El Reino Unido ha votado a favor de salir de la Unión Europea. Este titular resulta impactante para los que eran partidarios de permanecer en la UE y también para los que se querían ir. A principios de este mes, escribí que “salvo que podamos convencer a la clase trabajadora del país de que la élite política la ha traicionado, el Reino Unido votará a favor de salir de la UE en menos de dos semanas”. Y este acontecimiento, tal vez el más dramático desde la Segunda Guerra Mundial, es, por encima de todo, una revuelta de la clase trabajadora. Tal vez no es el tipo de revuelta contra la casta política que algunos de nosotros deseábamos, pero sin duda el resultado del referéndum tiene como trasfondo la ira y la sensación de no pertenencia de la clase trabajadora.
El Reino Unido es un país profundamente dividido. La mayoría de las comunidades que han votado de forma más contundente a favor de una salida son las mismas que han sido golpeadas por los distintos gobiernos.
El “Proyecto Miedo” del gobierno alertaba de las consecuencias que tendría el Brexit sobre la economía y las prestaciones sociales. Sin embargo, no tuvo en cuenta que las últimas generaciones de estas comunidades han sufrido la inestabilidad económica y la inseguridad. La amenaza de perderlo todo no tiene ningún significado para alguien que no tiene nada que perder. Probablemente estas amenazas no han hecho más que fortalecer la determinación de muchas personas que eran partidarias de salir.
Un primer ministro conservador se alineó con los grandes empresarios y el presidente de Estados Unidos para que ellos también advirtieran a los ciudadanos de las consecuencias de una salida: le dieron un apoyo que no tiene precedentes en la historia moderna del país.
Este no ha sido un voto contra la indiscutible falta de transparencia y de rendición de cuentas de la Unión Europea. Por encima de todo, ha sido un voto contra la inmigración, que se ha convertido en el prisma a través del cual millones de personas perciben los problemas de su día a día. También es un voto contra la falta de viviendas asequibles, la falta de trabajos estables, el estancamiento de las condiciones de vida y unos servicios públicos debilitados.
Los jóvenes que votaron a favor de permanecer en la UE y que viven en grandes centros urbanos no suelen sentir hostilidad hacia los inmigrantes. Este sentimiento es radicalmente distinto al de los partidarios del Brexit que son mayores, de clase trabajadora y que viven en las ciudades del norte del país y en localidades más pequeñas. De hecho, la brecha generacional es clave para entender el resultado. El creciente abismo intergeneracional no ha hecho más que crecer.
Pedirle a los votantes del Partido Laborista que apoyen sumisamente la deficiente situación creada por un primer ministro conservador era mucho pedir. Muchos lo hicieron, pero no ha sido suficiente para compensar el voto masivo de los partidarios de una salida.
¿Y ahora qué? han empujado a Escocia a salir de la UE en contra de su voluntad y será difícil frenar las peticiones para que se celebre un nuevo referéndum de independencia.
Sinn Féin pide una encuesta sobre fronteras. También asoma la inestabilidad económica: ahora la única duda es cuán prolongada y profunda será. Parece inevitable la formación de un nuevo gobierno conservador, más escorado hacia la derecha. Sin ninguna duda va a querer convocar elecciones, a ser posible cuando el Partido Laborista atraviese el peor momento de caos y de división.
Las campañas para defender los derechos de los trabajadores y el sistema de salud pública serán más importantes que nunca.
El miedo existencial consumirá la UE. Esta es la realidad política que inevitablemente tendremos que abordar.
El cálculo errado de Cameron
En cuanto a David Cameron, pidió un referéndum no porque pensara que era lo mejor para los intereses del país sino porque calculó que podía ser muy útil para gestionar la división interna de su partido. El referéndum fue interpretado como una lucha de poder entre dos facciones del Partido Conservador. Irónicamente, la victoria de Cameron en los últimos comicios ha propiciado su caída. Si hubiese ganado unas cuantas sillas menos en el Parlamento y no hubiese conseguido una mayoría, como de hecho esperaba, no tendría que haber cumplido su promesa de celebrar un referéndum.
En solo cuestión de meses, pasó de insinuar que podría estar a favor de una salida de la UE a alertar de la debacle económica que suponía apostar por esta opción. Fue ridículo. Durante años sugirió que la inmigración era un grave problema que debía ser abordado, y nunca lo hizo, lo cual no hizo más que alimentar el descontento de la población.
Aunque Cameron tiene gran parte de la culpa, también han confluido movimientos sociales mucho mayores. De Donald Trump a Bernie Sanders, de Syriza en Grecia a Podemos en España, de la extrema derecha austríaca al ascenso del movimiento a favor de la independencia de Escocia; estamos en la era del resentimiento contra las élites. Esta ola de frustración se propaga en todas las direcciones: nuevos movimientos de izquierdas, nacionalismo cívico, un discurso populista contra los inmigrantes.
La mayoría de los británicos que votaron a favor de la permanencia ahora están asustados, enfadados y preparados para enfrentarse a los que han preferido irse. Lo cierto es que esto solo empeoraría la situación.
La mayoría de los que han votado a favor del Brexit ya se sentían marginados, ignorados y odiados antes del referéndum. El desprecio hacia los partidarios de la salida que ahora circula por las redes sociales y que a veces se traduce en esnobismo no es nuevo. Estas comunidades ya lo sentían y, de hecho, ha pesado en el resultado.
Millones de británicos tienen la sensación de que la élite metropolitana que lleva la voz cantante no solo no comprende sus valores y su vida sino que, además, los odia. Si el Reino Unido quiere tener un futuro, esta animadversión debe terminar. Los ciudadanos del Reino Unido se han manifestado. Esta es la esencia de la democracia. Ahora tenemos que construir a partir de este resultado.
Si la izquierda quiere sobrevivir, deberá abordar su desconexión cultural y política con las vidas de la clase trabajadora. Tiene que estar preparada para defenderse de una nueva ofensiva de la derecha. En el continente, los movimientos que reivindican una Europa más justa y democrática son más importantes que nunca. Nada de esto es fácil, pero es necesario. Lloren ahora si es necesario pero prepárense para los grandes retos que tenemos por delante.
Traducción de Emma Reverter