Es un caluroso mediodía de sábado en Leeds y las distintas corrientes de la izquierda del Reino Unido se han reunido en el exterior del museo de arte de la ciudad para el desfile anual del Primero de Mayo. No falta nadie: el Partido Laborista, el Partido Comunista, el Partido Socialista, algunos sindicatos, la Alianza para la Libertad de los Trabajadores y unos cuantos veganos escribiendo lemas con tiza en los adoquines. Mientras tanto, en un puestecillo verde adornado con el lema “pongamos fin a la realeza”, los activistas de una organización radical que huye de la etiqueta derecha-izquierda instalan una caseta y esperan tener mucha actividad durante un par de horas.
Los activistas han colocado un puñado de artículos de periódicos sobre una mesa de caballete, la mayoría de The Guardian: el príncipe Harry interrogado por la policía tras la matanza de aves exóticas, los ingresos de 82 millones de libras esterlinas de la reina, y las 'cartas de las arañas negras', llamadas así por la excéntrica caligrafía del príncipe Carlos de Inglaterra y que ponen de manifiesto los intentos del futuro rey para influir en algunas de las medidas del último Gobierno laborista.
Con todos estos artículos se quiere reforzar la opinión, explicada en un folleto de cuatro páginas en formato A5, de que “la monarquía debe irse”. Explica por qué tener una jefatura de Estado hereditaria “va en contra de todos los principios democráticos” y afirma que mantener la realeza cuesta al erario público unos 334 millones de libras al año.
La rama de Republic en Yorkshire –el grupo de presión dedicado a “hacer campaña por una alternativa democrática a la monarquía”– existe desde 2012. Sus principales impulsores consideran que tienen una base de datos de “unos cientos” de partidarios en toda la región, pero el trabajo de campaña del grupo, que se realiza una vez al mes, tiende a ser llevado a cabo por un puñado de activistas comprometidos. Hoy, hay cuatro: Shaun Iggleden, de 52 años, Nigel Catling, de 59, Ian Cox, de 64, y Mark Baxter, de 41.
El hecho de que todos sean hombres, blancos y de cierta edad podría ser una muestra del segmento de población al que intentan llegar. Sin embargo, están muy lejos de ser los viejos cascarrabias o los bichos raros, una imagen que algunas personas intentan transmitir. Su discurso contra la monarquía es sereno, lúcido y elocuente. Todos son muy conscientes de lo difícil que es hacer campaña contra esta sólida institución, aunque a veces excéntrica, y del tiempo que llevará hacerla temblar mínimamente.
La complicada naturaleza del activismo contra la monarquía queda patente tras diez minutos de conversación con Tracy, Helen y Nigel, que tocan en la banda de música que está a punto de encabezará la manifestación durante unos minutos. Me pregunto si saben cuál es el objetivo del movimiento Republic.
“Desestabilizar a la monarquía”, indica Nigel sin perder el ritmo. “Creo que era más fácil de defender antes de la victoria de Trump. Esto me molesta”.
“Yo dejaría las cosas como están”, señala Tracy, que toca la trompa tenor. “Me gusta. Me parece fantástica, con sus desfiles, la pompa y el protocolo. Y la reina me parece increíble”. En unos días verá cómo el príncipe Harry se casa con Meghan Markle. “Será genial”, señala.
¿Y qué opinan del coste de la monarquía? “La monarquía también trae mucho dinero”, afirma. “Y todo cuesta mucho, el Gobierno nos cuesta mucho dinero”.
¿Les preocupa el futuro reinado de Carlos III? “Creo que William [hijo de Carlos] debería ser el próximo rey”, indica Helen, que toca la corneta. “Pero estas cosas no se pueden cambiar”.
Tracy puntualiza: “No creo que Carlos pueda hacer lo que le venga en gana. Les dicen qué tienen que hacer, ¿no?”.
Durante las dos horas siguientes, las respuestas de los transeúntes son representativas de la gran variedad de opiniones. Simon Till, un rockero punk de 61 años con una chaqueta de cuero con el logo de los Sex Pistols coge un panfleto y va directo al grano: “No soy monárquico. No estoy a favor de los ricos. ¿Veré la boda? Se pueden ir al carajo”.
Un grupo de veinteañeros cruza la plaza, mira con recelo el puesto de Republic y reaccionan a mis preguntas sobre la monarquía con gesto de sorpresa que pronto les lleva a afirmar que estamos mejor si mantenemos la monarquía, aunque sólo sea por la cantidad de dinero que traen los turistas.
Precisamente, este es el argumento que Republic intenta rebatir por todos los medios. Como indican en el material de la campaña, “los estudios demuestran que los turistas visitan nuestro país porque tenemos museos de primer nivel, paisajes bonitos, tiendas estupendas y una historia cautivadora, y no para cruzarse con el príncipe Andrés [hijo de la reina, hermano menor del príncipe Carlos].
Una mujer del Partido Laborista me cuenta que la realeza “representa la inmensa brecha que hay entre los ricos y los pobres”. En cambio, Sam, un estudiante de historia y arquitectura, afirma que la monarquía “encarna” la Constitución y que “Reino Unido nunca ha tenido un Hitler porque la reina no lo permitiría”.
De vuelta a la caseta de Republic mientras el sol se pone y una repentina ráfaga de viento amenaza con hacer volar el chiringuito, los organizadores mantienen una actitud serena: “No sé si es un buen ejemplo, pero en el caso de las sufragistas ¿cuántos años les costó conseguir que las mujeres pudieran votar?”, pregunta Catling, una funcionaria. “Tardaron décadas en conseguirlo. Algunas mujeres que fundaron el movimiento no llegaron a verlo. Tenemos que empezar por alguna parte y esto es lo que estamos intentando hacer, plantar semillas en la mente de los ciudadanos”.
¿Les preocupa que la entrada de Markle en escena complique su causa? Ahora los monárquicos tienen un nuevo argumento: el hecho de que una persona mestiza entre en la Casa de Windsor es una señal de modernización de la institución. Con su llegada, se olvidan algunas controvertidas facetas de esta institución. Por ejemplo, las bromas racistas del príncipe Felipe de Edimburgo (esposo de la reina) o un comentario reciente de su hijo, que afirmó que alguien de piel oscura no parecía de Manchester.
Argumentos contra sentimientos
“Que Enrique se case o no se case con Meghan Markle no cambia la naturaleza de la gestión de este país”, indica Iggleden, que trabaja como camionero. “Y es por este motivo que estamos en campaña. Lo demás es secundario. No me preocupa con quién se casa o no se casa Harry. No es mi problema”.
Tal vez no lo es, pero lo cierto es que la monarquía perdura con acontecimientos pensados para dar buena imagen de este tipo, son los que crean un vínculo emocional con los ciudadanos. Es en este sentido que los datos objetivos y fríos de los que habla Republic, el coste de la monarquía, el secretismo y los poderes ocultos, podrían no tener mucho peso.
“Esto es algo de lo que hemos hablado”, indica. “¿Cómo contrarrestas con argumentos racionales un sentimiento? Muchas veces escuchamos reacciones emocionales, como 'yo quiero a la reina'. Y esto no se puede debatir. Puedes decir ”sí, pero la monarquía no es democrática“ y lo único que te contestaran es ”sí, pero me gusta la reina“.
A lo largo de los últimos veinticinco años, las encuestas sitúan el apoyo a la monarquía en torno a más del 70%, mientras que menos de uno de cada cinco encuestados está a favor de una república.
La muerte de la princesa Diana de Gales sacudió a la monarquía y tal vez perdió temporalmente apoyo. Se produjo un repunte cuando el príncipe Carlos se casó con Camilla Parker Bowles. De hecho, un sondeo de agosto de 2017 pone en evidencia los problemas de imagen que tendrá el próximo rey, y deja entrever que si pudieran elegir entre que Carlos se convierta en el próximo rey o que sea su hijo William el que lo sea, solo el 22% preferiría al primero, mientras que William recibiría el apoyo del 51%.
Evidentemente, los republicanos señalan que este tipo de preguntas solo sirven para evidenciar lo absurdo de la monarquía. El príncipe Carlos se convertirá en rey sin importar la opinión de unos y otros.
El apoyo a la monarquía es considerablemente más bajo entre los jóvenes: en 2016, el 84% de las personas de más de 55 años la querían mantener, en comparación con el 66% de las personas entre 18 y 34 años.
El culebrón real podría no ser tan popular como algunas personas podrían pensar. Cuando se anunció que el príncipe Harry se había prometido, el 52% de los encuestados en un sondeo de YouGov indicaron que les era “indiferente”.
Sin embargo, en líneas generales, parece que los miembros de la familia real británica tienen pocos motivos de preocupación. En el estudio más reciente de Ipsos Mori, el 76% de los ciudadanos del Reino Unido quiere que la monarquía continúe y solo al 17% les gustaría ponerle fin. Lo que sí es tal vez más destacable es que el republicanismo parece haber desaparecido de la cultura.
En décadas anteriores, el sentimiento antimonárquico lo representaban los mencionados Sex Pistols y su obra maestra 'God Save The Queen' (Dios salve a la reina), así como The Smiths con su álbum de 1986 'The Queen is Dead' (la reina ha muerto), acompañadas de las palabras que Morrissey solía pronunciar antes de convertirse en lo que ahora se llama “problemático”: “Desprecio la realeza. Siempre lo he hecho. Es un cuento de hadas sin sentido”.
Tal vez es una comparación algo arbitraria, pero a lo mejor la presencia del príncipe Harry en el backstage durante el concierto de los Mumford and Sons simboliza en qué punto se encuentra la cultura pop 25 años después. Según el Daily Mail, “el príncipe dio un abrazo de oso a Marcus (Mumford) y se disculpó por haberse perdido la actuación. Marcus le dijo que no se preocupara y que se sirviera una cerveza”.
Este es el panorama absurdo en el que Republic intenta sobrevivir. Hasta el momento, la rama de Yorkshire es la única regional activa y la gran mayoría de su labor se hace desde la oficina, o mejor dicho, un lugar de trabajo con dos o tres personas situado cerca de la estación londinense de King's Cross.
Gracias a unos ingresos anuales de unas 140.000 libras, procedentes de las aportaciones de unos 4.000 miembros, complementada con algunas donaciones ocasionales de entre 5.000 y 15.000 libras, Republic cuenta con dos empleados a tiempo completo: el director de campañas, Michael Moore, de 27 años, y Graham Smith, de 44 años. Este último ha sido el jefe ejecutivo y cerebro estratégico de Republic desde 2005, tras trabajar durante siete años como informático en Australia.
Smith dice que experimentó “un enorme choque cultural” al ver la enorme cobertura que los medios de comunicación dan a la monarquía y eso le recordó que tiene “ideas muy claras al respecto desde que tengo uso de razón”.
“La monarquía es esencialmente corrupta”
Quedo con Smith en un establecimiento de la cadena de cafeterías Costa Coffee, situado cerca de su oficina, donde me cuenta que ha conseguido que Republic pase de ser una organización diminuta creada en 1983 a una entidad que tiene una cifra considerable de miembros y un objetivo definido.
“Durante mucho tiempo intentamos diseñar una estrategia a largo plazo”, indica. “Intentamos imaginar, como ejercicio, diputados republicanos y un referéndum sobre la monarquía. Intentamos imaginarnos qué tipo de país presenciaría un momento como este”. Gran parte de la labor de Republic gira en torno a esta visión.
Con el objetivo de promover su causa, Smith y sus colegas tramitan solicitudes vinculadas con la ley de libertad de información, encargan estudios y publican información que los medios han pasado por alto sobre el funcionamiento de la monarquía, como por ejemplo, que la entidad privada del príncipe Carlos, el Ducado de Cornualles, está exenta de impuestos sobre sociedades o de capital, o que cada uno de los dieciocho miembros de la familia real que oficialmente “trabajan” cuestan al contribuyente una media de 19 millones de libras al año.
“No afirmamos que tenemos que librarnos de la monarquía porque es costoso mantenerla”, puntualiza Smith. “El hecho de que sea costoso es un síntoma de que no es transparente y no hay rendición de cuentas. Es una manera de señalar a la institución y decir que la monarquía es esencialmente corrupta. No creo que hacer esta afirmación sea excederse. Si la corrupción es abusar de un cargo público en beneficio propio, entonces esto es lo que hace la monarquía. Y es estructural, integra la naturaleza del sistema”, añade.
A los republicanos les gustaría tener un jefe de Estado electo como el de Irlanda. En ese país, el papel que desempeña el jefe de Estado es en gran medida institucional y apolítico, pero el presidente tiene la potestad de intervenir en un contexto de crisis o incertidumbre.
“Un ejemplo serían las dos semanas posteriores al referéndum del Brexit, en las que básicamente se produjo un vacío de liderazgo político”, indica Smith. “Acabábamos de tomar una decisión crucial y aterradora y se publicaban noticias sobre ataques racistas. Parecía un clima muy volátil y no parecía que hubiera nadie para poner orden, calmar los ánimos y mostrar liderazgo. Fue el clásico ejemplo en el que un jefe de Estado podría decir: 'Nos encontramos en esta situación y la vamos a superar, todo va a salir bien'”, añade.
Afirma sentirse alentado por el hecho de que un republicano sea el actual líder del Partido Laborista y por el hecho de que organizaciones antimonárquicas de Europa se desplazarán a Londres coincidiendo con la boda real, para asistir a la convención de la Alianza de Movimientos Republicanos (parece ser que Suecia tiene la organización más sólida y en España los sondeos dan buenos resultados, pero el movimiento está muy fragmentado).
El fin de la monarquía, dice Smith, “podría producirse mientras yo viva. Dependerá de cuántos años viva”.
El principal motivo que tiene para ser optimista es la perspectiva de tener un rey Carlos III. “Creo que hay un riesgo muy real de que se produzca una crisis constitucional. No es difícil imaginar que, después de que se convierta en rey, el Gobierno podría cambiar su programa para que sea acorde a las ideas de Carlos. Entonces tendremos que preguntarnos si el cambio de política se debe a que es lo correcto o se debe a presiones del rey”.
¿Y si la perspectiva de que en algún momento el príncipe William se convierta en rey consigue distraer al público durante unos años? “Carlos podría ser rey durante 20 años. Esto es mucho tiempo. Entonces Guillermo tendrá unos cincuenta años, o sesenta. Y todo ese discurso sobre la popularidad de ciertos miembros de la familia real británica, creo que es una exageración. No creo que a la gente le importe tanto. William ya no tiene el aspecto juvenil que tenía Diana, y es una persona bastante simple y aburrida. Irán perdiendo brillo con los años. Puedes leer titulares de los años setenta que afirmaban que el príncipe Carlos salvará la monarquía. Y esta historia se repite una y otra vez”.
De vuelta a Leeds, cuatro activistas de Republic empieza a recoger la caseta verde y me explican sus planes más inmediatos. El día de la boda real irán a Parliament Street en York. “De alguna manera, damos un servicio público”, afirma Nigel Catling. “Hay mucha gente que es republicana y no lo sabe. Estaremos allí para contarles que si no estás de acuerdo con el hecho de que la jefatura de Estado sea hereditaria, puedes encontrar a otras personas que opinen lo mismo que tú. Creo que es como hacer terapia”.
Unos minutos más tarde, un joven con un piercing en la nariz se acerca a la caseta y de forma educada expresa a Iggleden que no está de acuerdo con la organización: “Siempre hemos tenido una monarquía, ¿o no? Es la tradición. Me gusta la familia real”. Iggleden saca a relucir el coste de mantener la monarquía. “No me importa”, es la respuesta. “No me importaría dar más dinero si fuera necesario. Es beneficiosa”.
Resulta que Thomas, de 17 años, ya tiene billete de tren para ir con su padre y dos primos a Windsor el 19 de mayo: “Quiero ver la comitiva. Quiero verlos. A Harry y a Meghan. En carne y hueso”.
La conversación dura menos de un minuto, lo suficiente para que sea evidente que a los monárquicos y a los republicanos les separa un muro filosófico que convierte el debate sobre quedarse o salir de la Unión Europea en una simple riña de niños. Iggleden suspira y sigue recogiendo, pero la conversación todavía no ha acabado. “Me quedo con un folleto”, señala Thomas: “Para leerlo, ya sabes”.
Traducido por Emma Reverter