freno de emergencia” (totalmente inútil) de las prestaciones a los trabajadores migrantes solo acabará siendo contraproducente. El referéndum puede ganarse o perderse en función de qué decida votar el electorado laborista.
Corbyn debería mirarles a los ojos y decirles: lo entiendo, he pasado por el mismo examen de conciencia. Está en política para cambiar las cosas, y los votantes saben que, al menos, no está ahí para defender el status quo o al establishment. Debería aprender de la debacle escocesa y decir que no se alineará con un primer ministro conservador, sino que hará su propio apartado. Seguramente es la única esperanza para que el Partido Laborista evite la irrelevancia durante la campaña del referéndum.
Traducido por: Jaime Sevilla