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PERFIL

Judith Collins, la aspirante a primera ministra de Nueva Zelanda que se inspira en Margaret Thatcher

Judith Collins, líder del Partido Nacional de Nueva Zelanda.

Charlotte Graham-McLay

Wellington (Nueva Zelanda) —

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“Soy muy consciente de que no puedo llegar e intentar ser más Jacinda que Jacinda Ardern”, dice la líder de la oposición de Nueva Zelanda. “Pero puedo ser Judith Collins”.

Este sábado, cuando se celebran los comicios generales en el país, los neozelandeses no solo elegirán entre partidos, sino también entre dos mujeres muy diferentes que aspiran a ser primeras ministras.

Collins es una política veterana, desbordante y bien conocida en su país. Sus seguidores la llaman simplemente “Judith”, mientras que quienes no simpatizan con ella la llaman “Trituradora”, un apodo que viene de lejos. Tanto unos como otros la describen como alguien opuesto a Ardern, casi en términos caricaturescos.

Ardern, laborista, es elogiada a nivel mundial por su política de la amabilidad. Collins –que lidera el Partido Nacional, la tercera líder de ese partido de centroderecha en un año– habló con desdén de las propuestas que la primera ministra hizo la semana pasada a sus votantes, calificándolas como “amor y un abrazo”. Ella dijo que, en cambio, les daría “esperanza y un empleo”.

“La gente sabe que puedo llegar a tener un sentido del humor perverso y travieso que a veces me mete en problemas”, dijo Collins a The Guardian durante una entrevista en Wellington, capital de Nueva Zelanda, el pasado agosto. “En realidad, me causa bastantes problemas”.

De laborista a nacional, y admiradora de Thatcher

Hija de granjeros laboristas, Collins nació y creció en Waikato, una región rural al sur de Auckland y bastión del Partido Nacional. Era la más pequeña de seis hermanos y cuando sus padres quisieron mandarla a un internado privado, se negó porque no quería marcharse de casa. Años después, hizo un máster en Derecho Tributario en la Universidad de Auckland, donde conoció a su marido, otro estudiante de Derecho, y trabajó como abogada y dueña de un restaurante hasta que entró en el Parlamento en 2002. La pareja tiene un hijo.

Se pasó del Partido Laborista al Nacional cuando su restaurante se vio envuelto en un conflicto sindical, según contó en su autobiografía. Collins fue ascendiendo dentro del partido y, durante sus nueve años en la Colmena, –como se conoce a la parte del Parlamento que alberga las oficinas del Gobierno–, fue ministra de Policía y de Justicia. Ha sido una figura polémica. En 2014, tuvo que renunciar a su cartera entre acusaciones de formar parte de un plan para debilitar al director de la Oficina de Delitos Graves. En 2015 fue absuelta de estas irregularidades y regresó al gabinete de gobierno.

Los referentes de Collins van desde la política estadounidense Hillary Clinton –a quien conoció y le cayó bien– a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, por quien brindó en una ceremonia en su oficina tras su muerte en 2013.

“Aunque nunca la conocí, lo que me gustaba de la señora Thatcher es que disfrutaba al enfrentarse a la adversidad, y nunca se rindió”, afirmó Collins. Y añadió, levantando una de sus famosas cejas recortadas, que Thatcher había llegado al poder “en un momento en que sus compañeros estaban desesperados y dispersos”.

Si a Collins le parece que algo se debe decir, lo dice. Igual que Thatcher, añade, ella es una “política con convicciones”. Aunque a veces esto le traiga “un contraataque”, dice.

“La mayoría de las veces, alguien se va a sentir ofendido”

El martes pasado, Collins fue protagonista de un escándalo en Twitter cuando se la acusó de decir que las pruebas sísmicas que se realizan antes de la extracción de petróleo y gas –una práctica que el Partido Laborista se ha comprometido a prohibir– son “como una ecografía” durante el embarazo.

Horas más tarde, estalló otra polémica cuando le dijo a un periodista que la obesidad era una cuestión de “responsabilidad personal”.

“La mayoría de las veces, alguien se va a sentir ofendido”, dijo aThe Guardian. “Tener sentido del humor es muy bueno para aliviar el estrés”.

La líder de la oposición le preguntó a los periodistas si tenía “algo de malo” que ella fuera blanca. Al mismo tiempo, en varias entrevistas ha mencionado el origen chino y samoano –pueblos indígenas polinesios– de su marido. Abrió el debate con Ardern con un: “Mi marido es samoano, así que talofa [hola],” el comentario se viralizó en las redes sociales, donde muchos neozelandeses la acusaron de utilizar el origen étnico de su pareja para ganar votos.

Su sentido del humor “travieso” apareció el pasado fin de semana en un mercado de Auckland, cuando compró una taza estampada con su frase y se hizo una foto con la artista que la hizo. “Es genial, me encanta”, dijo Collins. Tampoco le va la falsa modestia. Cuando le hicieron un cumplido por su chaqueta, Collins respondió: “Sí, es bonita, ¿verdad?”.

Liderazgo de última hora

Según Collins, la cualidad que ella aporta en la carrera electoral contra Ardern es su “capacidad”. Pero no es fácil convencer de eso a un electorado que ha alabado el liderazgo de Ardern durante la crisis por la pandemia del coronavirus y estando tan cerca de las elecciones del 17 de octubre.

Cuando asumió su actual cargo en julio, tras la abrupta renuncia de su antecesor, al principio Collins parecía más callada que antes, pero desde entonces ha recuperado la faceta por la que es famosa –sus incisivas ocurrencias anti-Ardern– en un intento por captar votos para su partido y salvar escaños en el Parlamento.

Detrás de esta combativa mujer de 61 años –que asegura constantemente en los actos electorales que está en su mejor momento– se esconde la historia de alguien que luchó durante años por el liderazgo de su partido y la acabaron empujando a él a última hora. De hecho, ya hay rumores entre sus parlamentarios que sugieren que si pierden las elecciones, no podrá seguir en el cargo.

Los analistas dicen que a Collins –que luchó por escalar internamente tras su renuncia en 2014– le han hecho un “pase hospitalario”. “Es el peor momento y ella no quería ser la líder ahora”, dice Ben Thomas, un asesor de relaciones públicas y exfuncionario de gobierno del Partido Nacional. A principios de este año, Collins publicó su autobiografía y “claramente se estaba posicionando como líder poselectoral”, afirma Thomas.

Cuando Collins habló con The Guardian por primera vez, Nueva Zelanda estaba en un extraño limbo: había aparecido un rebrote de COVID-19 en Auckland tras 100 días sin transmisión comunitaria en todo el país. Una hora después, Ardern anunciaba el aplazamiento de las elecciones casi un mes más.

Ese tiempo le sirvió a Collins para intentar vender su visión, pero no queda claro si lo ha logrado. Parece que el coronavirus ha sido contenido por segunda vez y los ataques de Collins contra Ardern no han calado hondo. “Antes pensaba que lo único que podía ayudar al Partido Nacional era otro brote de COVID-19 y otro confinamiento”, dice Thomas. “Pero ha pasado y no ha cambiado nada”.

En los actos electorales, sus seguidores han dicho que se tomaban en serio el feroz apodo de Collins de “trituradora”, hasta que la conocieron. “Nos sorprendió que fuera tan agradable”, dice uno de ellos, Hayden McLaren. Paul Barnes, que pensaba volver a votar al Partido Nacional tras apoyar a un pequeño partido libertario, afirmó: “No me pareció tan prepotente como pensaba”. Una persona que ha trabajado con ella desde hace cinco años y medio asegura que es “muy divertida”.

Pero para algunos votantes, siempre será la “trituradora” desde que en 2009 presentara un proyecto de ley para triturar los coches utilizados en carreras ilegales como efecto disuasorio.

Está por ver si su estilo polarizador puede atraer a suficientes votantes, y si su liderazgo sobrevivirá si pierde las elecciones del sábado. Como siempre, Collins se muestra optimista. “No creo en los sondeos”, dijo a un periodista el miércoles, añadiendo que todavía cree que puede ganar.

Y se niega a culpar a la popularidad de Ardern de sus dificultades. “Nunca le he pedido compasión a nadie. Yo me pongo en marcha y voy al frente”.

Traducido por Lucía Balducci

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