El año pasado, por estas fechas, casi parecía impensable. Eran las restricciones más estrictas impuestas a un país de Occidente desde la Segunda Guerra Mundial. “Ahora toda Italia está 'cerrada' por el virus”, decía el titular impactante del Corriere della Sera al día siguiente del decreto gubernamental
El 9 de marzo de 2020, las autoridades ordenaron a una población de más de 60 millones que se quedara en casa y que solo saliera a la calle en circunstancias muy concretas, como hacer ejercicio físico en solitario en las inmediaciones del hogar, hacer la compra o ir al médico. Incumplir esta medida conllevaba una multa de entre 400 y 3.000 euros.
Se cerraron los colegios, las universidades y todas las tiendas y servicios no esenciales. Solo supermercados, bancos, farmacias y oficinas de correos permanecieron abiertos. Se prohibieron todos los viajes dentro del país, excepto por motivos de salud u otros motivos urgentes.
En cuestión de días, gran parte del continente había seguido su ejemplo. Para el 18 de marzo, la mitad de la población de Europa, más de 250 millones de personas, estaba confinada y los casos de coronavirus se duplicaban en algunos países cada tres, o incluso dos, días.
Un año más tarde, con algunos países empezando a relajar sus segundos o a veces terceros confinamientos y otros que siguen contemplando la posibilidad de prorrogarlos, las medidas extremas impuestas por primera vez en Italia hace un año, un martes, ya no parecen tan chocantes.
Nuevos hábitos y cambios en la psicología colectiva
Salvo una breve pausa estival, gran parte de la Europa continental lleva 12 meses sin algunas de sus costumbres más características: ver pasar las horas en la terraza de una cafetería, largas comidas en un restaurante o saludar con un beso en ambas mejillas.
En su lugar, han aparecido nuevos hábitos: la “herejía” del café para llevar, las compras por Internet y el saludo con el codo. Algunas novedades son bienvenidas: especialmente en el sur de Europa, muchos trámites burocráticos que eran fastidiosos ahora se hacen por Internet.
El confinamiento también ha cambiado las percepciones y prioridades de los europeos. Según una encuesta elaborada tras el primer confinamiento en Francia el año pasado, casi el 70% de los encuestados consideraba inevitable que los cambios que se han producido a nivel laboral se conviertan en permanentes y más del 80% desea trabajar más desde casa también en el futuro.
Seis de cada diez consideran que sus patrones de gasto han cambiado y el 74% está dispuesto a pagar más por productos fabricados en el país. La mitad dijo que valoraba más las relaciones con los amigos y la familia. Casi el 40% quería una casa más espaciosa, un balcón o un jardín.
“Hemos visto algo similar después de otras grandes crisis, como la crisis financiera o los atentados terroristas de 2015 en París”, dice Frédéric Daby, de la encuestadora Ifop. “En esas ocasiones, la inercia –el statu quo– siempre ha prevalecido sobre el deseo de cambio”.
Sin embargo, en esta ocasión puede que sea diferente, dice Daby. “El confinamiento aceleró considerablemente las tendencias ya existentes. Ha sido un acontecimiento único en una generación, que ha cambiado las actitudes hacia el comportamiento de los consumidores, los trabajos, los hogares. Es demasiado pronto para decir si estos cambios serán permanentes, para toda la civilización, pero sin lugar a dudas la psicología colectiva ha cambiado”.
Pero las desventajas del confinamiento también han dejado su impronta, sobre todo desde que volvió una segunda ronda de restricciones, a veces más severas, después del verano. Según un estudio reciente, los alemanes han sufrido más problemas de salud mental en el segundo confinamiento que durante el primero.
Los investigadores de la Universidad del Sarre comprobaron que la satisfacción con la vida “ha disminuido significativamente; las preocupaciones, el estrés y la depresión han aumentado”, dice la responsable de este proyecto, Dorota Reis.
La valoración que los ciudadanos hacen de su sociedad también “ha cambiado drásticamente”. Reis señala que durante el primer confinamiento se consideraba que la sociedad estaba más unida; ahora la sensación es que es “más bien egoísta y se está resquebrajando”. Es demasiado pronto para saber si los ánimos mejorarán cuando se levanten las medidas, como ocurrió el año pasado, dice.
El prolongado cierre de escuelas y universidades y la más que probable caída de puestos de trabajo para titulados superiores han supuesto una tensión específica para los niños y estudiantes que soportan la carga de las medidas diseñadas principalmente para proteger a una generación mucho más mayor.
Un estudio llevado a cabo en Francia ha constatado un aumento del 50% de los estudiantes que mostraban “signos de angustia psicológica”. Las autoridades holandesas han declarado que algunos pabellones psiquiátricos para jóvenes están al máximo de su capacidad, mientras que, durante su segunda oleada de contagios, Italia registró un aumento del 30% en el número de jóvenes que intentaron suicidarse o autolesionarse.
En España, el confinamiento más estricto de Europa en la primera ola de casos, los niños sufrieron de forma desproporcionada, ya que no se les permitió salir de casa para hacer ejercicio al aire libre, dar una vuelta a la manzana o incluso acompañar a sus padres al supermercado.
Los confinamientos, mejor antes
España declaró el estado de emergencia el 14 de marzo, anunciando un confinamiento general para más de 46 millones de personas. Los comercios no esenciales y escuelas cerraron y las únicas razones no médicas para salir de casa eran hacer la compra o pasear al perro.
Francia le siguió el 17 de marzo. Las autoridades ordenaron a los ciudadanos que permanecieran en sus hogares excepto para hacer la compra y otras tareas esenciales o hacer ejercicio durante una hora al día. Alemania optó por duras medidas de distanciamiento social, pero no por un confinamiento oficial, el 22 de marzo.
El Gobierno holandés optó por lo que llamó un “confinamiento inteligente” el 16 de marzo, cerrando bares, restaurantes, museos, escuelas y universidades y prohibiendo los eventos a gran escala. Bélgica decretó el confinamiento el 18 de marzo.
Portugal declaró su primer estado de emergencia desde el retorno a la democracia en 1976, permitiendo al Gobierno desplegar el Ejército y fijar los precios de los productos básicos, mientras que República Checa y Polonia se apresuraron, con confinamientos decretados los días 12 y 13 de marzo respectivamente.
Suecia fue la gran excepción. El país no quiso decretar un confinamiento total y optó por prohibir las reuniones de más de 50 personas y pedir, en lugar de imponer, que las personas respetaran unos criterios de distancia física y que teletrabajaran siempre que les fuera posible.
Un año después, ha quedado claro que si se van a imponer confinamientos estrictos, estos deben producirse en los primeros momentos de la curva de contagios. Italia entró en confinamiento solo cinco semanas después de su primer caso, cuando ya se habían confirmado 7.300 contagios. Un mes después, tenía 160.000 casos confirmados.
Del mismo modo, las estrictas medidas de confinamiento en España comenzaron cuando ya se habían diagnosticado más de 4.200 contagios. El 5 de abril, el total de casos confirmados había superado incluso al de Italia.
Polonia decretó el confinamiento tras registrar solo 29 casos y experimentó una primera oleada mucho menor. Reino Unido, por su parte, que al igual que los Países Bajos tenía 800 casos el 14 de marzo, impulsó medidas de confinamiento una semana después, y a mediados de abril tenía tres veces más contagios que los holandeses.
Traducido por Emma Reverter
Gráficos: Victòria Oliveres