Cómo el legado olímpico de Londres se convirtió en una “gentrificación a escala industrial”
Para Paul Amuzie, iba a ser una oportunidad que le cambiaría la vida. Tenía 16 años y vivía en una vivienda temporal junto a su madre y sus tres hermanos, tras haber estado de mudanza en mudanza después del divorcio de los padres. El municipio del este de Londres donde vivía, Newham, alojaba algunos de los barrios más desfavorecidos y superpoblados del país. Para 2012, había sido propuesto como sede de la villa olímpica dentro de la candidatura de Londres para albergar los Juegos.
En su época de estudiante políticamente activo del colegio St Bonaventure's -muy próximo al borde este del emplazamiento designado para la villa-, Amuzie se había involucrado en las campañas locales para reducir la violencia callejera tras una serie de apuñalamientos acontecidos en la localidad, lo que le valió ser nombrado embajador del equipo de jóvenes alcaldes del ayuntamiento. Cuando se anunció la candidatura olímpica en 2003, dirigió todas sus energías a impulsar el apoyo local a los Juegos, convencido de que traerían consigo puestos de trabajo, calles más seguras y la oportunidad, algún día, de que alguien como él pudiera alquilar o incluso comprar su propia casa. “No se trataba solamente de un acontecimiento deportivo en el que los promotores ganarían mucho dinero”, dice Amuzie. “Se trataba de nuestro futuro”.
Cuando Londres ganó la candidatura en julio de 2005, los patrocinadores lo anunciaron como un antes y un después. Las Olimpiadas anteriores habían hecho mucho daño a las ciudades anfitrionas, dejando tras de sí sedes inútiles, desatando la especulación inmobiliaria y desplazando ciudadanos. Pero la candidatura de Londres era diferente. Prometía ser “un modelo de inclusión social”. Su legado sería “la regeneración de la zona en beneficio directo de todos los que viven en ella”. Sebastian Coe, presidente del comité organizador londinense, prometió que la regeneración de la zona del parque olímpico y sus alrededores produciría entre 30.000 y 40.000 nuevas viviendas, “muchas de las cuales serán 'viviendas asequibles' disponibles para trabajadores clave como enfermeras o profesores”.
Más división social
Diez años después del espectáculo patriótico que unió a la nación para deleitarse con la ceremonia de apertura dirigida por Danny Boyle, con su visión pastoral de una Inglaterra alegre y las enfermeras del Servicio Nacional de Salud haciendo cabriolas, solo se han construido 13.000 viviendas en el recinto olímpico y sus alrededores. De ellas, solo el 11% son realmente asequibles para las personas cuyos ingresos se corresponden con la media del municipio. Mientras tanto, en los cuatro municipios que atraviesa el recinto -Newham, Tower Hamlets, Hackney y Waltham Forest- hay casi 75.000 hogares en lista de espera para recibir una vivienda municipal, cuyos integrantes, en muchos casos, viven en una situación de pobreza extrema. Miles de antiguos residentes también fueron relocalizados fuera de la zona después de la celebración de los Juegos Olímpicos.
Este no es el legado por el que Amuzie luchó. En el nuevo barrio olímpico E20 de Londres, donde Celebration Avenue se encuentra con Cheering Lane, las torres gemelas de Victory Plaza se erigen en la esquina azotada por el viento de Fortunes Walk. Sus fachadas de hormigón enmarcan un jardín privado en la azotea, elevado a una distancia segura lejos de la calle, mientras que debajo los escaparates vacíos anuncian la promesa de “una vida de lujo en East Village”, la antigua villa de los atletas, ahora renovada con aspiraciones a la escala de Manhattan. Cerca de allí, otro par de torres da la bienvenida a los residentes a su “aldea verde” cerrada, donde no se permiten perros, juegos de pelota ni niños sin supervisión. Ambos proyectos fueron construidos por una rama de promoción inmobiliaria de la familia real qatarí y ninguno incluye una sola vivienda asequible. Los alquileres empiezan en 1.750 libras (2.034 euros) al mes por un estudio y llegan a más de 4.000 libras (4.650 euros) por un ático.
“Se siente como una enorme traición”, dice Amuzie, que ahora trabaja como coordinador comunitario para Citizens UK, una organización benéfica que ayuda a las familias locales que viven en hogares superpoblados, y todavía comparte un piso en Newham con su madre y sus dos hermanos menores. “Puede parecer que la zona ha cambiado para mejor, pero no ha sido así para la mayoría de los residentes”, añade. “Han traído una nueva comunidad y ellos son quienes se benefician. Ni mis amigos ni yo podríamos alquilar una de las nuevas viviendas, ni permitirnos comprar una casa en propiedad compartida, a pesar de que hicimos campaña para que los Juegos Olímpicos vinieran aquí. En cambio, el legado se ha reducido a una gentrificación a escala industrial”.
A ojos de muchos de los que se han involucrado a lo largo de estos años, el resultado es un amargo fracaso. Nick Sharman era director de operaciones de la Agencia por el Desarrollo de Londres, cuyo cometido era adquirir terrenos para el emplazamiento olímpico y desalojar a las empresas locales. Más recientemente, en calidad de concejal laborista por Hackney, pasó seis años integrando el comité de planificación dela Corporación del Desarrollo del Legado de Londres (LLDC, en sus siglas en inglés), el organismo encargado de cumplir las promesas hechas en el momento de la candidatura. Ha llegado a la conclusión de que las aspiraciones originales han sido definitivamente abandonadas. “Ya no hay ninguna pretensión de que el legado olímpico sea intentar beneficiar a los habitantes del este de Londres”, dice. “Está impulsado por una ideología de mercado total, revestida de un efectivo discurso aspiracional y algunas fruslerías arrojadas para mantener contentos a los locales, mientras se dedican más que nada a atender a los ricos. Es un enorme fracaso, en todo sentido”.
Un antiguo miembro del consejo de administración de la empresa a cargo del legado olímpico tiene recelos similares. “Hay algunos destellos de brillantez”, dice, “pero en general el proyecto no ha mejorado las condiciones de vida de la gente en la zona. Hemos creado una nueva comunidad y la hemos emplazado en el parque olímpico, creando así una enorme división”.
Regeneración que acabó en decadencia
Hablando con quienes han formado parte de los consejos de administración de los distintos organismos por el legado olímpico, y con los funcionarios encargados de ejecutar sus disposiciones, surgen varios temas clave a la hora de explicar todas las oportunidades perdidas y las promesas incumplidas. Al menos una parte del desastre puede remontarse a la ingenuidad y la arrogancia que caracterizaron la planificación inicial bajo la gestión del exalcalde de Londres, Ken Livingstone. Pero la mayoría parece estar de acuerdo en que el proyecto perdió el rumbo en 2008, con la elección del sucesor de Livingstone, Boris Johnson.
Los orígenes de la candidatura olímpica de Londres tuvieron poco que ver con el deporte. Tras su elección como alcalde de Londres en 2000, Ken Livingstone se obsesionó con los Juegos como medio para encauzar dinero hacia la regeneración del este de Londres. “Fue absolutamente implacable a la hora de conseguir los Juegos Olímpicos”, dice Sharman. “Les dio prioridad sobre todo lo demás. Pero lo que dio peso a la candidatura era que en verdad creía que sería de ayuda para la zona”. Livingstone siempre fue honesto respecto a sus motivaciones. “Presenté la candidatura a los Juegos Olímpicos porque era la única manera de obtener del Gobierno los miles de millones de libras necesarias para desarrollar el East End de Londres”, dijo en 2008.
En 2004, Livingstone había designado la región de Lower Lea Valley como “área de oportunidades”. Esta cuña irregular, que atraviesa el este de Londres en dirección al Támesis, había sido durante mucho tiempo un sucio patio trasero en el que el bombeo de aguas residuales, las fábricas de gas, el cableado de alta tensión, la trituración de coches y las empresas de procesamiento de alimentos se reunían en torno a una maraña de vías fluviales, pantanos y líneas ferroviarias. Para la candidatura, se hizo hincapié en la condición tóxica de la zona. Se trataba de un lugar envenenado por la industria, un vertedero sin ley en el nexo de los barrios más desfavorecidos de la capital. La candidatura olímpica lo denominaba “listo para la reurbanización”.
En 2006, al asesorar al secretario de Estado sobre la compra obligatoria de 1.000 millones de libras esterlinas (1.162 millones de euros) en tierras a las empresas locales, el inspector de urbanismo David Rose lo describió como un lugar de “degradación ambiental, económica y social”. Había que limpiarlo antes de que los promotores se interesaran por él. Los Juegos Olímpicos, con su amplio presupuesto para el lavado de suelos, la colocación de tuberías, el soterramiento de cables y la construcción de carreteras, serían la solución. La promesa de la vivienda asequible fue invocada como justificación clave para la adquisición de los terrenos. Con un objetivo del 50%, se garantizaba “atender las necesidades de la población local y ofrecerles la oportunidad de seguir viviendo en la zona”.
Pero la investigación de una académica de la arquitectura pinta un cuadro diferente al de un páramo abandonado. La profesora Juliet Davis, directora de la Escuela Galesa de Arquitectura de la Universidad de Cardiff, documentó el lugar antes de los Juegos, como parte de su doctorado sobre las Olimpiadas. Cuando cartografió la zona en 2006, Davis descubrió más de 280 empresas que empleaban a unas 5.000 personas, en oficios que iban desde la fabricación de cinturones hasta el ahumado de salmón, pasando por el suministro de pelucas o la elaboración de panecillos. Encontró una comunidad que vivía felizmente en viviendas cooperativas de bajo coste y una iglesia pentecostal ghanesa que reunía a una de las mayores congregaciones de Europa.
“No se trataba de un cinturón manufacturero abandonado”, me dice. “Todos fueron reubicados en los años posteriores a la licitación, algunos muy lejos de Londres, y muchos negocios cerraron como resultado. Muchas de las empresas ya tenían problemas, pero en lugar de protegerlas, la regeneración olímpica exacerbó el proceso de decadencia. El llamado espacio de trabajo 'asequible' que se ofrece ahora en el parque y sus alrededores no está al alcance del tipo de empresas que había antes”. Una encuesta demográfica realizada en 2018 reveló que el 80% de los empleados del “foco de empleo” del parque olímpico eran blancos, mientras que, en la población general, los blancos representan el 31%.
Boris quería algo “divertido”
Si hay un momento en el que la naturaleza del plan del legado olímpico empezó a dar un giro fundamental, fue en 2008, cuando Boris Johnson fue elegido alcalde de Londres. En los cuatro años que precedieron a los Juegos, Johnson supervisó un cambio radical en el carácter y la ética del proyecto. Estaba decidido a dejar su impronta: desde el momento de la entrega de los Juegos Olímpicos en Pekín, cuando saltó a los titulares gracias a su ondeo de banderas de estilo payaso y sus declaraciones sobre el regreso a casa del ping-pong. Serían sus Juegos Olímpicos, no los de Livingstone, y quería que la gente tuviera aquello en mente.
Varias personas con información privilegiada cuentan que el modelo de vivienda de alta densidad elaborado bajo el mandato de Livingstone, y llevado a cabo parcialmente en forma de villa para los atletas, de repente empezó a ser considerado “demasiado europeo”. Como presagio de la guerra cultural del Brexit, el hecho de que los bloques de ocho a diez pisos y las avenidas arboladas recordaran más a Barcelona que a Londres de repente era visto como algo malo. Johnson y sus asesores pidieron que se volviera a los tipos victorianos y georgianos: terrazas, caballerizas y bloques de mansiones, con los barrios de Bloomsbury y Maida Vale como referencia. “Esto significará más casas de un millón de libras en el parque”, advirtió un asesor de diseño en una reunión de aquel entonces. El cambio hacia este modelo nostálgico y de baja altura también tuvo como efecto reducir el número de viviendas a la mitad: de las 12.000 posibles se pasó a las 6.000 actuales, destinadas a los barrios dentro del parque.
Al mismo tiempo, el Gobierno de coalición liderado por los conservadores revisó la definición de vivienda “asequible”, que pasó a significar un valor de hasta el 80% del precio de mercado. Asimismo, se puso un mayor énfasis en las viviendas de propiedad compartida en el plan de legado olímpico. Como ha señalado Nick Sharman, este tipo de vivienda “asequible” en la zona olímpica suele exigir unos ingresos anuales de al menos 60.000 libras (70.200 euros) y, a menudo, de hasta 90.000 libras (105.000 euros). Mientras tanto, la renta media en los distritos locales es de unas 27.000 libras (32.000 euros). “La única vivienda verdaderamente asequible es la de alquiler social”, dice. “En los primeros cinco años del legado, solo representaban el 6,4% de las viviendas terminadas”. La empresa encargada de administrar el legado olímpico dice que la cifra ha aumentado al 11% y que llegará al 13% una vez que se hayan construido todas las viviendas.
De acuerdo con personas involucradas en el proyecto, los planes de vivienda se desviaron aún más por el deseo de Boris Johnson de crear una atracción novedosa “que despertara la curiosidad y el asombro de los visitantes” a los Juegos. La idea era que algo rivalizara con la Estatua de la Libertad o la Torre Eiffel. El resultado fue el ArcelorMittal Orbit, un monumento a su patrocinador, el magnate del acero Lakshmi Mittal, que por ese entonces era el hombre más rico de Reino Unido. Diseñado por Anish Kapoor, tiene la forma de montaña rusa llena de giros enmarañados, aunque dista de ser una atracción de parque de diversiones.
“Teníamos un plan muy bonito para las calles de viviendas en ese lugar”, recuerda el arquitecto del plan maestro. “Pero Boris tenía otras ideas. De la nada se convocó un concurso para una torre de observación”. Antony Gormley presentó una propuesta. También lo hizo el estudio de arquitectura Caruso St John, en forma de muelle vertical junto al mar. “Tenía que ser construido increíblemente rápido y tenía que ser divertido”, dice Peter St John. “Boris quería toboganes, así que pusimos algunos, y también una sala especial en la parte superior en la que se podía participar en un sorteo para conocer al alcalde. El objetivo principal de la presentación parecía ser entretener a Boris y hacerlo reír. No lamenté no haber ganado”. “Curiosamente, el jurado eligió el diseño que todos odiaban”, dice el arquitecto del plan maestro.
El ArcelorMittal Orbit pretendía ser una atracción que generara dinero, con entradas a 17 libras (19,90 euros) cada una, pero su mantenimiento acabó costando 10.000 libras (11.700 euros) a la semana. En 2016 finalmente se añadió un tobogán con la esperanza de aumentar la venta de entradas, pero no ha tenido el efecto deseado. La atracción ha acumulado al menos 13 millones de libras (15,2 millones de euros) de deuda, como resultado de los intereses del préstamo de 9,2 millones de libras (10,7 millones de euros) otorgado por Mittal.
La reelección de Boris
La reelección de Johnson como alcalde en 2012, impulsada por el entusiasmo olímpico, incrementó su deseo de un mayor control sobre el legado olímpico. Disolvió la anterior empresa a cargo del mismo y formó la corporación LLDC, inspirada en la London Docklands Development Corporation, que había dado origen a Canary Wharf en la década de 1980. A continuación, se nombró a sí mismo como presidente de la organización y expandió el derecho a la planificación inmobiliaria para que abarcara una zona más amplia. Lo que desde entonces se ha convertido en su marca personal fue en su momento un intento sin precedentes por acaparar más poder. Creó un consejo “repleto de gente que apoyaba los propios intereses de Johnson”, en palabras de una persona con información de primera mano.
Y lo que es más importante, Johnson se aseguró de que los representantes elegidos a nivel local fueran minoría en el comité de planificación, lo que significaba que las grandes decisiones podían ser aprobadas a toda prisa. Johnson quería ver resultados, y rápido, antes de que su mandato como alcalde finalizara. “Nos pidió que acelerásemos a tope la entrega de los planes de vivienda del legado olímpico”, me dice un antiguo empleado de la corporación. “Básicamente, duplicó la velocidad. Teníamos que hacerlo todo en la mitad de tiempo, de la forma más expeditiva posible”.
La velocidad tuvo efectos colaterales. “Afectó enormemente la asequibilidad de las viviendas”, dice un antiguo miembro de la junta. “Los cálculos originales para el desarrollo se basaban en una apreciación del valor del suelo a lo largo del tiempo, pero cuanto antes desarrolláramos los terrenos, menos dinero obtendríamos por ellos. En las reuniones con Boris, uno se daba cuenta una y otra vez de que estas grandes decisiones se tomaban sin haberlas pensado demasiado. Le sugerías que ciertas decisiones podían acarrear costes adicionales, y él se limitaba a decir: ”¿Cómo que 'costes'?“.
“Las peores condiciones de vivienda de la ciudad”
Aunque falten apenas un par de años para que se devuelvan las competencias de planificación a las autoridades locales, la corporación de Londres LLDC sigue aprobando solicitudes de planificación a toda velocidad. Para algunos, parece un error: “Toda la energía en este momento está puesta en dar permiso a todo lo posible antes de que los municipios vuelvan a involucrarse”, dice un antiguo miembro del comité de planificación. “Lo cual apesta”.
Poco después de tomar posesión como alcalde de Londres en 2016, Sadiq Khan aumentó la tasa obligatoria de viviendas asequibles en toda la capital, ordenando un mínimo del 35% y del 50% en terrenos de propiedad pública. Esto ya ha surtido efecto en los barrios olímpicos finales, Pudding Mill y Rick Roberts Way, cuya planificación está orientada a que sean más densos y contengan más viviendas asequibles y orientadas a las familias. Pero los nuevos objetivos también han tenido consecuencias imprevistas: la LLDC ha vuelto a comprar varias viviendas en Chobham Manor a Taylor Wimpey a precio de mercado, en un intento tardío de compensar las cifras.
Piers Gough, que forma parte del comité de planificación del legado desde 2013, tiene dudas respecto al plan. “La mayoría de las viviendas están bien hechas”, dice, “pero lo que más nos ha molestado en el comité de planificación es para quién se están haciendo. Me temo que estamos creando un monocultivo de jóvenes profesionales”. La LLDC insiste en que el 64% de todas las viviendas serán “viviendas familiares”, aunque su definición de tamaño familiar incluye los pisos de dos dormitorios.
“Es indiscutible que los Juegos Olímpicos han aportado algunos beneficios económicos al este de Londres”, dice Paul Regan, que participó en la candidatura olímpica en 2004 como presidente de London Citizens. “Pero el gran fracaso es que seguimos teniendo las peores condiciones de vivienda de la ciudad”.
En los primeros días del proyecto olímpico, uno de los puntos clave por los que lucharon Regan, Amuzie y otros fue la inclusión de un fondo de tierras comunitarias en parte del terreno olímpico, donde el precio de las viviendas estaría permanentemente vinculado a la renta media local, lo que las mantendría asequibles para siempre. El fideicomiso de tierras comunitarias de St Clement, finalizado en 2017, se construyó como un sitio de prueba, pero Regan dice que aquel compromiso ha sido casi abandonado por la desarrolladora.
“Parecía que sentían que si lo dejaban de lado durante tiempo suficiente, nadie lo notaría”, dice. Cuando se le pregunta por la tasa de viviendas asequibles, la corporación a cargo del legado dice que las cifras están “influenciadas” por los permisos de planificación históricos. La corporación dice que ha identificado una parcela para nuevas viviendas en régimen de fideicomiso y que a finales de este año se convocará un concurso para desarrollarla. No ha especificado cuántas viviendas se construirán.
Diez años después, el legado ha dado lugar a un bonito parque salpicado de impresionantes instalaciones deportivas y viviendas de alto nivel, con algunas atracciones culturales en camino. Pero los más pobres y vulnerables, en lo que siguen siendo los barrios más desfavorecidos de Londres, han salido perdiendo. En términos de ingeniería social, dice un académico, ha sido un éxito total, “un lugar encantador para los que se lo pueden permitir, con gente desesperada que vive en la pobreza justo fuera de él”.
Traducción de Julián Cnochaert.
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